Capítulo 9 — Expuestos (III) (Cars)

Cinco días después…
«¡Rayo! ¡Rayo! Por aquí, declaraciones para el… ¿Es oficial tu relación sentimental?»
«Rayo, hemos visto bajos resultados en tus carreras de entrenamiento. ¿Se debe a que la echas de menos?»
«Rayo, ¿hay planes de boda?»
—¡Bueno, basta ya! —ante la enésima pregunta igualmente absurda, Doc se plantó y se giró con cara de pocos amigos, procurando esconder a Rayo de manera conveniente tras su maletero—. Tengo un campeón que necesita concentrarse. Así que, ¡aire, moscardones!
Ante la imperativa voz de aquella leyenda de las carreras y su mirada desafiante, muchos se lo pensaron dos y tres veces antes de volver a incordiar a las Haches Gemelas y a su protegido. Hornet no era conocido justo por su amabilidad y paciencia de puertas para afuera. Por ello, poco a poco y a medida que Doc y Rayo entraban en la zona reservada de los boxes, los periodistas se fueron dispersando con la decepción pintada en sus capós.
«Bueno, ya habría más ocasiones», se consolaba la mayoría.
Mientras tanto, Doc aleccionaba a Rayo mientras rodaban hacia la zona de preparación.
—Bueno chico, nueva temporada, nuevos competidores. Alguno viejo, seguro; pero yo me preocuparía más por los que vayan llegando. Es cierto que en los entrenamientos no has hecho tus mejores tiempos, pero… ¿Chico? ¿Me estás escuchando?
Rayo, que tenía la mirada perdida en algún punto de la pista, botó y asintió con rapidez. Sin embargo, al comprobar que no era capaz de recordar nada de lo que le había dicho, ni lo más sencillo, Doc suspiró y su rostro se suavizó.
—Oye, chico. Sé cuánto la echas de menos. Pero ahora debes concentrarte solo en tres cosas —abarcó el estadio con la rueda—. Asfalto. Velocidad. Curvas. Eso es lo único que debe ocupar tu salpicadero ahora mismo.
Rayo suspiró.
—Lo sé. Pero… —se encogió de ruedas y miró hacia la entrada al circuito, con algo que parecía infinita tristeza—. Ojalá estuviese aquí… ¿Crees que —dudó—… debí dejar que viniese?
—Tomaste una decisión, chico —arguyó Doc con seriedad, sin responder directamente—. Por lo que me has contado, tenías una sola idea en mente: protegerla. Y eso te honra. Pero no significa que, al salir de aquí, no tengáis que aclarar muchas cosas. —Hizo una pausa y observó a Rayo de manera extraña; antes de bajar la voz y agregar—. Dime una cosa, novato. ¿Te arrepientes de algo?
—¿Qué quieres decir? —inquirió Rayo, extrañado.
—Quiero decir —se explicó Doc, impasible— que si en tu interior reniegas de algo de lo sucedido este verano pasado. Si te arrepientes de haberle entregado tu corazón a una máquina que sólo aspiraba a ser amada en correspondencia y que ha sufrido lo indecible antes de pasar por tus ruedas. —Se aproximó más a un Rayo que, si hubiese tenido reflejos para moverse, hubiese huido al primer agujero disponible para esconder su chasis y no volver a salir—. Si te arrepientes de haber querido amar a alguien que no fueses tú mismo.
Rayo permanecía paralizado, incapaz de articular palabra. ¿Qué quería decir Doc…?
—No, no me arrepiento de nada —contestó al final; con una entereza que ni él creía tener, pero sincero hasta la caja de cambios—. Quiero a Sally. Eso lo tengo claro. Y sé que nada ni nadie podría cambiarlo.
Su mentor asintió, conforme.
—Entonces deja que eso sea lo que mueva tus ruedas. Su recuerdo. Tu amor por ella. Pero… —advirtió Doc, levantando una rueda—. No dejes que eso, jamás, te desconcentre. Que ocupe tu motor, pero no tu mente. ¿Me has entendido?
