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#FanficThursday: Willow (Capítulo 9)

Capítulo 9 – No solo hay que ser la reina

Sorsha procuró serenarse mientras descendía por aquella escalinata estrecha y empinada, a la vez que recogía con un puño tembloroso parte de la falda del vestido que llevaba. Las faldas no eran un atuendo al que se hubiese acostumbrado durante su vida pero, ahora que ostentaba el mando de Nockmaar, sabía que no le quedaba más remedio que resignarse a tragar con determinadas obligaciones relacionadas con el protocolo.

Dado que el invierno empezaba a arreciar en todo su esplendor, Sorsha había elegido un atuendo sencillo de terciopelo rojo brillante, sobre el que contrastaban elegantemente algunos de sus rizos pelirrojos. El resto estaban pulcramente recogidos en una redecilla tras la nuca y ciñendo su frente, la princesa del lugar portaba una sencilla diadema de hierro forjado. En Nockmaar nunca se habían estilado el oro ni las joyas, pero la elegancia era algo que toda realeza debía llevar a rajatabla. En todos los aspectos.

Sorsha respiró hondo mientras llegaba al pie de la escalera y avanzaba por el corredor, iluminado tenuemente por la luz de las antorchas ancladas sobre los muros a ambos lados. ¿Qué iba a decirle? ¿Sería posible restañar lo que parecía haberse roto una semana atrás? La muchacha no estaba segura, y quizá por ello iba hecha un manojo de nervios. Sin embargo, cuando llegó a la puerta del comedor, un sirviente la abrió y el visitante se giró para mirarla directamente, alertado por el ruido de las bisagras, Sorsha no pudo evitar que su rostro se desencajase a causa de la sorpresa mezclada con cierta extrañeza. Porque aquel no era ni mucho menos a quien ella esperaba.

–Mi señora –se adelantó entonces el extraño, haciendo una reverencia cortés hacia la princesa–. Disculpad esta visita tan tardía, pero nos retrasó el Laberinto de Piedra y…

–¿Quién sois? –quiso saber Sorsha, con cierta dureza mal disimulada. Qué le iba a hacer, era un rasgo de su carácter que nunca había podido esquivar y aquella visita que, además de todo, no era la que ella esperaba, solamente había estropeado aún más su humor–. Hablad –le exigió.

No obstante, el recién llegado no pareció asustarse, sino que mostró una amable sonrisa antes de inclinarse de nuevo.

–Disculpad mis modales, lady Sorsha –se excusó con impoluta educación–. Soy Eleion de Cashmere, príncipe heredero de aquellas tierras y humilde embajador de mi familia en vuestro castillo.

«Cashmere», pensó Sorsha. Había oído hablar de Carissima, la princesa del reino, pero jamás imaginó que no fuese la heredera. Aunque con lo que se contaba de ella, Bavmorda podría pasar por santa a su lado, y casi era preferible que no fuese la encargada de tomar las riendas del país. Pero Sorsha prefirió reprimir todas aquellas valoraciones para sí. La situación exigía diplomacia: las tierras orientales de las que procedía Eleion eran famosas por su gran comercio y su riqueza, por lo que Sorsha sabía que no le convenía perder aquel contacto por las buenas si venía en son de paz. Igualmente, debía ser cautelosa, puesto que no creía que aquel joven hubiese aparecido por allí solamente para saludar.

Por ello, tras devolverle la reverencia y mostrar una ligera sonrisa que no indicaba nada acerca de sus intenciones, Sorsha se adentró en el salón e invitó a Eleion de Cashmere a tomar asiento en una de las sillas talladas, mientras ella hacía lo propio en otra no muy alejada.

–Ruego disculpéis mi brusquedad –le pidió entonces–. Últimamente no estoy acostumbrada a recibir visitas.

–¿Ni siquiera de hombres apuestos como yo?

Sorsha procuró no atragantarse con el vino que acababa de empezar a beber, en un vano intento de tranquilizar su alma agitada. «Qué directo», intuyó enseguida, aunque no sabía si eso era bueno o malo de momento. «Y además algo presuntuoso», eso quizá podía resultar más espinoso, pero nada que no tuviese solución. «Habrá que adularle para que se avenga a negociar», reflexionó entonces. «Pero, ¿por qué está aquí si no es por eso?»

Mientras meditaba sobre ello, tratando de no elucubrar razones peregrinas para la presencia de Eleion en Nockmaar, una sensación amarga se alojó en su estómago. Puesto que sí había tenido contacto, si no se podía calificar exactamente de visita, con un hombre apuesto. Claro que sí. De lo que no había tenido tiempo era de arreglar las cosas con él antes de que sus caminos se separasen definitivamente.

–¿Os encontráis bien, mi señora? –preguntó entonces Eleion.

