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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 22)

Capítulo 22. No vales más que yo

Sally Carrera, personnage dans "Cars". | Disney-Planet
Sally Carrera, Cars

El día de la última sesión del juicio amaneció despejado, con un calor tan intenso que casi hacía arder el asfalto. La mayoría de los habitantes de Los Ángeles procuraban mantenerse a cobijo de sus hogares, con los refrigeradores a toda potencia y pendientes de la televisión; donde parecía que se iba a decidir el juicio más polémico de aquel verano.

Sally y Rayo salieron de la finca acompañados por Andrés y Natalia, nerviosos todos como novatos. Unas calles más allá se encontraron con los Weathers y los vecinos de Radiador Springs; los cuales habían venido, según la versión oficial, «a animar a sus vecinos más ilustres en aquel momento tan delicado». La entrada del juzgado, como preveían, era un hervidero de periodistas; incrementado exponencialmente con respecto a otros días, dada la expectación. Sally tragó aceite y se obligó a ignorarlos. Ni debía ni quería declarar nada al respecto, o creía que estallaría y confesaría todo. Se jugaban demasiado en aquella sesión y no podían arriesgarse a echarlo todo a perder.

—¡Sally! ¿Has pensado en cómo vas a conseguir salvar a Tex?

—¡Señorita Carrera! ¿La presión de haber perdido el caso VL puede hacer que el Caso Dinoco tenga el mismo resultado?

—¡Tex! ¡Tex! ¿Te sigues declarando inocente?

Sally, silenciosa como si tuviese una cremallera cosiendo su capó, se volvió entonces con ligera sorpresa para observar a su defendido; el cual llegaba en ese instante, escoltado por los dos sempiternos guardias que lo habían custodiado en su casa todo aquel tiempo. Los dos coches se observaron en silencio, con transparencia y comprensión. La joven asintió, el magnate le devolvió el gesto y, despacio, haciéndose hueco a duras penas, la comitiva consiguió adentrarse por fin en el gran edificio de hormigón.

Sally, sin quererlo, se tensó al ver a David al lado de Mustang; pero se relajó un tanto cuando vio el gesto cómplice –y apenas perceptible– que le dirigió su antiguo mejor amigo, en cuanto su jefe se dio la vuelta. Parecía que las cosas iban por el buen camino, pero Sally no confiaba en aquel mundo desde hacía mucho tiempo.

—Acusado, letrados, asistentes —arrancó entonces Brenda, ya situada en su estrado—. Esta sesión iba a ser la que diera el veredicto sobre Tex Cadillac Dinoco —Sally se mordió el labio, tensa como la cuerda de un violín—. No obstante —la joven resopló, agradecida—, se ha producido una apelación por parte de la defensa, la cual presentará a un último testigo —Sally se obligó con fuerza a no mirar hacia David mientras se mordía el interior de los carrillos, impaciente. «Vamos, vamos. Acabemos con esto», resopló para sus adentros. Por suerte, el momento clave no se hizo esperar—. Señorita Carrera, puede empezar.

La muchacha, de repente, al escuchar esas palabras, fue como si se transformase. Su mirada se endureció, su morro se alzó con decisión y sus ruedas la movieron muy despacio hacia el centro de la sala. Con brevedad, le devolvió a Rayo su gesto de ánimo y se lanzó, sin pensar más en ello.

—Señoría, asistentes —comenzó, procurando que la voz no le temblara de nervios y anticipación—. En esta última semana, la defensa ha encontrado pruebas suficientes para desestimar toda acusación contra mi cliente —Sally vio con cierto deleite cómo Alex entrecerraba los ojos, sospechando que aquello no le iba a gustar nada. Entonces, la muchacha dio el golpe de gracia—. Por ello, llamo a declarar al estrado al ayudante del fiscal Mustang… el señor David Aston.