Rayo, más espabilado, asintió con firmeza antes de que sonaran los acordes que avisaban del comienzo inminente de la carrera. Con Sally o sin ella, había llegado el momento. Entonces, lo escuchó.
***
Sally procuró no amedrentarse cuando pasó bajo la enorme puerta del estadio de Atlanta. Desde que había ultimado su plan con Flo dos días atrás, antes de salir de Radiador Springs, su interior era todo un cúmulo de chispas a punto de hacerla explotar.
«Tranquilízate», se recomendó mentalmente.
Siguiente paso, tratar de acceder a boxes. Pero, ¿cómo? Había seguridad por todas partes. Bueno, algo se le ocurriría.
—Buenos días, señores —saludó a los guardias apostados junto a las verjas de acceso al centro de la pista—. Un día precioso para correr, ¿verdad?
—¿Eres parte de algún equipo, preciosa? —se burló uno, lanzándole una mirada desagradable—. De animadoras, me imagino.
—Lo siento, guapa. Pero el lugar para las groupies está ahí, en la grada —Sally vio de reojo a las dos gemelas fanáticas de Rayo justo donde ellos indicaban, aullando como posesas. Sally se encaminó hacia allí, preparada para ejecutar un plan. No las conocía en coche, pero había oído hablar de ellas—. Eso, por allí, linda. Que gane el mejor, ¿eh?
Pero Sally ya no los escuchaba.
—Vaya, vaya —gritó para hacerse oír al llegar donde estaban las gemelas, que la miraron con cara de pocos amigos. Como era evidente, ellas sí la habían reconocido a la primera—. Si por aquí está la competencia… —Les hizo una mueca mientras se acercaba—. Pues que sepáis que tenéis poco que hacer, guapas. —Les guiñó un ojo con picardía y ronroneó como remate—. Rayo es mío… y de nadie más.
Según imaginaba, ambas abrieron el capó en una “O” perfecta al mismo tiempo; para, acto seguido, abalanzarse sobre ella como las fans histéricas que eran. Ella, prevenida, las sorteó con facilidad, les dio el maletero y volvió hacia la zona donde estaban los guardias a todo correr, mientras fingía un llanto desesperado.
—¡Por favor! ¡Esas fans me atacan! —aulló—. ¡Socorro! ¡Ayuda!
Como sabía que sucedería, los coches-patrulla llegaron enseguida al lugar y trataron de impedir el paso a las furibundas gemelas; las cuales intentaban alcanzar a Sally por todos los medios. Lo que no vieron era que una audaz Sally, en cuanto encontró vía libre, se lanzó hacia la valla abierta a la velocidad de un caza. Para cuando escuchó gritar a los guardias tras ella, ya era tarde. Estaba dentro. No obstante, aquello era más caótico de lo que había imaginado.
«¿Dónde narices…?»
Entonces, tras varios zigzagueos y vueltas sobre su posición, vio el logo de Rust-eze. Los guardias le pisaban los talones y seguro que todas las cámaras la enfocaban, pero le daba igual. Ahora sí. No habían dado la salida, pero estaban a punto. Rayo ya tenía las ruedas puestas, acababa de repostar gasolina y ya se inclinaba para salir a pista. Si no llegaba a él antes de que eso sucediera, podía ser muy tarde.
—¡Pegatinas! —aulló con todas sus fuerzas. Para su alivio, él y todo el equipo miraron en su dirección. Sally derrapó a su lado, con toda la elegancia que fue capaz, antes de jadear—. Siento llegar tarde.
