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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 13)

Capítulo 13. Encerrona

Lightning Mcqueen Sally Carrera Cars Imágenes De Stock & Lightning ...
McQueen and Sally, Cars

—¡Rayo! ¡Aquí, aquí!

El corredor, aunque sabía que aquello podía suceder, no pudo reprimir un suspiro de hastío al tener que volver a enfrentarse a los periodistas aquella mañana.

—¡Rayo! ¿Son ciertos los rumores? ¡Una confirmación para el Braking Los Angeles!

—Calma, por favor —el joven esperó a que su novia se situara a su lado, silenciosa y seria como nunca, antes de pronunciar—. Sí, es cierto.

—Así que, ¿has pagado una deuda astronómica de tus patrocinadores? ¿Cómo te sientes al haber tenido que hacerlo?

Era Kory Turbowitz, una vieja conocida de Rayo. El corredor inspiró hondo, sacudió el morro y se apresuró a corregir a la periodista.

—Esto no ha sido una obligación, Kory —la rebatió con tranquilidad, aunque en voz lo bastante alta como para que lo escuchara hasta la tercera fila de periodistas que lo rodeaban—. Rust-Eze ha hecho mucho por mí y sí, quizá hubiese preferido que no me ocultasen esa información; pero Rusty y Dusty son casi como unos padres para mí, me han protegido siempre y creo que es lo menos que podía hacer por ellos.

—Entonces, ¿no ha habido ningún tipo de presión al respecto para hacerlo? ¿Algún motivo oculto? —se excitó un joven periodista que se encontraba a su derecha, cámara en rueda.

Rayo notó un retortijón en las bujías al recordar a Álex, sus amenazas; pero prefirió mantenerse lo más estoico posible, antes de replicar:

—No, ninguna. Al descubrirlo, sentí que mi deber era emplear el dinero que he ganado en las carreras, gracias a que ellos me dieron mi primera oportunidad, para devolverles, en parte, el favor.

Al ver que Naya le hacía señas desde la entrada del juzgado y que el cerco de periodistas parecía cerrarse, a una seña suya, los guardaespaldas de Tex que ya casi había adoptado como suyos ayudaron a empujar, sin violencia, a los «chupa-aceites», como seguían llamándolos en privado; permitiendo así que el corredor y su acompañante avanzaran hacia el edificio de hormigón y cristal.

Cuando ya se zafaron de la prensa y antes de entrar, no obstante, Rayo frenó y se giró hacia Sally, mortalmente serio.

—¿Qué ocurre, cielo? —se preocupó ella—. ¿Va todo bien?

Para su parcial tranquilidad, él enseguida se sacudió como si quisiera librarse de un insecto especialmente molesto, pero seguía teniendo el morro torcido.

—Tengo un mal presentimiento, Sal —murmuró—. ¿Crees que estamos haciéndolo bien?

Sin responder enseguida, ella imitó su mueca y meditó un instante.

—Con Álex, nunca se sabe —reconoció—. Pero quiero pensar que esto no se lo esperaba.

Rayo alzó una comisura del capó, divertido por dentro.

—Veamos a ver qué cara se le ha quedado al ver las noticias y te lo digo.

—Eh, Pegatinas… —lo frenó ella con suavidad un instante, cuando él ya iba a entrar. Él se volvió, ella lo besó con dulzura aunque con brevedad; y, cuando se separaron, musitó—. Pase lo que pase, yo estaré a tu lado. ¿De acuerdo?

Él sonrió con algo más de confianza.

—Y yo al tuyo. Somos un equipo, ¿recuerdas?

Sally lo flanqueó, imitándolo.

—Siempre.

Cuando la pareja se adentró en la sala, descubrieron que casi eran los últimos en llegar. Sin hacer caso a los murmullos de algunos presentes, Rayo y Sally avanzaron hasta donde estaban Naya y Tex; los cuales les dirigieron sendas sonrisas de aliento y agradecimiento, a partes iguales, antes de que Brenda Hudson hiciese su aparición tras el estrado. Sin embargo, Rayo no pudo evitar sentir un chispazo de triunfo en sus circuitos cuando contempló la ira rielando tras los ojos grises de Álex. Como habían previsto, Mustang no se esperaba que Rayo tuviese tal grado de inclinación altruista. Peor para él.

La tarde anterior, cuando el joven había llegado a la mansión De La Vega quemando rueda y con la respiración entrecortada, Sally se había vuelto a temer lo peor y había maldecido a Álex en todos los idiomas que conocía. Pero su enfado se había tornado en estupefacción cuando Rayo le había contado aquel burdo intento de chantaje por parte del fiscal. Tanto Naya como Sally habían decidido que no se precipitarían, que aquella podía ser una prueba importante para desenmascarar a Álex fuera lo que fuese en lo que estuviese metido –ninguna pensaba que su implicación en los dos casos contra Tex fuese coincidencia–, pero debían tener paciencia. Lo urgente era hablar con Rusty y Dusty y, después, ya se vería.

—Damas y cochelleros, se abre la tercera sesión del juicio del estado de California contra Tex Cadillac Dinoco —pronunció Hudson, al tiempo que sacaba unos papeles de una carpeta que habían colocado previamente sobre el estrado. La tensión podía cortarse con un cuchillo mientras analizaba, impasible, los datos que se mostraban ante sus ojos. Pero cuando al fin abrió la boca, la defensa se llevó una desagradable sorpresa—. Al parecer, los análisis facilitados por el fiscal Mustang son de declarada autenticidad; con lo cual, se aceptan como prueba —Rayo sintió un escalofrío cuando la jueza hizo una pausa—. Lamentablemente, no se ha podido confirmar la autenticidad de las pruebas del señor McQueen al cien por cien.