Si no hubiese estado tan tensa, Sally se hubiese reído al comprobar cómo el capó de Alex se desplomaba hasta el suelo, boqueando acto seguido como un pez fuera del agua. David, por su parte y ante la sorpresa evidente de su jefe y de todos los asistentes, arrancó su motor y avanzó hasta subir al estrado reservado a los testigos.

—Señor Aston —pronunció entonces Sally, sin dar del todo la espalda a Mustang por precaución. Sabía que aquello le habría sentado como un tiro; pero también sabía que Alex podía reaccionar como un animal acorralado ante aquello, lo que podría suponer que las cosas salieran muy mal para todos ellos—. ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad ante este tribunal, con la ayuda del Auto? —se alarmó un instante al ver que David dudaba, miraba alternativamente a Alex y a su amiga y tragaba aceite. Pero, cuando pronunció un «Sí» convencido, con sus ojos oscuros cargados de serenidad, Sally suspiró y se dispuso a proseguir—. De acuerdo. Entiendo que, siendo el ayudante del actual fiscal del caso, conoce a todos los presentes.

—Sí, letrada.

—Muy bien. Y, durante las sesiones en las que ha estado presente, ¿ha detectado algo extraño o fuera de lo normal en el procedimiento?

—No, letrada.

Alex comenzó a elevar las comisuras del capó en un gesto burlón. Pero fue la siguiente pregunta de Sally la que le borró de golpe la sonrisa de la cara.

—¿Conoce el otro caso en el que su jefe está implicado, señor Aston?

—Sí, letrada. Un caso de fraude fiscal. Relacionado con este, por lo que se aportó en algunas declaraciones.

—Estoy de acuerdo. ¿Puede explicar entonces, señor Aston, cómo es posible que haya documentos firmados por Tex que se hayan declarado como no válidos o falsos y otros que, justo en la última sesión, se declarasen válidos y verdaderos? ¿Sabe si el equipo evaluador era el mismo?

—Protesto, señoría —bufó Alex, molesto. Y, ¿eso que había escuchado Sally en su tono era… temor?—. La abogada defensora está elucubrando y haciendo preguntas a mi ayudante que él no podría responder.

Brenda torció el gesto un segundo antes de negar con la cabeza.

—Denegada, fiscal.

Mustang, por toda respuesta, gruñó y dirigió una mirada de odio a Sally que esta no vio. Al contrario, seguía pendiente de cada palabra que pudiese salir del capó de David Aston. El cual, tras dudar un milisegundo, replicó en voz suave:

—Hasta donde yo sé, solo un equipo se ha ocupado de las pruebas grafológicas de ambos casos.

El gruñido de Alex, aunque no lo pretendiese, fue aún más audible en esta ocasión.

—Entonces, ¿puede explicar tanto el caso de las firmas de Tex, como el de los análisis del señor McQueen aquí presente —lo señaló con una rueda—, el cual se demostró que perdió su última Copa Pistón por culpa de un mal análisis grafológico?

David volvió a quedarse unos segundos en silencio, haciendo que toda la sala anticipara su respuesta con ansiedad; Sally, la primera. Alex lo fulminaba con la mirada, deseándole todo tipo de males en lo que le quedaba de vida si abría la boca. Pero Aston, en este caso, decidió escoger el bando contrario al de aquel abusador. Solo ahora lo veía con claridad y no dudó al decir:

—Eso creo que deberían preguntárselo al fiscal Mustang —una exclamación colectiva de incredulidad recorrió la sala como el zumbido de un enjambre furioso, haciendo que el aludido apretase los dientes con furia. Pero David no había terminado—. Ha estado manipulando pruebas y sobornando a funcionarios judiciales desde que empezó el caso contra Tex Cadillac por fraude fiscal.

—Hijo, ¿tienes pruebas de esto? —intervino entonces Brenda con suavidad.

David, ya sin titubear, asintió con brevedad y remató:

—Las tiene encima de su mesa; en esa carpeta azul, señoría.