***
Rayo, por otro lado, estaba tan boquiabierto e invadido de emociones contradictorias que ni siquiera fue capaz de preguntar, qué hacía Sally allí, antes de que ella lo besara sin miramientos. Delante de todos. El joven coche de carreras cerró los parabrisas mientras sentía el terror más absoluto mezclado con el paraíso; sin poder evitarlo, disfrutó del instante deseando que fuese eterno, olvidando hasta dónde estaba. Sin embargo, apenas un segundo después, Sally se apartó, rompiendo el encanto. Pero las mariposas volvieron cuando murmuró:
—Yo también te quiero.
Rayo sonrió como un idiota; hasta que la voz de Doc, una milésima de segundo después, lo devolvió a la realidad.
—Muy bonito todo —ladró—. Pero sal pitando, chico, o la liaremos desde la primera carrera. Tú, Sally, métete aquí debajo hasta que yo te diga.
Aún aturdido, Rayo obedeció, no sin antes cruzar una última mirada cargada de significado con Sally, que ya retrocedía según las instrucciones de Doc. Una vez en la pista, Rayo se notaba volar, sorteando un competidor tras otro.
«Madre mía. ¿Cómo he podido ser tan idiota?», se preguntó mientras corría, una y otra vez, curva tras curva hasta la recta final.
Cuatrocientas vueltas después, con todos los focos y las cámaras posadas en él y un pase digno del campeón que prometía ser, Rayo rebasó por fin al primero de la fila y cruzó la meta con un grito de júbilo, sintiéndose eufórico, dichoso y en las nubes todo al mismo tiempo. Pero, cuando volvió con su gente, el ánimo se le enfrió a la velocidad misma de su nombre. Porque, por algún doloroso motivo, Sally ya no estaba allí.
***
Sally suspiró por milésima vez en aquella mañana. Se notaba que el verano había llegado a su fin y el tránsito de clientes del motel había disminuido de forma considerable, pero eso no era bueno. Le daba más tiempo para pensar y rememorar lo sucedido.
—Muy bien, Sally. Ya has hecho lo que tenías que hacer —dijo Doc en cuanto Rayo salió pitando hacia la carrera, procurando que el canal de este estuviese cerrado—. Pero, ahora, debes irte.
—No voy a volver a abandonarlo, Doc. Aunque me lo suplique. Estaré a su lado —determinó la joven con firmeza, golpeando una rueda sobre el asfalto—. Pase lo que pase.
Para su sorpresa, Doc no se enfadó, sino que mostró media sonrisa.
—Entiendo tu idealismo, Sally. Pero deberías… —El viejo coche se giró unos centímetros—. Oh, no. Ya están aquí.
En efecto: acompañados por los guardias que la habían perseguido, una nube de periodistas se estaba arremolinando cada vez más deprisa alrededor del box de McQueen. Y Sally, por primera vez aquel día, volvió a sentir un miedo irracional. Acorralada, se refugió aún más bajo el techado que la cobijaba.
—Él quería protegerte porque te quiere, Sally —dijo Doc sobre ella, en un tono de voz casi inaudible salvo para ambos—. Ahora, honra su deseo y sal pitando de aquí. —Rápidamente, se giró hacia el otro lado y les hizo una seña a dos de sus acompañantes—. Luigi, Sarge, lleváosla. No quiero que esos chupa-aceites le toquen un pelo, ¿entendido?
Ella había protestado, a pesar de todo, pero se había dejado conducir finalmente al exterior del recinto; siendo escoltada por sus dos queridos vecinos hasta la gasolinera más cercana. Y, con sorpresa, percibió que hasta allí se notaba observada. Por ello, en cuanto ellos habían regresado al circuito, la joven había optado por rodar lo más rápido posible hacia su hogar; su refugio. Conteniendo las lágrimas de amargura y pensando que no habría otra oportunidad de arreglar aquel follón. Pero debía estar muy equivocada si eso que acababa de escuchar no era su motor.
Despacio, la joven Porsche se volvió tras el mostrador de la recepción; y sus parabrisas se abrieron, como platos enormes, al verlo plantado en la puerta con apenas medio morro en el interior y expresión arrepentida. Durante un minuto que se hizo eterno, ninguno dijo nada. Se limitaron a abrir y cerrar el capó de forma alternativa; sin saber qué decirse, ni quién sería el primero en dar el paso.
