Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 12)

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Capítulo 12 – La Hija del Fuego

Simon Baker

—Siéntate. Déjame verlo —le pidió, aunque aún había cierta brusquedad en sus gestos y en su tono.

Él obedeció y ella, después de tocar alrededor de las heridas, cuyo borde había adoptado un desagradable tono violáceo, miró a su alrededor con urgencia.

«¡Sí!»

 En la esquina había una jarra y una palangana. Sin embargo, no había trapos a mano, a excepción de las sábanas. Con un suspiro, la mujer se dejó llevar por su intuición, a la que siempre apreciaba en momentos como este. Sacó el cuchillo que aún guardaba bajo el chaleco, se despojó de este y rasgó con dos tajos las mangas de la camisa. Rápidamente, las echó en la bacina de madera y vertió agua sobre ellas, corriendo acto seguido junto a Akhen.

—No te muevas —le pidió. Una de sus manos se apoyó sobre su pecho, en la zona de piel sana, mientras la otra limpiaba con cuidado la sangre medio coagulada de los cortes. Durante el proceso, Ruth evitó mirarlo a los ojos todo el tiempo que fue capaz, hasta que se dio cuenta de que sus habilidades curativas requerían una explicación—. Hace años Morgana se cayó del caballo mientras galopábamos cerca de Ávalon. Se hizo daño en una mano, y yo tuve que ayudarla a subir de nuevo a la silla y guiarnos a ambas hasta casa. Cuando el Hijo del Sol que trabajaba allí la atendió, me quedé mirando cómo lo hacía —se encogió de hombros como para quitarle importancia, a la vez que cogía el chaleco del suelo, lo cortaba e improvisaba una venda con sus restos—. Confieso que nunca me han llamado las artes de otras Casas, ni siquiera cuando tenía que aprenderlas a la fuerza con corta edad. Pero la habilidad que tenía ese hombre… —dio la última vuelta y lo ató con una de las cuerdas del chaleco, haciendo un agujero con el puñal—. En fin, supongo que si no hubiese nacido Hija de Júpiter me hubiese gustado ser una Hija del Sol… Por ello traté de aprender todo lo posible sobre primeros auxilios. Al fin y al cabo, es una habilidad de Fuego… —sonrió—. Y, …esto ya está.

Mañana habrá que buscar un desinfectante pero, hasta ese momento…

Ruth contempló satisfecha su trabajo. Aquel vendaje debería aguantar al menos hasta que pudiese verlo un médico competente. Y únicamente en ese instante se permitió volver a adentrarse en sus ojos de un azul profundo como el del mar. Debía reconocer que aún estaba asustada por todo lo que había vivido en los últimos dos días y no tenía ni idea de qué hacía Akhen en las Tierras Lejanas; pero una cosa sí tenía clara. En caso de que fuese necesario, no podía imaginar otro compañero de viaje que no fuese él.

* * *

Era sorprendente que Ruth tuviera aquellos conocimientos más apropiados de los Hijos del Sol que de los de Júpiter. Sintió curiosidad por saber la razón de ello, de manera que su explicación fue bien recibida, lo mismo que sus cuidados, pues tener la herida vendada era mucho mejor que la sangre chorreando a su antojo. Hasta le dolía menos, lo que unido a la visión de la chica con aquel conjunto tan seductor era algo positivo. Sin lugar a dudas. Retiró la mirada, ¿en qué demonios estás pensando?, se recriminó y se dedicó a observar el escaso mobiliario de la habitación: un arcón, un aparador con una palangana y una jarra con agua, la ventana, la dichosa cama y Ruth. Mala idea, había que distraerse con otra cosa y la mirada azulada de la rubia no era la mejor.

No le gustaba sentirse de aquel modo. Si aquello hubiera sido una situación más normal, probablemente no se sentiría tan nervioso. Ninguna chica se le resistía a Akhen Marquath, pero con la muchacha que ahora lo acompañaba era como si anduviese por un suelo invisible, como si no supiera dónde poner el pie en ningún momento. Quería hacer bien las cosas y poco tenía que ver con que fuera una Derfain o la mejor opción de matrimonio que se le presentaría jamás. Era todo muy confuso y, por muchas vueltas que le daba, nunca llegaba a una conclusión que le convenciera. Suspiró, dejando que toda la tensión que había acumulado en el combate.

