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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 16)

Chapter 16 — Una sorpresa para el campeón (Cars—Cars 2)

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Rayo y Sally, Cars

Tras la segunda final victoriosa de Rayo, dos años después de llegar a RS:

—¡Mack! —increpó Rayo a su conductor por el altavoz, sin dejar de dar saltitos sobre el suelo del tráiler—. ¿De verdad no podemos ir más rápido?

—Lo siento, chico —se disculpó el otro con sinceridad—. Pero esta vez parece que todos toman nuestra dirección. Pero ¡eh! Ya falta poco para llegar.

«Maldita sea si lo sé».

Rayo estaba nervioso como una moto encadenada a una farola. Aquella final había sido apretada e intensa, pero la celebración posterior había sido agridulce. Sobre todo, porque, debido a un dolor repentino de Doc en el cárter, todos habían decidido irse nada más recoger él su premio, para acompañarlo hasta casa. Entre las fotos, las entrevistas y los compromisos con la prensa, Rayo había tenido que salir casi un día después. Y, esta vez, para escozor de todos sus circuitos, Sally no había podido asistir. Por lo visto, la temporada de turistas se había adelantado ese año más de lo normal y tenía que atender el motel sin demora. Y, considerando que este año tampoco había podido volver a Radiador Springs por su cumpleaños –había sido un mes antes, aproximadamente–, la echaba de menos con locura. Era la parte más dura de su profesión: tener que estar lejos de la mujer a la que amaba.

—Eh, un momento —un frenazo y la sensación de que el tráiler giraba con levedad hacia la derecha puso sobre aviso al corredor, que volvió a encender el comunicador—. ¿Qué pasa, Mack? ¿Por qué te desvías?

—Perdona, chico —Mack sonaba avergonzado—. Pero creo que a Rusty y a Dusty se les pasó darme la ración completa de gasolina esta vez.

Rayo puso los ojos en blanco, pero prefirió morderse la lengua. Había aprendido a querer a sus patrocinadores; pero, si la borrachera de éxito les hacía perder de aquella manera la perspectiva, no estaba seguro de adónde iban a llegar de ahí a unos años…

Procurando disimular su impaciencia, Rayo se aposentó y esperó, golpeando rítmicamente el suelo con una rueda, a que Mack hiciese sus asuntos. Pero cuál no fue su sorpresa cuando, justo antes de soltar el tráiler a unos metros de la gasolinera, el portón se abrió y, sobre el asfalto, apareció una imagen celestial.

—Hola, Pegatinas. ¿Me echabas de menos?

Rayo se quedó sin habla una centésima de segundo, antes de soltar una carcajada de emoción y bajar a todo correr por la rampa, gritando su nombre. Ella se rio también y se apartó a tiempo de impedir que él, en su ímpetu, la embistiese casi de frente.

—¡Eh! ¡Qué vas a rayarme la chapa! ¡Ten cuidado! —bromeó.

—¡Oh, Sally! —con el corazón a cien y la gasolina circulando a toda velocidad por su interior, Rayo apoyó un guardabarros suavemente contra el de ella con los ojos cerrados—. Te he echado tanto de menos…

Ella, que lo había imitado, se separó y levantó los parabrisas despacio, sonriendo con dulzura.

—Y yo a ti, Pegatinas.

—Pero… ¿qué haces aquí? —quiso saber entonces Rayo, asaltado por una súbita sospecha—. ¿Por qué has venido sola hasta aquí?

Pero debió de saber que su novia no se lo pondría fácil. En efecto, la joven Porsche se limitó a alzar el morro y, mientras lo miraba de reojo, subir al tráiler con una sonrisa pícara delineando su morro afilado. Rayo enarcó un parabrisas, intrigado, pero optó por seguirle el juego. En la penumbra, sin que ninguno pudiese evitarlo, sus capós se enlazaron con ansia y deseo reprimido durante demasiado tiempo. Pero el idilio apenas duró unos minutos antes de que Mack regresara.

—¿Estamos todos? —preguntó.

Rayo miró inquisitivo a Sally, pero esta se limitó a encogerse de ruedas y, mientras se cerraba el portón, aportó con sencillez:

—Lo descubrirás cuando lleguemos.