—Hola, Sally —se animó él por fin.
—Eh… Hola —atinó a responder ella, cauta—. ¿Qué haces aquí? Creí que debías entrenar para la siguiente carrera…
—Sí… y debería —repuso él—. Pero… tenía algo importante que hacer antes.
—Ah, ¿sí?
El interior de Sally aleteaba como mil mariposas en plena furia primaveral, pero prefirió esperar a su respuesta antes de juzgar.
—Sí —Rayo se adentró un poco más en la recepción, con cierta timidez que a Sally le resultó más tierna de lo que esperaba—. Oye, Sal. Siento mucho haberme comportado como lo hice. Tú… tenías razón. Podemos superarlo. Y yo… quiero pedirte perdón por ser tan cobarde y no darme cuenta a tiempo de que lo único que quería era que tú estuvieses allí —inclinó el morro y la miró encogido sobre el suelo—. ¿Podrás perdonarme algún día?
Sally bajó la guardia sin apenas pensarlo. Es que, cuando se lo proponía, era tan tierno… Pero aún había algo que necesitaba saber, antes de decidir que aquello era seguro. Que no volvería a sufrir.
—¿Lo dijiste en serio?
Rayo hizo un gesto extrañado.
—¿El qué?
Sally inspiró hondo.
—Tu declaración al terminar la carrera… —Giró una rueda sobre el suelo con aire cohibido—. Cuando te preguntaron… Ya sabes… Lo oí al llegar aquí y, bueno, no sabía…
Rayo sonrió con tal dulzura que Sally juraría que se le iba a derretir la carrocería de un momento a otro.
—Claro que lo dije en serio —musitó él con suavidad, interrumpiéndola, antes de aproximarse a la máquina que lo volvía loco—. Y, pase lo que pase, no volveré a dejarte atrás. Lo prometo. Eres… Bueno, el mejor equipo que alguien podría desear.
Sally mostró media sonrisa mordaz, aunque por dentro estaba pegando brincos de euforia.
—Y tú, ¿no vas a preguntarme si yo lo dije en serio? —inquirió con un parabrisas enarcado.
Las cartas sobre la mesa. Pero Rayo, para su sorpresa, respondió besándola con suavidad; lo que estremeció cada circuito de la joven fiscal de Radiador Springs mientras se rendía del todo a sus encantos.
—Jamás se me ocurriría —admitió el corredor en voz muy baja, solo para ella.
Sally sonrió y frotó su morro contra el de él, amorosa. Por todos los Porsche del mundo, estaba enamorada hasta las llantas de él y no podía evitarlo. Aun así, se volvió a estremecer sin querer cuando ambos salieron, costado con costado, hacia la gasolinera de Flo y volvió a escuchar aquella declaración en la radio de Lizzy; mientras, de fondo, sonaban las notas de «Kings Highway», una de sus canciones favoritas desde hacía años. El tema daría que hablar, pero ya no le importaba. No si él seguía a su lado…
«—¡McQueen! ¿Ese Porsche era la joven de las fotos? ¿Qué puedes decirnos sobre ella? ¿Te ha ayudado a concentrarte en la carrera que estuviese aquí?”
“—Por favor, un poco de tranquilidad” —había pedido Rayo—. “En efecto, esa era mi novia, Sally. Desde hace unos meses es uno de mis mayores apoyos y estamos muy enamorados.»
«>>No tengo nada más que declarar».
En efecto, no hacía falta decir más. Porque era la más pura verdad que esos «chupa-aceites» iban a conseguir en mucho, mucho tiempo. Y ahora tocaba disfrutar de las pocas horas de que disponían antes de la próxima carrera. La primera victoria de muchas para todo un campeón… dentro y fuera de la pista.