Hudson, con paciencia, desplazó su atención hacia lo que indicaba el ayudante del fiscal. Sin embargo, algo distrajo su atención. Un furibundo Mustang que no pensaba perder tan fácilmente aquella partida.

—¡Maldito seas! —aulló a David, lanzándose hacia delante como si quisiera llegar a embestirlo—. ¡Me las vas a pagar! ¡No tienes verguüenza!

Sin que casi nadie pudiese reaccionar a tiempo, Alex avanzó a toda velocidad hacia el estrado de los testigos, Sally se puso en medio por instinto… Y el impacto no llegó a darse por escasos milímetros. La salvación, en este caso, llegó por parte de Brenda Hudson.

—¡Seguridad! ¡Sujeten al señor Mustang!

En un abrir y cerrar de ojos, dos pequeños todoterrenos de color café y líneas doradas se arrojaron sobre Mustang, conteniendo por poco su intento de agresión. Rayo, agobiado, enseguida intentó ver si Sally estaba bien entre todo aquel lío. Para su fortuna, estaba ilesa. David la sonrió, agradecido, pero ella no aceptó su gesto más allá de la cortesía. Quedaba mucho por hacer aún, pero todo estaba en manos de Brenda. La cual, tras retornar la sala a la tranquilidad, se tomó unos minutos para analizar las pruebas que tenía ante ella. Cuando terminó, el ambiente podía cortarse con un cuchillo. Pero su declaración no se hizo esperar.

—Letrados, asistentes, acusado —pronunció—. Desde este momento, declaro que quedan retirados todos los cargos contra Tex Cadillac Dinoco a la espera de la verificación por parte de un equipo imparcial de toda la documentación aportada por la fiscalía. Mientras tanto, el señor Alex Mustang quedará bajo custodia y, si se demostrase que ha cometido fraude en este caso, será juzgado por ello.

Impávida, mientras Sally y su equipo hacían lo imposible por mantener a raya la euforia, hizo un breve gesto a los coches de seguridad para que se llevaran al nuevo acusado. Pero este, antes de irse, aún tuvo unas breves palabras de despedida hacia su antigua novia y ayudante:

—¡Me las pagarás, Sally! —reiteró, igual que había increpado a Aston—. ¡No eres nadie y no lo serás nunca!

Ella, por su parte, lo observó impasible; mientras el Ford era arrastrado a duras penas al exterior de la sala por una puerta lateral.

—Te equivocas, Mustang —susurró, al tiempo que la sala irrumpía en vítores ya sin poder evitarlo—. Te equivocas.

Ahora vendrían los interrogatorios a Alex, el esclarecimiento de pruebas… Pero, a pesar de todo, la joven dueña del Cono Comodín no quería estar ahí para verlo. Había otro coche que se merecía tener aquel honor… Aunque en ese momento estuviese hospitalizado y luchando por sobrevivir. No. Su sitio no estaba ya en Los Ángeles, sino mucho más lejos. De todas formas, tampoco pudo elucubrar durante mucho tiempo sobre lo que había sucedido; porque, un segundo después, se encontró rodeada de coches que por poco no la mantearon en medio del juzgado.

—¡Bravo, Sally! ¡Bravísimo! —la felicitó Luigi.

—Eres la mejor, chica —corroboró Sarge.

La muchacha rio sin poder evitarlo, azorada.

—Vaya… gracias…

—Bien hecho, chiquilla —le dijo entonces Doc, aproximándose junto a Rayo.

—Gracias, Doc —murmuró, antes de mirar a su novio con emoción contenida.

Sin poder evitarlo, ambos se rieron como tontos a la vez y se lanzaron a abrazarse, pegando mucho sus guardabarros como si aquello fuese su única tabla de salvación en el mundo.

—Enhorabuena —susurró él.

—Gracias —repitió ella, emocionada, antes de separarse y mirar a todo el grupo, encantada—. Pero no lo habría conseguido sin vosotros.

