Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 14)

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Capítulo 14 – Dulces perspectivas

Simon Baker

Un movimiento en el colchón hizo que el joven empezara a liberarse de los brazos de Morfeo perezosamente, y también los de la chica con la que había pasado la noche; seguro que se había cambiado de postura. Una somnolienta sonrisa se abrió paso en sus rasgos mientras consideraba qué decir a continuación. Había sido una noche intensa y no le importaría dormir un poco más, aunque había algo que le apetecía incluso más. Retuvo algún pensamiento de la chica y finalmente se volvió para apoyarse en un codo y poder verla desde una perspectiva más favorable y de paso volver a envolverla entre sus brazos pues con tanto cambio de sitio finalmente se habían destrenzado.

—Buenos días —saludó, para luego depositar un tierno beso de saludo en los labios de la muchacha.

Aún no había terminado de amanecer, por eso los ojos de la Hija de Júpiter presentaban ese aspecto diferente, como de tormenta, entre azules y verdes. Increíblemente hermoso. Sintió deseos de volver a hacerle el amor, pero se contuvo pensando en que ella podría estar aún dolorida por los excesos de la jornada anterior. Se pasó una mano por la herida, comprobando que su tamaño había menguado considerablemente y se preguntó si ella lo había pasado bien con sus caricias. Por su comportamiento la noche anterior daba por hecho que había sido agradable para ambos y también por sus pensamientos cuando lo creía dormido, para qué vamos a engañarnos. Aunque lo cierto era que le habría gustado mucho que ella señalase aquel hecho.

«Cada cosa a su tiempo»

—¿Te encuentras bien, quieres que te suba el desayuno?

Aunque, en lugar de hacer movimiento alguno, se acurrucó en el hueco de su cuello y aspiró su perfume que tras la última noche estaba mezclado con el suyo propio. Era un olor agradable.

Cerró los ojos y la estrechó contra su cuerpo. Aún era pronto, pero no pensaba forzar la situación, no había necesidad de ello. Por eso se quedó tranquilamente arropado por el cálido cuerpo de Ruth Derfain y le mandó un pensamiento, dulce, tierno y, sobre todo, claro como el cristal:

«Me encantas».

Podría habérselo dicho de viva voz, pero aquello le resultaba incluso más íntimo.

* * *

Ruth salió de sus reflexiones en cuanto un brazo bien torneado y un cuerpo cálido y bien formado se acoplaron al suyo, provocándole un escalofrío de placer. Con aquel roce, todas las preocupaciones parecían diluirse. La joven no se resistió en absoluto cuando la besó y de hecho aprovechó a recrear sus dedos de nuevo en sus rizos rubios, para después bajarlos por su hombro herido y así tantear cómo andaba la herida. Orgullosa de sí misma, comprobó que había comenzado a cicatrizar.

Esperaba que ya le doliese bastante menos; aunque, visto cómo se movía anoche, parecía que el hecho de acostarse había provocado un efecto más mágico en él que cualquier pomada. Cuando se separaron y él preguntó si estaba bien y que, si quería desayunar, un nudo agradable se enroscó en el estómago de la princesa a la vez que sonreía y se desperezaba entre sus brazos.

«Me encantas», susurró su mente en ese instante.

Fue como si una descarga eléctrica recorriese el cuerpo de Ruth, la cual no pudo evitar reírse con azoramiento junto a su piel desnuda.

—Buenos días —ronroneó sobre su cuello—. Estoy maravillosamente —admitió a continuación—. Lo de anoche fue… —sacudió la cabeza, incapaz de expresarlo con palabras, aunque su mente se recreaba cada poco rato en cada mínimo detalle de lo que había sucedido. Avergonzada, escondió el rostro aún más en su hombro—. Perdona, te parecerá absurdo… Pero jamás imaginé que fuese así. Quiero decir, a todos nos mencionan la palabra “sexo” en algún momento de nuestra vida, pero… —se estaba liando ella sola, así que decidió dejarlo estar con un sincero—. Gracias por todo.

De inmediato su estómago rugió, recordándole que llevaba un par de días sin comer. Sin embargo, cuando alzó la vista y sus ojos mar se cruzaron en el campo de visión de la mujer, esta olvidó todo. Porque, por muy Hijo de Mercurio que fuese, no podía impedir que su intuición detectase en sus ojos ese ligerísimo brillo. No sabía si estaba preparada para tomar la iniciativa; pero, como si no fuese suyo, su cuerpo se fue deslizando sobre el de él, sus piernas lo apresaron y mientras lo besaba de nuevo, musitó:

—Creo que el desayuno puede esperar. ¿No crees?

