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Capítulo 2 – Akhen

—Ese soy yo —señaló él, usando la misma fórmula que ella segundos antes y se retiró el cabello de la cara. Se le estaba secando y las ondas no eran precisamente obedientes e iban por libre.
Había optado por no preocuparse demasiado, ¿qué ganaba con ello? Cuando recuperó su mano se dio cuenta que Ruth lo estaba mirando y una parte de él sintió deseos de dejarla donde estaba, acariciando aquellos dedos tan cálidos. Se maldijo interiormente y observó la magnificencia a su alrededor: los Hijos de Júpiter tenían unas vistas estupendas, sin ningún género de dudas. Quizás aquel fuera un buen tema para hablar con la chica a su lado e ir conociéndola.
—Este sitio es increíble —señaló, dejando que su mirada bebiera de todo lo que había a su alrededor—, es lógico que me haya desorientado —Y soltó una nueva risita, que aprovechó para acercarse un poco más a la muchacha de inmensos ojos azules y hacerle una confidencia—. ¿Sabes una cosa? Mis padres me estaban dando el sermón para que no me perdiera, o algo así, y es justo lo primero que hago. Menudo desastre.
Su progenitor era un gran orador que se podía pasar una hora riñéndolo por algún “comportamiento inadecuado” sin apenas repetirse y su madre… Bueno, ella formaba dramas por cualquier cosa y Akhen solía ser el motivo. Cuando era más joven, esas cosas le dolían; a fin de cuentas, sentía que no estaba a la altura de sus expectativas; ahora era él quien decidía y, mira por donde, quería un matrimonio ventajoso. Nada tenía que ver que quisiera demostrarles a sus padres que podía ser el mejor. Nada de nada.
* * *
«Ay… Madre… Mía» fue lo primero que pensó Ruth en cuanto se acercó tanto a ella.
Sin embargo, aguantó estoicamente mientras él susurraba sobre su oído para, acto seguido, apartarse con discreción, un ligerísimo carraspeo y un floreo de caderas, adelantándose hacia la galería que se abría frente a ellos. Akhen tenía razón: las vistas de la fortaleza eran impresionantes allá dónde se pisase. Aquella galería daba directamente a la playa del Mar de la Niebla, donde atracaban los pequeños botes de remos y lanchas de madera cuando tenían alguna visita de “allende los mares”. Suspiró: nunca había salido de Ávalon… Y le encantaría. Pero no era el momento de pensar en aquello.
—Sí, es cierto. Las vistas son espectaculares —admitió mientras se apoyaba sobre la balaustrada de piedra—. Podemos saber quién entra y quién sale de aquí sin ningún problema.
La frase iba con un significado implícito y, sin volverse, la bruja focalizó un nuevo pensamiento en su mente, libre totalmente de barreras.
«Y mis pretendientes han salido todos con el rabo entre las piernas».
No estaba segura de si él lo había escuchado; pero, por un instante, estuvo tentada de utilizar… “su otro poder”. Ese que se consideraba un signo de abuso y de falta de respeto por otros miembros de la Comunidad Mágica; pero con el que, no obstante, nacía todo Hijo de Júpiter. El poder de hacer que te obedeciesen.
Por un momento, Ruth deseó darle una lección de humildad a aquel presuntuoso y, lentamente, giró la cabeza con esa idea fija en la mente. Si hubiese podido, le hubiese añadido fluorescencias mentales para asegurarse de que Akhen Marquath lo viese y supiese con quién se la estaba jugando. Los Hijos de Júpiter estaban en lo alto de la pirámide jerárquica de los magos y ni siquiera el hecho de ser la hermana pequeña de Morgana Derfain la iba a privar de esa pequeña ventaja.
Sin embargo, en cuanto sus miradas se cruzaron, un escalofrío recorrió su espalda de punta a punta. Una sensación extraña en la que se entremezclaban dos intuiciones. Una, que aquel hombre solo era otro pretendiente más que buscaba su fortuna y posición a toda costa. Y la otra que, en el fondo, Akhen Marquath estaba genuinamente interesado en ella.
Confundida, Ruth giró la cabeza con brusquedad, enfocando de nuevo el mar azulado que se extendía hacia el horizonte neblinoso mientras se abrazaba el cuerpo con los brazos, como si tuviese frío. Pero lo cierto es que no hacía una mota de brisa.
* * *
Akhen no quería hacerlo, no era su intención pasar todo el encuentro riéndose, pero es que los pensamientos de Ruth producían ese efecto en él. La chica había levantado la barrera que había tejido en torno a sus pensamientos y le daba luz verde para leer en ellos. Y lo que le mostraba no podía ser más directo: todos sus pretendientes habían salido con el rabo entre las piernas.
«Vaya, vaya, así que le ha tocado una pandilla de debiluchos»
Así iba a decírselo. Tampoco hacía falta que estuviera tan seria o que lo atacase sin haberlo conocido, pero no tuvo tiempo. Ella volvía a mirarlo a la cara y la frase se quedó convertida en un montón de ideas deshilachadas en el fondo de su cerebro.
«Menudos ojos», fue lo único coherente que su mente fue capaz de señalarle mientras boqueaba como un pez fuera del agua.