—Bah, tú lo vales sin necesidad de ayuda —ironizó Rayo. Y mientras los demás se alejaban ya hacia la puerta, agregó—. Bueno, confiesa: al final no ha sido para tanto, ¿no?

—Ja… —replicó ella—. No sé. Creía que me iba a dar un infarto ahí delante.

Rayo siguió la broma con una breve risita.

—¿Cómo te sientes? —quiso saber, solícito.

Sally meditó sobre ello.

—Bien —repuso, antes de corregirse—. No, mejor que bien.

Rayo sonrió más ampliamente.

—Nunca dudé de ti.

—Gracias. Sé que suena a tópico y esas cosas, pero… No lo habría conseguido sin ti. Y lo digo de corazón.

Su novio le quitó importancia con una rueda y quiso aproximarse para besarla, pero alguien interrumpió el idílico momento con un tímido carraspeo. Sally, sorprendida, se giró hacia su origen: David Aston.

—Eh, Sally. Yo…

—¿Sí, David? —preguntó ella, al tiempo que Rayo entendía que necesitaban privacidad y se retiraba hacia el grupo de Radiador Springs.

El chico, sin embargo, dudó y tartamudeó un poco por los nervios antes de preguntar:

—¿Por qué eres tan buena conmigo?

—¿Qué quieres decir?

El otro movió una rueda sobre el parquet, incómodo.

—Bueno, ya sabes… Me has mostrado que Alex no era la mejor opción y me ofreciste una alternativa mejor, a pesar de… Ya sabes… —sonrió levemente—. Quiero darte las gracias.

Sally aceptó con un asentimiento.

—No tienes que dármelas, David. Sé bien lo que se siente, al pensar que vas a perderlo todo si no haces lo que te dicen los de arriba —torció el capó al recordar aquellos momentos tan horribles de su pasado. Para su sorpresa, era como si ahora tuviesen una campana por encima que la aislaba del dolor y se preguntó si sería debido a que, ya por fin, había ajustado cuentas con Mustang. Meneó la cabeza. Prefería no pensar así—. Pero, siempre que nuestra integridad prevalezca —agregó—, el mundo del derecho tendrá una oportunidad. Ven, quiero presentarte a alguien.

David sonrió y la siguió, obediente.

Mientras tanto, Tex, Doc y Rayo los observaban con cariño.

—Lo ha conseguido, ¿verdad? —quiso saber el corredor.

Doc asintió despacio.

—Como dijimos: es más fuerte que cualquiera de nosotros.

—Y, además, una chica preciosa e inteligente que cuida de aquellos que le importan —agregó Tex—. Si no tuviese a Naya, la contrataba para el equipo.

—¡Vamos! —se escandalizó Rayo en broma—. ¿Primero yo y luego ella?

Tex soltó una carcajada.

—Qué le vamos a hacer —fingió lamentarse—. Pero una cosa sí tengo clara: sois tal para cual.

En ese instante, David y Sally llegaron a su altura y la joven presentó al joven Aston a Tex. Rayo y ella los dejaron hablando mientras salían de la sala.

—Entonces, ¿qué harás ahora? —quiso saber Rayo. Sin quererlo, había un temor que no lo había abandonado desde que Sally aceptó el caso para ella, pero tenía que asegurarse—. ¿Volverás… al mundo del derecho?

Sally enarcó los parabrisas, evidentemente sorprendida por aquello.

—¿Bromeas? —preguntó antes de sacudir el morro con firmeza—. No, para nada. Yo ya tengo una vida en Radiador Springs. Con los chicos, contigo… Y no lo cambiaría por nada del mundo.

Rayo sonrió, aliviado.

—Me alegra que digas eso —confesó—. Te quiero.

—Y yo a ti, Pegatinas —murmuró ella, rozando ligeramente su guardabarros con cariño infinito—. Y ahora, vamos a ver si a los De la Vega. Me muero por contarle esto a Naya en cuanto despierte…

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