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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 35)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 35 – De boda (Las Vegas)

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Un año tras la final de The Vortex

Moose:

Las luces se atenúan. Los espectadores que ocupan las sillas dispuestas en dos hileras a lo largo de la sala, contienen la respiración. Las notas de Crawl de Chris Brown empiezan a sonar y desde el fondo del salón, una pareja se aproxima despacio. Cuando empieza la letra, el chico eleva a la chica mientras otras dos parejas se aproxima por el extremo contrario de la sala. Los seis llegan casi al comienzo del estribillo a los pasillos creados entre los asientos y, entonces, la música cambia a Revolution, de Diplo, y mientras varios grupos de bailarines aparecen en escena desde los palcos más cercanos a la pista, los invitados, cada vez más incrédulos, ya no saben a dónde mirar. Salvo, claro está, aquellos pocos elegidos que saben de qué va el asunto.

Nuestros compañeros de la MSA lideran un equipo con Andie a la cabeza: Cable, Monstruo, Sonrisas, Kido y Mosca avanzan mezclando pasos sincronizados y en canon, mientras The Mob, con Sean en calidad de director nuevamente, les devuelven la pelota. Los Piratas, guiados por Luke y Natalie, son los terceros en salir a la pista. Tyler y Nora, por su parte, se han retirado, pero solo para volver y hacer sitio lentamente mientras caminan al lado de las dos personas artífices de todo este follón. Mi futuro cuñado y padrino de boda camina a mi lado con aparente despreocupación, como yo, pero solo es una pose. En cuanto los grupos en guerra retroceden con simulada reverencia, la música cambia a una versión remezclada de I won’t dance de Fred Astair, con lo que ambos comenzamos nuestros pasos al unísono. Y mentiría si no digo que este es un momento con el que había soñado desde que entré en la MSA, o antes.

Al otro lado de la plataforma, dos figuras femeninas imitan nuestros movimientos y aunque sé que esto lo tenemos ensayado, me obligo a hacer un esfuerzo soberano al ver a mi futura esposa. Está… Está… En fin, pues eso. Que no me salen las palabras. Por un absurdo segundo me pregunto si no ha sido mala idea pensar en este baile si avanza con ese vestido, pero mi mente se queda en blanco cuando ambos, sabiéndonos la coreografía de memoria, subimos a la plataforma y ejecutamos el movimiento final. La tomo de una mano, la giro hacia mí y finalizamos abrazados y mirándonos a los ojos, sin poder evitar reírnos de puro nerviosismo cuando escuchamos a toda la sala aplaudir. Sabíamos que merecería la pena.

Pero nuestra adrenalina se dispara de verdad cuando unos segundos después el reverendo del hotel Caesar’s Palace de las Vegas sube a la plataforma desde otro de sus costados. Camille y yo nos miramos y apretamos nuestras manos entrelazadas. Llevamos un año esperando esto. Y ninguno queremos creer que por fin haya llegado.

Camille:

Me tiembla todo el cuerpo y no sé si es por los nervios o por acabar de bailar. Desde que me he despertado esta mañana en la habitación de Nora y Tyler es como si nada fuese real y, al mismo tiempo, no quisiera despertar de este sueño maravilloso. Mi cuñada se ha ocupado de peinarme junto a Gauge, el peluquero de Pelos y su pareja desde hace unos meses. Lo cierto es que no sé cómo es capaz de hacer las maravillas que hace con el pelo y aún menos cuando me he mirado al espejo y he contemplado mi flequillo ondeado, el cabello recogido en un moño y el adorno que se ha ocupado de trenzar desde la oreja hasta el mismo por todo el costado derecho de mi cabeza. No me reconocía, pero me he reído sin querer al pensar en la cara que pondría Moose al verme. La que ha puesto, en realidad.