Al parecer, no se le escapaba una. Por lo que Sorsha trató de recuperar la compostura lo mejor que fue capaz, a la vez que clavaba la mirada directamente en él.

–Lo cierto es que sí ha habido hombres apuestos en este castillo, mi señor –le siguió el juego– pero no estoy segura de si esa curiosidad morbosa es el motivo de vuestra visita.

Mostró media sonrisa burlona para quitarle hierro al asunto pero, para su sorpresa, Eleion se había puesto serio.

–¿Os referís por un casual a Madmartigan de Galladoorn, mi señora?

La palidez de Sorsha debió de ser bastante elocuente en ese instante, a la vez que dejaba la copa con cuidado sobre la mesa. Con el temblor que se había apoderado de sus manos, dudaba de que no se la hubiese derramado encima.

-¿Cómo lo sabéis? –inquirió.

Eleion hizo un gesto indefinido que podía significar cualquier cosa.

-Digamos que no es un secreto quién liberó este castillo de su maldición, pero eso no cambia el hecho de que no le tengo aprecio por otros motivos –expuso con sencillez-. Igualmente, tenéis razón. No vengo a hablar de eso.

Sorsha enarcó una ceja inquisitiva, a la vez que una extraña duda se retorcía en la boca de su estómago.

-¿Y a qué habéis venido, pues?

El príncipe, por otra parte, se tomó su tiempo antes de contestar, mientras daba vueltas a la copa. Pero Sorsha vio confirmada una de sus sospechas en cuanto él volvió a hablar.

-Hace mucho tiempo, nuestros reinos eran enemigos, lo sabéis. Pero ahora que, con vuestro permiso y dándoos mi más sentido pésame, Bavmorda ha muerto y las noticias de vuestra participación en su derrota han corrido como la pólvora. Por ello, mi padre ha pensado que sería buena idea tratar de… No sé –se encogió de hombros como si no supiera cómo expresarlo-. Estrechar lazos. Así pues, con sinceridad y aunque os parezca algo brusco, vengo a pediros vuestra mano en matrimonio, Alteza. Y espero de corazón que aceptéis, pues jamás he visto belleza como la vuestra ni he oído hablar de mujer tan valiente como vos.

Ante aquella declaración, Sorsha se quedó sinceramente boquiabierta. Tenía que ser una broma. Aunque Eleion estaba más serio que en toda su anterior conversación, y clavaba en ella unos extraños ojos ámbar que ejercían un curioso efecto hipnótico, o eso le pareció a la princesa. Turbada, apartó la mirada, mientras trataba por todos los medios de recuperar un resuello normal.

–Mi señor, me halagáis –consiguió vocalizar al final– pero… ¿no es muy precipitado?

Por un instante, temió que Eleion se escandalizara, dada la sinceridad que parecían reflejar sus palabras. Sin embargo, el príncipe se limitó a enarcar las cejas con genuina sorpresa.

–¿Precipitado? –repitió sin burla en la voz, antes de echarse hacia delante en el asiento. La comida permanecía en la mesa, enfriándose, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a probar bocado. En el metro escaso que los separaba había una batalla delicada que librar. Algo que no permitía perder ni siquiera el contacto visual–. Pensadlo, lady Sorsha. Cashmere tiene mucho dinero, y Nockmaar está mermado después de tantas guerras –hizo un gesto elocuente hacia el techo del salón, como queriendo abarcar toda la estancia y el castillo que la rodeaba–. Podríamos hacer que esta fuese la mayor fortaleza de Andowyne, y lo sabéis –hizo una pausa en la que volvió a clavar sus ojos dorados en la muchacha, y acto seguido agregó–. Así que, vuelvo a preguntároslo: ¿me haríais el inmenso honor de ser mi esposa?

Sorsha se obligó a mirarlo a los ojos. Sus iris daban vueltas en su campo de visión, como si se tiñera todo de color naranja oscuro. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué clase de influjo tenía Eleion sobre ella? No estaba segura, pero debía averiguarlo. Y para ello necesitaba tiempo.

-Necesito meditarlo, mi señor –respondió entonces, con una voz que, curiosamente, no reconoció como suya–. Habéis hecho un largo viaje. Descansad y mañana hablaremos de esto con más tranquilidad.

La princesa quiso entonces levantarse, pero algo similar a un dulce mareo la hizo caer de rodillas junto a la mesa. Y en ese instante, cayó en la cuenta. Su mirada se posó sobre la copa que había sostenido en las manos, de la que había bebido… Pero ya era tarde. Lo último que vio antes de perder la consciencia fueron los ojos de oro de Eleion, mientras su voz aterciopelada susurraba:

–Lástima. Hubiese sido más poético de la otra manera.

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