Capítulo 41 — Cosas de chicas (Cars 3)

Aquella mañana, Radiador Springs amaneció bajo una luz radiante que apenas anticipaba el final del verano. Cruz suspiró y se estiró sin contención bajo el umbral del dormitorio, antes de decidirse a salir por fin del enorme cono del motel y avanzar hacia la recepción. A escasos metros de esta, la joven corredora vio una silueta que conocía y había aprendido a querer con el paso del último año.
―¡Ah! Buenos días, Cruz ―saludó Sally, jovial, en cuanto la vio aparecer.
Estaba arreglando algunos parterres florales junto a la entrada del lobby con el pequeño carrito de Nayara Cruz junto a ella y Cruz casi envidió la cotidianeidad de aquel gesto. Sin quererlo, algo en ella se disparaba de nervios sólo de pensar en lo que se avecinaba en apenas tres días.
―Buenos días, señora McQueen ―respondió Cruz, muy educada. Sin embargo, una mirada sardónica de la Porsche azul cielo debió indicarle que, de nuevo, había sido de más de formal―. Lo he vuelto a hacer, ¿verdad?
Para su alivio, Sally Carrera-McQueen sonrió enseguida con afecto y meneó el morro, centrada de nuevo en su tarea.
―Me temo que yo tampoco me acostumbro a que me llamen por mi nombre de casada, a pesar de los años ―admitió entonces, jocosa, casi haciendo que Cruz esbozase una sonrisa de alivio―. Pero… ¡Qué demonios! Estamos entre amigos y lo sabes.
No había reproche en sus palabras, a pesar de todo, por lo que Cruz enseguida se relajó.
―Sí, de eso no hay duda ―admitió.
Sally se giró hacia ella con media sonrisa afable, dejando su tarea, antes de señalar la gasolinera de Flo con el morro.
―¿Qué? ¿Tienes hambre?
La corredora quiso negar, pero el rugido de sus tripas debió ser lo bastante elocuente como para que Sally sacudiera la cabeza con diversión y tomara de inmediato la dirección del mentado restaurante, tirando sin esfuerzo del carrito de una bebé que miraba a todos lados con curiosidad pintada en sus enormes ojos verde-mar.
―Oye… Y ¿dónde está Rayo hoy? ―quiso saber Cruz, mirando intrigada a su alrededor en cuanto cruzaron la Avenida McQueen, pensando sin querer en su entrenador.
Normalmente la despertaba pronto para entrenar, incluso más de lo que Cruz hubiese asumido de un coche veterano en su época más motivada como entrenadora; pero, si no estaba frente a su puerta con algún método para levantarla de la cama, solía andar circulando por los alrededores. En este caso, la respuesta de Sally clarificó en un instante sus dudas:
―Ah, hoy se ha ido con Mater a dar una vuelta… ―La Porsche compuso una sonrisa irónica que Cruz no entendió del todo―. Algo me dice que no aparecerán por aquí en varias horas… Si no en todo el día.
Cruz suspiró, nerviosa sin quererlo.
―Bueno, espero que no tarden mucho o no podremos irnos al circuito a tiempo…
Sally le dirigió un gesto confiado.
―Tú no te preocupes, anda. Si hay algo que tu querido entrenador no ha perdido nunca, ese es un camión para llegar a una carrera importante…
―¡Hola, chicas! ¿Qué os pongo? ―intervino una Flo salida de ningún sitio, en apariencia, antes de que Cruz pudiese contestar.
―Dos latas de aceite, Flo. Por favor ―pidió Sally, natural. La mujer de labios perfilados tomó enseguida nota y se alejó a por el pedido, mientras los otros dos coches se acomodaban a la sombra de un par de surtidores―. Bueno… ¿Has descansado? ―preguntó entonces Sally, buscando en apariencia cambiar de tema―. Florida es una tirada desde aquí…
―Sí, he dormido como un bebé ―aseguró Cruz, confiada―. Y, como siempre… gracias por dejarme quedarme en el Cono…
Sally le quitó importancia con un gesto de rueda y una sonrisa amigable.
―No te preocupes. Es lo menos que puedo hacer por la nueva promesa de las carreras Rust-Eze, ¿no crees?
Cruz inclinó el morro, algo cohibida por el halago… y por algo que le carcomía preguntar.
―Tú… lo conociste cuando estaba en ese equipo, ¿verdad?
Sally se giró apenas en su dirección antes de seguir arreglando parterres florales.
―Si te refieres a ese granujilla que tienes por entrenador y padre de la criatura aquí presente ―repuso, mordaz, señalando apenas a la pequeña Nayara―, entonces… Sí, fue cuando estaba con ellos. Aunque ―suspiró Sally, con la mirada perdida en actitud nostálgica en el pueblo que las rodeaba― por aquel entonces no era el mismo de ahora. Han cambiado muchas cosas desde entonces…
―Sí, algo me habéis contado… ―recordó Cruz, sin acritud, pero con renovada curiosidad―. ¿Es cierto que fue…? Ya sabes… ¿“culpa tuya”, que dejase de ser así?