Pero el hechizo duró poco, porque Ruth se giró para ver el mar que se observaba por la galería. Aquello le dio el tiempo justo para recomponer un poco su pose de tenerlo todo bajo control. Se volvió a pasar los dedos por las ondas rubias y tosió; al menos no había perdido la voz. Pasó una mano por la manga de la túnica, deshaciéndose de una arruga inexistente, y observó a la muchacha de reojo. Acababa de abrazarse a sí misma con los brazos. Akhen olisqueó el aire: hacía una noche preciosa, con una temperatura ideal. Volvió a dudar, pero al final se decidió y se acercó un poco más a ella.
Hasta tres veces hizo el ademán de colocarle las manos sobre los hombros para darle calor; no llevaba más que la túnica y no le parecía adecuado quedarse desnudo en su primer encuentro. Volvió a reflexionar sobre qué ocurriría si dejaba caer sus brazos finalmente:
A. Podría recibir un puñetazo.
B. Podría recibir una bofetada.
C. Quizás ella ni le prestase atención.
D. Demostraría ser un buen caballero.
«Qué demonios», y sus manos terminaron el recorrido.
Fue un roce sutil, nada invasivo, más bien una muestra de educación, o eso quiso pensar.
—¿Tienes frío? ¿Quieres que te busquemos una capa?
* * *
En cuanto sus dedos se posaron en los hombros desnudos de Ruth –el cuello de barco fruncido de la túnica violeta y aguamarina los dejaba al descubierto, algo que en un otoño caluroso como aquel por el que pasaban aún podía permitirse–, fue como si una descarga eléctrica sacudiese su cuerpo. Una sensación familiar, como si toda la magia que albergaba en su interior se removiera, estirase y desperezase ante su contacto. La joven jadeó sin quererlo y se obligó a recordar cómo se respiraba normalmente a la vez que arqueaba los hombros como un reflejo, procurando liberarse de aquellas manos de la forma más sutil posible.
—No… Gracias –Esbozó una pequeña sonrisa al volverse—. No hace falta.
Sus ojos se cruzaron de nuevo con los de él, a la vez que un torbellino de pensamientos diversos invadía su mente. Desvió la mirada un instante procurando levantar una barrera a tiempo, aunque no sabía si eso iba a ser suficiente ante alguien que había nacido con el don de la telepatía.
«Es guapísimo», admitió. «Y, ¿qué diantre? ¿Importa acaso que sea un Hijo de Mercurio?»
Algo en su interior se revolvía ante la idea de que un miembro de otra Casa ocupase el lugar que no habían conseguido alcanzar unos cuantos Hijos de Júpiter, pero… Su encanto era evidente. Sin embargo, la benjamina de las princesas de Ávalon no había terminado de claudicar. Ni mucho menos.
Así que, dispuesta a seguirle aquel juego de seducción que parecía haber iniciado –o eso quería intuir ella en su gesto más reciente–, volvió de nuevo el rostro hacia él, aleteó a propósito las pestañas rubias y lo miró desde abajo sin dejar de sonreír, ahora con cierta diversión.
—¿Es tan galante con todas las mujeres a las que ha pretendido, señor Marquath?
* * *
Akhen no entendía a las mujeres, o quizás fuera mejor decir que a la que no comprendía era a Ruth Derfain. En un momento pasaba de apartarlo de ella –lo había hecho de modo suave, pero no dejaba de ser un rechazo– a hacerle preguntas típicas de una sesión de coqueteo. No sabía qué pensar de ella, ¿le estaría tomando el pelo quizás? No la conocía lo suficiente para saberlo, pero le daba la sensación que no era nada de eso; que se estaba comportando como realmente era, sin trampa ni cartón. Se acarició el mentón durante un segundo, dubitativo, ¿qué debía responder? Muchas habían sido las mujeres que habían caído presas de su encanto; pero, si quería casarse con Ruth, quizás no fuera bueno seguir por aquel camino… O quizás sí. Una nueva sonrisa se aposentó en sus labios.
«Que sea lo que tenga que ser».
—¿Es tan encantadora con los pretendientes que ha visto salir con el rabo entre las piernas, señorita Derfain? —respondió el Hijo de Mercurio a la pregunta de su interlocutora con otra similar. Aunque ahora sus posiciones estaban un poco más alejadas, parecían estar más cerca, porque ambos habían decidido empezar en serio con el flirteo. En realidad, a pesar de lo seguro de sí mismo que parecía, era la primera vez que el joven debía cortejar a una dama en serio. Había salido con algunas chicas y había tenido más que palabras con otras tantas, pero el concepto de matrimonio nunca se le había pasado por la cabeza con aquellas pobres muchachas. Ahora que debía enfrentarse a ello, siempre pensó que sería con una chica estirada que sus padres eligieran y no una muchacha tan desconcertante como Ruth. No estaba seguro de qué hacer, aunque optó por ser él mismo y dejar que el destino decidiera. Dejando de lado su pregunta lanzada al aire, sus ojos encontraron nuevamente los de la muchacha de cabello rubio con la que conversaba—. Supongo que soy como soy —Por un segundo, su vista se perdió en la inmensa masa de agua que se veía desde la balconada a la que se asomaban, preguntándose muchas cosas. Demasiadas—. Así que —Rozó despreocupadamente el cuello de la túnica de la chica, volviendo a imaginar arrugas, pelusas o cualquier inconveniente ficticio—, ¿por qué no nos centramos en el aquí y el ahora y olvidamos el resto?
Retiró la mano con un floreo y volvió la mirada hasta las brumas, dejando que la brisa ocasional refrescase sus rasgos.
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Akhen y Ruth: una historia agridulce (Los Hijos de los Dioses #0.5) es una historia creada por Paula de Vera (c) y MJ Pérez (c)
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