***

Dentro de poco empezaría a decaer la tarde tras las montañas. Era el momento perfecto. Sally procuró aguantarse los nervios y disimular; pero, por dentro, estaba corroída por la duda. El asunto del motel no era del todo mentira; pero, a lo mejor… Sus intenciones para quedarse habían sido otras muy diferentes. Llevaba mucho tiempo planeándolo, desde antes del cumpleaños de Rayo. Y, aunque sabía que no lo podría ver hasta que no terminase la temporada, el terror de pensar que se había equivocado, que todos habían metido la rueda en aquel asunto, la tenía sin apenas dormir.

Estaban llegando a la carretera de acceso al pueblo. Primera parada. Como habían acordado, Mack se detuvo antes de llegar. Rayo ya no sabía qué pensar y, por su expresión, estaba claro que no tenía ni idea de lo que le esperaba. Mejor así.

—Eh… ¿Mack? —preguntó Rayo, confundido, cuando su chófer abrió el portón.

Sally, por otro lado, ya le hacía gestos para que saliera.

—Vamos, ¿no te fías de mí?

El corredor soltó una risita.

—Empiezo a pensar que demasiado —ironizó, mordaz.

Sally lo empujó ligeramente con el morro.

—Venga, tira para afuera, campeón. No tenemos todo el día…

Rayo, rendido, retrocedió y salió al cálido asfalto.

—De acuerdo —asintió Sally, conforme—. Y ahora, cierra los ojos.

—Que… ¿qué?

Rayo no podía creer lo que estaba pasando. ¿A qué venía tanto secreto? Para su mayor extrañeza, Sally bufó con algo que parecía impaciencia.

—Repito, ¿te fías de mí o no?

Su novio tragó aceite y obedeció, inseguro. Sin embargo, en cuanto Sally le ofreció su rueda como guía, optó por tranquilizarse. Despacio, bordearon a Mack por un costado y avanzaron hacia lo que debía ser la entrada a Radiador Springs. En un momento dado, Sally lo dejó solo y Rayo se preocupó, sintiéndose repentinamente desamparado; pero solo fueron unos segundos hasta que escuchó un extraño sonido, como de tela frotada y Sally dijo:

—Bueno: ya puedes abrir los ojos.

El corredor obedeció despacio, inseguro… Antes de quedarse con la boca abierta.

El cartel debía medir como dos metros de alto por tres de largo. De madera y pintado con colores vivos, rezaba:

«Radiador Springs. Hogar de Rayo McQueen».

Durante varios minutos, fue como si su garganta se congelara. Estaba tan emocionado y estupefacto a la vez que se sentía incapaz de expresar sus sentimientos en voz alta. Al menos, hasta que una encogida Sally se acercó a él y preguntó:

—¿Y bien? ¿Qué te parece?

—Ahm… Sally, yo… —balbució Rayo, cuando su cerebro se dignó a volver a funcionar como debía—. Esto es… Yo… —resopló—. No tengo palabras.

Ella se encogió de ruedas, insegura.

—Se me ocurrió… Bueno, a todos, en realidad… Que después de todo lo que has hecho por nosotros, queríamos agradecerte que nos eligieras para quedarte. En fin, ya sabes…

Si las palabras derritieran, Rayo ya se hubiese convertido en un amasijo de metal sobre el asfalto. Lentamente, se acercó a Sally y la besó en el guardabarros.

—Gracias, Sally. Es… todo un detalle. Aunque reconozco que, como reclamo turístico, es mejor todavía —ironizó alzando los parabrisas varias veces.

Ella se rio.

—No se merecen —respondió, antes de sonreír con maldad —Y si esto te parece buen reclamo, espérate a ver la tienda de merchandising que ha montado Luigi…

Dado que ya habían empezado a avanzar hacia el pueblo mientras conversaban, Rayo no pudo evitar frenar en seco antes de gritar:

—¡Para, para, para! ¿Has dicho… de merchandising?

Con lo que Sally se limitó a soltar una nueva carcajada y añadir, justo antes de besarlo en el costado:

—Feliz cumpleaños, Pegatinas. Bienvenido a casa.

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