El reverendo comienza con las frases de rigor para comenzar la ceremonia y, cuando llegan los votos y me toca la primera, me giro hacia Moose. Me lo he preparado, sé lo que quiero decirle… pero es tanto que incluso al redactarlo tuve que acortar. Sin embargo, no me hace falta memorizar algo que me dicta cada latido de mi corazón.

–Moose –aunque el reverendo lo llama por su nombre de pila, Robert, yo solo me siento capaz de vocalizar esas seis letras cuando estoy realmente enfadada con él. Casi desde que nos conocemos, para mí siempre ha sido Moose. De hecho, ¿quién creéis que le sugirió el mote, listillos?–, desde que éramos críos has sido la persona que más me conoce aparte de mi familia más directa. Siempre has estado ahí cuando necesitaba cualquier cosa y aunque tardamos en darnos cuenta de lo que sentíamos mutuamente –sonríe levemente y yo le devuelvo el gesto– solo puedo decirte… gracias. Por todo. Y aunque lo sepas, te aseguro que hace mucho que no puedo concebir mi vida lejos de ti.

Noto cómo las manos le tiemblan y, sin querer, dos lágrimas emocionadas caen por mis mejillas mientras él respira hondo para pronunciar sus votos.

–Camille Anne Gage –pronuncia con solemnidad, haciendo que tuerza los labios en una sonrisita socarrona. Cuando Moose quiere chincharme, me llama «Camillian», juntando mi primer y segundo nombre. Pero ahora sé que dice mis nombres con serenidad, desde el fondo de su alma–, antes de nada quiero pedirte perdón –asegura, ante mi perplejidad. Pero me derrito en cuanto añade–: perdón por haberme dado cuenta tan tarde de que solo existía una mujer en mi vida y en mi corazón –como siga así voy a acabar llorando cual Magdalena. Que me está costando horrores mantener las lágrimas a raya ya de por sí…–. Tú has conseguido que sea quien quiero ser, con tu amor y tu apoyo, y por ello quiero dedicar el resto de mi vida a hacer lo mismo por ti.

Mientras suena un ooooohhh colectivo que reverbera hasta las arañas del techo, vocalizo un «te quiero» sin sonido y él me lo devuelve con una sonrisa. Pero el reverendo nos hace volver a la realidad de inmediato mientras toca intercambiar los anillos. Tyler nos los entrega guiñándome un ojo y tanto Moose como yo notamos el pulso a cien mientras concluimos con el protocolo de la ceremonia. Entonces, suena el consabido «por el poder que me otorga el estado de Nevada… yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia». Y mentiría descaradamente si digo que nos cuesta cumplir aquella concesión. Mientras los invitados aplauden y el salón donde ganamos The Vortex hace exactamente un año atrona sobre nuestras cabezas, yo le echo los brazos al cuello al amor de mi vida mientras él rodea mi espalda con sus manos. Ojalá este momento pudiese detenerse en el tiempo…

Unos minutos después y tras salir del salón a la zona donde nos han permitido hacer la recepción, ambos nos encontramos recibiendo felicitaciones de los familiares que han venido a nuestra boda. Lo cierto es que nuestro jefe estaba encantado de tener una boda así en el hotel y no puso ningún impedimento en nuestros planes. Están contentos con nuestro trabajo, y eso siempre reconforta.

Primero se acerca mi madre, mi hermano pequeño y los abuelos de Moose. Detrás aparecen, con aire cohibido, los padres de este. Por un segundo, mientras las conversaciones surgen a nuestro alrededor, el silencio se adueña de nuestro grupo como si se hubiese instalado una burbuja de insonorización sobre nuestras cabezas. Mi «suegro» camina cabizbajo tras mi suegra, que sí se acerca con una sonrisa a abrazar a su hijo. Él le devuelve el gesto con cariño sincero, pero la tensión sigue ahí. Cuando Robert Alexander II se aproxima a mi marido, sin querer tomo a este por un brazo, preocupada. Pero una rápida sonrisa de aliento por su parte me tranquiliza ligeramente. Cuando su mirada vuelve a su padre, no obstante, se ha vuelto fría como el hielo.