—Gracias por esto —y se señaló la herida con una media sonrisa bailando en su rostro. Se sentía muy cansado, un poco febril incluso; y sabía que no debía presentar un aspecto muy lozano, pero sentía que había hecho lo que debía hacer. Salvar a la muchacha que ahora le miraba con tanta preocupación. Así las cosas, no era de extrañar que le importase más bien poco la reunión a la que se supone que debía acudir, lo que supondría una nueva decepción para su padre, pero le daba igual. De hecho, estaba tan distraído con el rostro de la muchacha que, cuando la besó con suavidad, no le pareció inapropiado, aunque se retiró enseguida. Seguía siendo un caballero, por mucho que le pesase. Debían tomárselo como una muestra de agradecimiento—. ¿Estás bien? —preguntó entonces, intentando cambiar de tema. Teniendo en cuenta su herida, debía estarlo; se sentiría francamente imbécil si, además de haber sido golpeado por esos tres impresentables, ella no estuviera en perfecto estado. Por lo que podía ver todo estaba en orden, así que suspiró y clavó la mirada en sus botas, manchadas por el barro del camino—. Ruth, me has dado un susto de muerte —reconoció, sintiéndose aún más tonto—. Si llegan a hacerte algo esos tres no hubieran tenido lugar dónde esconderse, lo juro.

Sí, debía estar enfermo.

* * *

Se estaba disculpando…

«Por todos los…»

Y además estaba preocupado por ella. Una de dos, decidió Ruth: o bien alucinaba, o bien soñaba. Pero no parecía el caso. Su rostro pálido empezaba a perlarse de sudor y la joven sospechó que una simple limpieza de la herida no iba a hacer mucho por mejorar su estado general. Durante la cabalgata, a juzgar por el estado de su túnica, había perdido bastante sangre. Debía admitir que cuando la besó, deseó más; muchísimo más. Al cuerno su herida y el mundo entero… Pero cuando se separó de ella, la princesa recuperó algo de lucidez y la adrenalina que corría por sus venas le devolvió recuerdos mucho menos placenteros de lo que había sucedido durante el día. Por un momento, se quedó quieta sin saber qué hacer, hasta que su oportuno estómago le dio la solución. Reprimiendo las ganas de devolverle el beso, Ruth se sacudió las manos en el pantalón y respiró hondo antes de sonreír.

—Estoy bien, no te preocupes. Solo que aún no se me ha pasado el susto —acto seguido se incorporó—. Oye, estoy famélica. Te parece si… —retrocedió un par de pasos hacia la puerta—… ¿voy a buscar algo de comer? Tú tampoco tienes buen aspecto y… —el picaporte estaba al alcance de su mano—. Bueno, eso… Ahora vuelvo.

Y salió con prisas de la habitación. En cuanto lo hizo, se apoyó contra la pared y exhaló con fuerza todo el aire que estaba reteniendo, a la vez que cerraba los ojos y trataba de serenarse.

«Ruth, relájate».

Cierto que el hecho de que, aparte de todo, no ayudaba el hecho de que Akhen y ella tuviesen que compartir una habitación de apenas nueve metros cuadrados… y pasar la noche juntos. Tragando saliva, la joven se encaminó hacia las escaleras. La atracción entre los dos era más que evidente; pero, si tenía que pasar algo, se prometió a sí misma que sería sincera con él. Completamente.

Cuando llegó abajo, el tabernero aún estaba recogiendo las mesas, por lo que la noche no debía estar muy avanzada.

—Hola —lo saludó—. Perdona que te interrumpa, mi marido está un poco… enfermo y necesitaría algo para poder darle de comer. ¿Sería posible?

El tabernero, una criatura de rasgos anchos con curiosas vetas azules surcando su rostro, la escrutó de arriba a abajo.

—Tú no eres de por aquí, ¿verdad?

—No… —admitió ella, aunque procuró que su súbita sospecha no se reflejase en mi rostro—. ¿Hay algún problema?

El hombre suspiró antes de responder:

—Los ogros se dedican a saquearnos cada poco tiempo. La comida escasea por aquí.

«Mierda», pensó Ruth.

Si no era para Akhen, al menos necesitaba algo para comer ella; porque lo cierto es que, desde que había salido de Ávalon apenas había probado bocado. De repente, lo recordó y con rapidez, sacó una moneda de oro de la faltriquera que llevaba a la cintura.

—Por favor —suplicó, tendiendo la mano—. Espero que esto sirva de compensación…

El posadero tardó entonces un abrir y cerrar de ojos en entrar de la cocina para acto seguido salir de la misma con una cesta llena de fruta, pan y queso.

—Espero que tu marido se recupere, muchacha. Que los Dioses te bendigan.

La aludida sonrió, agradecida; pero, cuando él ya iba a ponerse de nuevo a colocar sillas, a ella se le ocurrió otra cosa.