Tanto Sally y Rayo como Naya y Tex se quedaron boquabiertos, mirándose unos a otros con incredulidad. El corredor, en particular, sentía como si el suelo se fuese a hundir de un momento a otro bajo sus ruedas. Tenía que haber un error. No era posible que… Sin embargo, la mirada pedante que le dirigió Álex acto seguido, fugaz pero evidente, le dio la pista que necesitaba. Rayo apretó los dientes, sabiéndose impotente. Sin pruebas fiables, no podía refutarlo. Y lo peor estaba por venir.

—Estimada jueza Hudson, vistos estos resultados no me queda más remedio que solicitar que se retire, provisionalmente, su última Copa Pistón, así como la dotación económica, al vigente campeón Rayo McQueen.

El aludido apretó los dientes, conteniéndose a duras penas para no saltar encima de Mustang y hacerlo pedazos. ¿Aquello era lo que buscaba, en realidad? La expresión de Sally distaba muy poco de la suya, aunque parecía incluso más abatida. Para su desgracia, su ínfima esperanza se evaporó cuando Brenda Hudson, tras meditarlo unos instantes, asintió despacio con el morro:

—Se admite. El señor McQueen recibirá una solicitud formal para entregar tanto el premio, como el dinero asociado, en un plazo de cuarenta y ocho horas.

—Señoría —saltó entonces Naya, para sorpresa de todos—. Confiando en que ambas fuentes de análisis sean fiables, solicito que se repitan las pruebas a todos los corredores que hayan dado positivo para este caso, tanto los correspondientes a la fiscalía —la joven abogada se ocupó de dirigir una mirada envenenada a su rival antes de proseguir— como a los de la defensa, por parte de un equipo imparcial.

Álex la fulminó con la mirada y rechinó los dientes, claramente irritado; pero no dijo nada, sino que quedó a la espera de lo que la jueza tuviese que decir. El equipo de la defensa, por su parte, contuvo la respiración hasta que Hudson se decidió, de nuevo y para su alivio, a mover el morro afirmativamente.

—Dado el porcentaje de veracidad de algunas de las pruebas aportadas, se acepta.

—Pero, ¡protesto, señoría!

Brenda Hudson enarcó una ceja en dirección a Mustang, con clara ironía.

—¿Sí, señor Mustang? ¿Quiere aportar algo más?

El fiscal, consciente de que había cometido un exabrupto poco conveniente, movió el chasis para aparentar compostura, aunque por dentro rabiaba de furia.

—Las pruebas en papel deberían ser suficiente justificación —arguyó sin alzar la voz—. El señor McQueen no es parte de este caso.

Brenda mostró media sonrisa que a Naya le dio la vida.

—Lo lamento, fiscal; pero, aquí, toda prueba cuenta; y la petición de la letrada De La Vega no va en contra de ningún procedimiento judicial. Debería saberlo.

Mustang apretó los dientes y se inclinó en silencio, asumiendo la derrota a su manera.

—Si nadie tiene nada más que aportar, las pruebas se realizarán en dos días por un equipo designado por este tribunal y bajo estricta supervisión pericial. Un perito lo designará la defensa y el otro la fiscalía, para que cada uno se haga responsable de las pruebas de sus acusados —Naya contuvo una sonrisa de triunfo. Si Álex no podía meter las narices en su lado del jardín, mejor que mejor—. La fecha de la siguiente sesión será dos días después de la obtención de las muestras y la realización de las pruebas. ¡Se levanta la sesión!

En cuanto escucharon esas palabras, ambos equipos se levantaron para irse. Pero, antes de que nadie pudiese evitarlo, alguien se encaró con el fiscal y le cortó el paso:

—¡Álex! —Sally lo increpó sin pensar, antes de bajar el tono a otro mucho más dolido y temeroso. Lo quisiera o no, aquel coche seguía imponiéndola—. ¿Por qué…? ¿Cómo has podido?

Ante lo que el fiscal irguió el morro, sin asomo de culpabilidad, y susurró con su arrastrada y característica voz:

—Como ya le advertí a “su novio”, señorita Carrera —recalcó el apelativo dirigido a Rayo con evidente disgusto—. Confiar en su equipo, en este caso, podía ser una pésima decisión. Pero, lo olvidaba —Álex soltó una risita bronca cargada de desdén—. Usted puede arreglárselas «solo» en la vida. ¿Verdad, señor McQueen?

Y antes de que ninguno pudiera contestar, el fiscal los esquivó y salió con petulancia de la sala.

El silencio se adueñó del grupo formado por Naya, Sally y Rayo –a Tex ya se lo habían llevado a su arresto domiciliario–, que quedó varado en mitad del pasillo hasta que los guardias del juzgado los invitaron a marcharse. Rayo marchaba cabizbajo y sin hablar, rumiando lo que había pasado y sin saber bien a quién culpar.

—Eh —lo llamó Sally, intentando sonreír de forma alentadora, pero sin conseguirlo del todo—. Venga… Vámonos a casa —propuso, a lo que él aceptó con desgana—. Allí lo veremos todo más claro.

«Y ojalá se me ocurra una forma especialmente dolorosa de acabar con Mustang por lo que acaba de hacer»

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