Padre e hijo se observan unos segundos hasta que el primero decide romper el hielo.

–Bueno, Robert, sé que no es una novedad que esto nunca me ha parecido bien –veo cómo los labios de Moose se aprietan y siento cómo los míos hacen otro tanto– pero quiero pedirte perdón por todo lo que te dije hace unos meses. Si eres feliz, debería darme igual lo que hagas –se encogió de hombros–. Solo quería que lo supieras. Enhorabuena, hijo mío.

En ese momento se da la vuelta para irse y yo quiero volver a acercarme a Moose para consolar su más que probable corazón roto por las heridas abiertas de nuevo, pero entonces mi marido hace algo que no espero. Llama a su padre y, antes de que este pueda reaccionar, lo abraza. La madre de Moose solloza y cuando padre e hijo se separan, sonriéndose, yo soy la primera que no se lo cree. De hecho, cuando el padre se aproxima para darme la enhorabuena cortésmente, siento los labios de cartón, pero me obligo a sonreír lo mejor que puedo. Sin embargo, ver a Moose repentinamente relajado hace que mi enfado hacia su padre se reduzca un poco. Francamente, mejor así. Aunque a mí me costará bastante más perdonarle todo lo que le hizo a su propio hijo.

Cuando se retira la familia, los amigos se acercan para relevarlos. Moose y yo intercambiamos una mirada cómplice antes de que lleguen, con un silencioso mensaje bidireccional:

«Te amo».

Moose:

La música atrona el interior del salón y las siluetas de los bailarines se pueden ver claramente a través de los cristales que dejo a mis espaldas. Ya ha anochecido y la fiesta no tiene viso de detenerse hasta altas horas, pero no me importa. Inhalando el aire fresco junto a la piscina del hotel, me siento un hombre nuevo. Me he casado con la mujer de mi vida, me he reconciliado con mi padre, trabajo en lo que me gusta… ¿Qué más puedo pedirle a la vida?

–¿Pensando en fugarte? –pregunta una vocecita irónica a mis espaldas.

Yo me limito a sonreír mientras la tomo de la mano y desciende los dos escalones que nos separan. Está preciosa vestida de blanco.

–Solo si es contigo –respondo tras fingir que medito un momento–. Si no, ¿dónde estaría la diversión?

Ella se ríe y ambos echamos a andar cogidos de la mano hasta sentarnos en el borde de una tumbona. Por un segundo, la fiesta queda atrás y solo nos rodea el silencio de una noche tranquila y perfecta.

–¿A qué hora sale el vuelo? –pregunta entonces Camille, apoyando la cabeza en mi hombro.

–Deberíamos estar en el aeropuerto sobre las cinco de la mañana… –respondo haciendo una mueca sarcástica–. Por lo que calculo que acabaremos durmiendo en el avión.

Noto cómo sonríe y rodeo su cintura con el brazo. Inicialmente, la idea de la luna de miel había estado reñida entre las playas de Hawai o el encanto de las capitales europeas. La primera era mi idea, la segunda la de Camille. Pero reconozco que aunque haya ganado su opción, yo estoy cada vez más encantado con la idea. Al final, entre Tyler, Nora, mis abuelos, la madre de Camille y mis padres han organizado un recorrido que jamás podría soñar: veinte días para visitar Madrid, París, Londres, Berlín, Viena, Praga, Budapest, Roma y Estambul. Sigo sin saber de dónde han sacado el dinero y no me lo quieren decir, pero sé que es una sensación que me perseguirá siempre. Han hecho tanto por nosotros dos, todos ellos, que creo que debería compensarles y así se lo digo a Camille.

–Lo haremos –me asegura, alzando la cabeza para mirarme directamente–. De una forma u otra, sabrán que estamos eternamente agradecidos por todo lo que nos han dado en nuestra vida.

Y lo haremos juntos. Como marido y mujer.

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