—Oye… y sé que es mucho abusar, pero… —sacó con cierto dolor interior una nueva moneda del saquillo. Esperaba que su desaparición no siguiese ese ritmo en los siguientes días—. No tendrás alcohol y pomada cicatrizante, ¿verdad?

Cuando volvió a la habitación, cargada como una acémila, trató de no mostrarse nerviosa.

—Aquí estoy —anunció, antes de dejar todo sobre la cómoda. Sin embargo, el alcohol y la pomada permanecieron en sus manos, a la vez que se acercaba a Akhen y comenzaba a quitarle despacio la venda. La herida seguía violácea. Con cierto esfuerzo, Ruth consiguió descorchar aquella botella de líquido ambarino y olor fuerte—. Esto te va a molestar —avisó antes de dejar caer el líquido sobre las tres líneas rojizas. Sin esperar a su respuesta, abrió el tarro de cicatrizante y lo aplicó con cuidado sobre las heridas. Aquello ya no necesitaba venda, por lo que arrojó el chaleco a un rincón—. Por cierto… gracias… por salvarme la vida —sonrió entonces y se obligó a mirarlo a los ojos mientras acariciaba inconscientemente la porción de espalda que quedaba bajo la herida—. Aunque ello te haya supuesto ayudar a una fugi…

Se calló de inmediato, maldiciéndose interiormente. No podía decírselo. No podía contarle todo lo que había pasado. Sobre todo, por cómo le afectaría a él a nivel personal. Sin embargo, su mente completó la frase sumado a una maldición y a un torrente de imágenes muy ilustrativas de sus recuerdos de las últimas veinticuatro horas, que surgieron como un torrente y sin que Ruth tuviese control sobre las mismas.

«…tiva. Maldita sea».

* * *

Akhen alargó el brazo y descorchó una de las botellas que había traído la chica consigo. Resultó ser whisky, cosa que agradeció; pues aquella última confesión le dejó claro qué hacía la muchacha en aquel lugar. Se había escapado, se había ido de Ávalon sin decírselo a él. Aunque, bien pensado, no tenía ningún derecho a saberlo, no eran más que dos personas que se sentían atraídas la una por la otra. No era su marido ni su prometido. ¿Qué había habido entre ellos, tres besos con el mar de fondo? Confirmado, Akhen Marquath era un grandísimo idiota al que estaban a punto de hacer papilla.

«Bien jugado, estúpido».

Al menos le había puesto aquella cosa en la espalda y el dolor había remitido bastante. No era agradable lo que acababa de descubrir, por otro lado, pero el alcohol ayudaría a pasar el mal trago. De ahí que volviese a llevarse la botella al gaznate. Beber para olvidar… y él que pensaba que eso solo les ocurría a los fracasados; aunque, bien mirado, quizás acabara de convertirse en uno. Menudo pringado. Primero la chica no hace ademán de besarle tras haberlo hecho él, luego se marcha y cuando vuelve es para decirle que se estaba escapando justo de él. Precioso todo, para enmarcarlo. No entendía nada, ¡pero si había dicho que le gustaba!

De pronto, el resto de información restante llegó a él de golpe y tuvo que cerrar los ojos. No le habían avisado y había tenido que ir destrenzando los datos que llegaban a su cerebro sobre la marcha. Cuando lo entendió la volvió a mirar, esta vez con la mandíbula desencajada.

—¿En qué coj… demonios piensa tu padre? —al menos fue capaz de detener la palabra malsonante antes de que no hubiera marcha atrás, pero su gesto denotaba peligro, ira y rencor—. No puede casarte con quien le venga en gana y encima ocultarlo a todo el mundo. Cuando lo vea se va a enterar y me importa un cuerno que sea el señor de Ávalon —si seguía bebiendo a esa velocidad acabaría achispado. El analgésico que la Hija de Júpiter le había proporcionado también lo estaba atontando, de ahí que tuviera menos cuidado a la hora de lanzar sus pensamientos o a la hora de escuchar los ajenos. Empezaba a dejarse llevar de una manera muy poco apropiada. Un nuevo trago—. ¡Me tienen harto! Primero mi padre me obliga a venir al fin del mundo par a hablar con no sé qué idiota, luego unos ogros casi matan a la chica que me gusta y para colmo de males me llevo una tunda. En días así no merece la pena levantarse de la cama —se dejó caer contra la pared que tenía detrás, levantó la botella y le dio un nuevo trago—. ¿Y sabes lo peor? Hoy estás más guapa que nunca.


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