Sally pareció meditar la respuesta con aire cohibido.
―Eso dicen… Pero no sé hasta qué punto lo creo ―aseguró, con media sonrisa que denotaba algo más que simple ternura por los recuerdos―. Algo me dice que, simplemente, eso estaba ahí desde siempre…
Sally calló en ese instante, como si quisiera decir algo más. Sin embargo, no lo hizo. De hecho, en cuanto ambas terminaron de repostar, la más mayor hizo una seña a la más joven para que la siguiera y la corredora aceptó sin rechistar, intrigada. Sin sorpresa y nada más tomar la Avenida McQueen en dirección norte, Cruz enseguida adivinó que se dirigían hacia el restaurante de la mujer Porsche y la Chevrolet contuvo una sonrisa cargada de recuerdos. Parecía que había sido el día anterior cuando ganó su primera carrera de la temporada y lo celebraron allá arriba.
―Uf. Madre mía… ―suspiró Sally cuando llegaron y encaró el valle bajo sus ruedas―. No puedo creer que haya pasado tanto tiempo…
―¿Qué quieres decir? ―se interesó Cruz, siguiendo su estela y admirando a su vez el soleado valle con la calma de no ser la primera vez que contemplaba la escena.
Sally suspiró, como si estuviera perdida en sus recuerdos, antes de decidirse a responder:
―Me refería a… La primera vez que subí aquí con Rayo. De hecho… ―rio―. Deberías haber visto su cara cuando le insinué que me había enamorado en Radiador Springs y él no entendió a qué me refería.
Cruz enarcó un parabrisas con interés morboso.
―Y… ¿A qué te referías?
Sally, conspicua, hizo un gesto frente a ella y la corredora entendió de inmediato. Desde luego, eran unas vistas perfectas y nadie podría negarlo. Aunque hablar de enamoramiento la hizo volver a rumiar sobre su situación… y su orientación.
―Lo cierto es que… hablando de amores, yo no sé cómo mi familia se tomaría saber que soy… Ya sabes…
A Sally y Rayo se lo había confiado tras varios meses, tras coger confianza, pero sus padres no lo sabían aún. Y aun así, Cruz fue la primera sorprendida al ver el gesto de dolor que cruzó las facciones de Sally Carrera en un instante al escucharla.
―A veces… las relaciones familiares no son fáciles, ni siquiera con aquellos que tenemos más cerca.
―¿Por qué lo dices?
―Mis padres no entendían mi relación con Rayo, ¿sabes? Nunca aceptaron que saliera con un… “famosillo” en vez de con alguien de verdadero renombre.
―Sí… Recuerdo lo que pasó en California ―rememoró Cruz, apenada, sin saber siquiera todavía cuánto podía opinar el respecto y rememorando el momento en que Sally había casi echado a su madre de Cadillac Cove―. pero… ¿”Verdadero renombre”? Y ¿eso qué significa? ―preguntó de inmediato, sin comprender.
¿Quién tenía más renombre a nivel mundial que alguien como Rayo McQueen, que además se había convertido en todo un ejemplo de rectitud, solidaridad y juego limpio en las carreras? Pero, para su sorpresa, la expresión de Sally se tornó agridulce.
―Cuando vivía en Los Ángeles, estaba con alguien… mediático, vamos a decir. Pero era del mundo de la abogacía, además uno de los letrados más prestigiosos del país… Así que… ―Sally se encogió de ruedas con levedad―… a mis padres les parecía la mejor opción posible para mi futuro. Mejor desde luego que un deportista de élite ―apostilló, no sin cierta sorna.
Cruz, por su parte, arrugó el gesto de inmediato con rechazo.
―Ay, no. O sea, no llegué a cruzar cuatro palabras en su día con tu madre, pero… Dime que no eran de los que querían que fueses una mujer florero, por favor… ―suplicó, aún con el capó arrugado.
Sally, por su parte, se rio ante aquel símil aunque la alegría no llegó a sus ojos.
―Bueno, podría decirse que era algo así… ―reconoció, para desazón de la joven Chevrolet.
Cruz suspiró, rabiando casi de impotencia por dentro.
―Eso no es justo ―sentenció con suavidad, mirando a la Porsche a la cara―. Nadie debería imponer algo así a sus hijos…
Sally torció los labios en una mueca cargada de tristeza.
―Tienes toda la razón. Pero, quizá por eso, decidí cortar por lo sano y apostar por lo que yo realmente deseaba. Y está demostrado que, los que aceptan de verdad a sus hijos como son, lo terminan entendiendo. ―Sally sonrió con más energía―. Eso sí lo tengo comprobado.
Cruz ladeó el capó, comprendiendo a su vez.
―Hablas de él, ¿verdad?