Sus movimientos eran inseguros y lo sabía. Probablemente, pensó, se lo estaba jugando todo a una carta. Pero, por primera vez y solo con ver los iris azules de Akhen clavados en los suyos, fueron suficiente para que siguiese adelante… hasta el final.

* * *

Cuando sintió el dulce peso de la chica sobre su cuerpo desnudo volvió a sonreír; al parecer, iba a ser una mañana movida. Cosa con la que estaba totalmente de acuerdo, a fin de cuentas, él la deseaba tanto como parecía hacerlo ella. Los dedos de Akhen recorrieron la espalda desnuda de Ruth mientras ella se entretenía en otros quehaceres. Si la primera vez que estuvieron juntos todo había sido delicadeza, la pasión fue esta segunda vez la nota predominante. Algo inexpertos, los dedos de la joven y otras partes de aquel maravilloso cuerpo le hicieron disfrutar cada momento, de ahí que esperase igual respuesta a sus caricias. Siempre con precauciones, claro.

Finalmente se separaron con un suspiro y esta vez no la dejó ir, sino que la estrechó fuerte entre sus brazos, como si quisiera tenerla a su lado para siempre. La sorpresa fue evidente para el Hijo de Mercurio cuando se dio cuenta de que, efectivamente, era aquello lo que quería: no separarse jamás de aquella muchacha que a cada momento se le clavaba más hondo. Aquel pensamiento le turbó, pues era la primera vez que sentía de aquella manera respecto a una mujer; ni siquiera cuando era adolescente había querido estar así con nadie. De hecho, ahora que lo pensaba, lo único que esperaba de la vida antes de conocerla a ella era una esposa que mostrar a los invitados, que lo acompañase, pero no le diera mucha lata.

Negó con la cabeza y besó a la muchacha en el pentáculo, justo entre las clavículas; ya no quería algo así. Realmente deseaba estar con Ruth y quería que fuera como ella era: valiente, inocente, llena de vida.

La apretó más fuerte contra sí, sintiéndose feliz y a la vez asustado. Sabía que se estaba volviendo loco por aquella joven rubia y de curvas peligrosas y no tenía ni idea de qué debía hacer a continuación. ¿Qué hacía la gente cuando se enamoraba? Lo reconocía: siempre se había sentido un experto en mujeres y lo que había sido era bastante capaz de llevárselas a la cama. No sabía nada de relaciones, ni de romanticismo ni de nada de nada. Aquello era un punto en su contra; por eso frunció el ceño, porque se estaba planteando pedirle a esa chica que se casase con él, pero temía hacerlo ya que lo horrorizaba ser como otro de sus estúpidos pretendientes. Ya los odiaba.

Antes de que ella lo interrogase sobre qué le ocurría, cambió de tema y volvió a besarla, esta vez en la sien.

—Ha sido estupendo.

Y tanto, había estado en un lugar diferente donde su cuerpo se había roto en dos y había vuelto a unirse del modo más dulce posible. Antes de que ella dijese nada se retiró de su lado con suavidad y fue hasta el aparador, donde recogió la cesta de fruta y demás viandas que le habían dado a Ruth la noche anterior y la llevó hasta la cama. Agarró una uva del racimo y se la metió en la boca, chupándose los dedos con picardía. A continuación, arrancó una nueva fruta y se la dio a ella, de hecho, le hizo abrir la boca para que la tomase directamente de su mano.

«Vaya, vaya», le recriminó su subconsciente, «¿quién es ahora el conquistador, bonito?»

Bufó interiormente y se recriminó a sí mismo:

«Oh, cállate», antes de seguir con el desayuno, feliz.

* * *

Cuando terminaron, Ruth se quedó acurrucada entre sus brazos, como si aquel fuese el mejor lugar de todo el universo. Algo que, en aquel instante, no le parecía del todo descabellado. Sin embargo, intuía que algo le preocupaba. A pesar de que el joven murmuró junto a su oído que había sido estupendo lo que habían hecho, y no podía evitar sentirse muy orgullosa –si Ruth no hubiese estado tan a gusto tumbada en aquella cama, probablemente se hubiese puesto a saltar de alegría–, además del hecho de que todos los posibles miedos que pudiese tener respecto a su abandono por torpeza se disiparon de un plumazo, había algo… que no lograba ubicar.