Sally asintió, ya con mayor alegría.
―Justamente ―le confirmó―. Su familia también estaba distanciada, pero comprendieron que todos estaban equivocados respecto a los otros y han sido un apoyo constante desde entonces ―Sally sonrió con más nostalgia y Cruz la imitó. Al menos, antes de que la dueña de La Rueda sacudiera el morro y esbozara una mueca más mordaz―. Bueno, señorita. Entonces… ¿me echas una mano y nos preparamos para tu fiesta de pre-temporada de esta noche? A este paso, nos van a pillar los del pueblo y no quiero que descubran nada antes de tiempo…
Cruz rio sin poder evitarlo y puso los ojos en blanco, rendida, antes de seguirla bajo la montaña sin rechistar y haciendo carantoñas a su pequeña tocaya. No había sabido negarse a que le organizasen una despedida por todo lo alto para su nueva temporada como corredora, pero también reconocía que el entusiasmo de Sally era contagioso. Quizá por eso, Rayo había acabado siendo el coche que siempre debió ser. Y Cruz lo agradecía al sentir que tenía al mejor entrenador posible… Y a dos grandes coches velando por ella.
―Bueno, si no hay más remedio…
***
Cerca de la hora de comer, las dos mujeres decidieron por fin bajar de nuevo al pueblo a almorzar algo, mientras seguían charlando animadamente sobre todo tipo de temas. Sin embargo, la atención de una de ellas se desvió en un instante cuando observó la figura azul cobalto aparcada junto a uno de los primeros surtidores de la gasolinera de Flo. Aunque, antes de que pudiese decir nada y cuando apenas había acelerado para avanzar un par de metros por delante de Cruz, entre los gorgoritos emocionados de la pequeña Cruz Nayara, otro de los parroquianos reparó en ellas:
―Pero bueno… ¡Si vuelven las desaparecidas! ―bromeó Sheriff, alzando una rueda hacia ellas―. ¿Dónde os habíais metido?
Las dos mujeres intercambiaron una mirada cómplice antes de que los ojos de la segunda se posaran en su marido. Él le devolvió una sonrisa interesada que ella imitó, justo un segundo antes de acercarse para depositar un suave beso en sus labios. Después, el entrenador Dinoco Rust-Eze saludó con mimo al pequeño coche que siempre iba enlazado al guardabarros de su madre, a lo que aquel respondió agitando sus diminutas ruedas delanteras.
―Entonces, ¿está todo listo? ―preguntó Flo en ese instante, apareciendo por entre los congregados y obligando al matrimonio McQueen-Carrera a separarse unos centímetros por instinto, aunque su retoño permaneció a buen recaudo entre los dos, siempre a la sombra―. ¿Necesitáis que suba algo más, chicas?
―Luego, Flo ―la tranquilizó Sally―. Ahora… Creo que ambas agradeceríamos llenar el depósito como el Auto manda o nos va a dar un síncope aquí mismo…
La tendera le guiñó un ojo.
―¡Marchando! Voy a prepararos los surtidores.
―¡Cruz! Bueno… Entonces, ¿estás preparada para una nueva temporada? ―quiso saber Mater, ilusionado a más no poder.
La corredora del 57 hizo un gesto como si se lo pensara.
―Bueno, no sé… Todo dependerá de lo que diga mi entrenador, ¿no?
Rayo rio en respuesta a la pulla.
―Creo que estás del todo preparada para hacer que ese pedante de Storm vuelva a morder el polvo ―aseguró―. Yo estoy tranquilo.
Cruz soltó una risita halagada.
―Gracias, jefe. Procuraré recordarlo yo también…
―¡Oye! ¡Oye! ―siguió Mater, casi como si no hubiera escuchado la conversación entre los dos deportistas―. Y… ¿qué os parece si hacemos una foto conmemorativa?
―¿Una foto, Mater? ―se sorprendieron varios a su alrededor.
Pero la grúa parecía del todo convencida.
―¡Claro! Podemos coger la cámara de Lizzy e inmortalizar este momento. El antes y el después de la futura multicampeona de la Copa Pistón… ¿Qué os parece? ―Y antes de que nadie pudiese decir nada, la grúa salió disparada hacia la tienda de souvenirs―. ¡Lizzy!
Sally, Rayo y Cruz lo vieron irse con expresión rendida, pero tierna. En el fondo, sabían que nada podía parar a Mater una vez se le metía algo en la cabeza. En efecto, unos segundos después, volvió con un aparato y un trípode que dispuso a una distancia prudencial de la gasolinera. Tras cacharrear un poco con la cámara y cuando ya pareció estar conforme con su posición, la grúa rodó de nuevo hacia sus convecinos con un grito agudo de:
―¡Vamos, que viene!
Lo que nadie sabía es que la foto tardó algo menos de lo esperado en salir. Sin embargo, ¿qué hay mejor que una instantánea donde se muestra nuestra cara más natural?