Sin embargo, antes de que pudiese preguntarle, él se levantó de la cama y se alejó hacia el aparador. Extrañada, Ruth lo observó moverse por la habitación, a la vez que una sensación muy curiosa luchaba con su racionalidad por el control de su cuerpo.

No obstante, en cuanto se aproximó de nuevo con la cesta de la comida, el estómago de la mujer rubia protestó ruidosamente… otra vez. Suspiró. El siguiente asalto debería esperar.

Akhen, por su parte, no ponía las cosas fáciles. El primer bocado lo dio él, haciendo una serie de gestos de todo menos castos, pero no terminó ahí. La siguiente uva viajó en sus dedos hasta la boca de Ruth. Sin resistirse, ella cerré los ojos con deleite y lo dejó hacer. Cuando masticó, saboreando su dulzura, se incorporó de nuevo y alargó la mano sobre el cuerpo de Akhen para apoderarse de otra fruta.

Ruth se percató entonces de que el sol ya se había alzado bastante en el cielo, lo que indicaba que la magia de la noche quedaba atrás y había que retornar al mundo real. La cuestión era, y reflexionó sobre ello mientras se recostaba junto a Akhen en una posición más cómoda para comer:

«Y ahora, ¿qué? ¿Qué vamos a hacer?»

* * *

Era un buen momento para hacer semejante pregunta, aunque realmente Akhen lo hubiera postergado un poco más, lo máximo que pudiera en realidad. A fin de cuentas, acababan de hacer el amor y no tenía mucho interés en otra cosa que no fuera estar allí comiendo fruta e hidratándose; por ello quizás se hizo con una pera que adornaba la canasta de mimbre, le dio un mordisco y se pasó la lengua por los labios evitando cualquier chorreón innecesario. No dijo nada mientras acababa con la fruta y finalmente se volvió hacía la chica que le había formulado aquella cuestión directamente a la mente. Sin filtros.

—Vámonos a la Tierra —Akhen estaba deseando ir allí. Sabía que con sus dones no iba a ser sencillo vivir allí, pero había cientos de Escuelas Mágicas por el mundo. Un par de magos adultos deberían poder arreglárselas y si no podían, siempre podían usar de modo sutil esas mismas habilidades para ganarse la vida. Según había escuchado, los terrestres eran muy crédulos. A la vista estaba: en lugar de creer en los dioses del panteón, habían sido capaces de renunciar a ellos por divinidades más modernas como Buda o Jesucristo¬—. Tú misma has dicho que eres una fugitiva y yo estoy hasta las narices de los estirados de mis padres. No se me ocurre un mejor momento para ir.

Era una idea descabellada y Akhen lo sabía. Por mucha conexión que tuvieran en más de un sentido, se habían visto tres veces. ¿Qué demonios esperaba que le dijera? Más incómodo de lo que le gustaría reconocer se puso de pie, buscó la ropa que no estaba manchada de sangre y se vistió con ella. No lo hizo con un ápice de vergüenza, en realidad fue más bien una cuestión relacionada con el frío y así se lo hizo saber a Ruth señalando la ventana.

A continuación, volvió a sentarse a la cama: había desechado la túnica y seguía con el pecho al descubierto. Acarició la mejilla de la muchacha, recreándose en lo suave que era. Luego la besó en la frente y continuó con otra pieza de fruta; tan enfrascado estaba en sus ideas que ni siquiera se percató si era una manzana o un plátano. Intentar ordenar sus ideas le estaba consumiendo demasiada atención

—Aunque si te parece una locura lo entenderé.

«Me quedaré hecho una mierda, pero lo entenderé, que no se diga que no soy un hombre comprensivo».

Aunque más que tolerante se sentía idiota. ¿Quién le mandaba ir a aquella cena de compromiso en Ávalon? ¿Para qué demonios se reunía con ella en Tribec? Y, sobre todo, ¿por qué había puesto su vida en riesgo para salvarla? No conocía las razones, pero esto último estaba convencido que volvería a hacerlo una y mil veces. Si de verdad estaba empezando a sentir eso que intuía estaba perdido. ¿Cómo podría ser estar siempre preocupado por ella? ¿Qué clase de vida era aquella? Ruth lo sacó de sus cavilaciones colocando sus dedos bajo su mentón y haciendo que la mirara

—¿Qué me dices? —dijo con su sonrisa de siempre, sintiéndose más estúpido que nunca.


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