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#FanficThursday: Step Up (Capítulo 17)

The Only One – Camille&Moose (Step Up Fanfic)

Capítulo 17 – ¡Por fin! (Nueva York)

Para Pierre

Hemos llegado a tiempo. Natalie aún no ha cogido el tren pero no sé a qué mente inútil se le ocurrió la idea de los leds escondidos por la estación –un momento, espera. Fue a mí. Olvidad lo que acabo de decir–. Afortunadamente, la treta ha dado resultado porque nos ha visto. La verdad es que reconozco que me cabreé bastante con ella después de enterarme de que era la hermana de Julien, pero cuando salió a defendernos en el World Jam, renunciando a su propia sangre… Tío, eso sí que fue muy fuerte.

Sin embargo, en esta ocasión dejo que Jacob sea el primero en adelantarse. Cuando ella pregunta dónde está Luke, todos nos enfriamos. ¿Dónde narices se ha metido? Pero nos tranquilizamos en cuanto lo vemos bajar las escaleras del fondo.

A Natalie, como es lógico, se le desencaja la mandíbula en cuanto lo ve aparecer. La escena a continuación es de lo más idílico, digno final de una comedia romántica: los dos se miran a los ojos, se aproximan… Y voilá! Beso al canto. Claro que siempre tiene que salir un Tick para fastidiarla: «¡Se la va a comer! ¡Se la va a comer!». Confieso que a mí también me da un poco de corte estar viendo cómo se besan Luke y Natalie, pero algo distrae mi atención de la parejita de tortolitos.

Camille acaba de pasarme una mano por la espalda, aunque también los mira a ellos. Y en ese instante, cuando la contemplo de nuevo, tan sonriente y viéndola más guapa que nunca, me pasa algo que no me sucedía desde hacía más de dos años, cuando aún salía con reina-absoluta-de-la-MSA alias Sophie.

Se me seca la boca y algo así como una corriente eléctrica de diez mil voltios me recorre desde los pies hasta la cabeza. Como si supiese que la estoy mirando embobado, ella se gira entonces hacia mí y entre los silbidos que aún les están dedicando a Natalie y Luke nuestros queridos compañeros de grupo, entre nosotros dos se hace un instante de silencio en el que, por algún motivo, no cabe nadie más. De repente, es como si cada detalle de su carita brillase con una luz especial. Sus ojos de color café, su media sonrisa, su pelo liso con la raya algo a la izquierda…

Como si mi mano tuviese vida propia, la veo alzarse hasta rozar su mejilla. Mi cabeza se inclina hacia la suya. Temo que se aparte, pero sigue sonriendo y sus labios también se alzan hacia mí. Cuando por fin la beso y su mano se apoya en mi cintura, siento como si mil fuegos artificiales explotaran en mi cuerpo.

Ahora sí que no quiero soltarla nunca más pero los gritos de los gemelos Santiago, que por desgracia se han percatado de lo que estamos haciendo –no es difícil, estamos en el maldito centro de todo el grupo–, hacen que me separe de Camille un poco avergonzado, pero más feliz que nunca. Ella, por su parte, en el momento en que le paso un brazo por los hombros, susurra junto a mi barbilla:

«Gracias».

No, Camille. Gracias a ti.

***

«Gracias». ¿Por qué? ¿Por estar siempre a mi lado y volver siempre que lo necesito? ¿Porque el día que nos reencontramos en la MSA sentí de nuevo que mi vida estaba completa? ¿Porque, aunque siempre pensé que estar juntos sería raro, llevo enamorada de él desde hace más tiempo del que me atrevo a admitir?

¿O quizá le agradezco que por fin se haya decidido a besarme? Sí, es cierto que pensaba que lo haría al salir del rectorado. Creo que lo deseaba y, de alguna manera, lo presentía. Pero de cualquier forma, ¡ha llegado! Nos hemos besado y no se ha hundido el mundo, ni ha comenzado una guerra… Lo quiera o no, algo me dice que él y yo podemos estar juntos más allá de nuestra amistad. Como él diría: «podemos leernos la mente». Nos conocemos de siempre, nunca ha habido secretos entre nosotros. Y espero que siga sin haberlos, ahora más que nunca.

Después de que Luke le haya regalado sus zapatillas de la suerte, que se ha calzado enseguida como si le fuese la vida en ello, aquel y Natalie se han ido a coger el tren. Moose, feliz, anuncia que hay que celebrarlo y todos salimos de la estación para ir a algún sitio a cumplir con ese deseo.

Ya es de noche y ha pasado la hora de la cena cuando decidimos volver a la residencia, tras pasar por la Caja Fuerte. Me ha gustado descubrir ese sitio; es… un refugio, y Moose es feliz allí también.

Pero en cuanto salimos de allí y nos quedamos solos, ya en la calle, la vergüenza y el terror me vuelven a invadir. No nos hemos vuelto a besar en todo el día por timidez y por estar con el resto de compañeros, lo reconozco. Y ahora me pregunto: ¿seré capaz de volver a hacerlo? Despacio, lo miro, me mira… Y ambos nos echamos a reír como idiotas.

Sin embargo, su brazo rodeando mi cintura como si fuese algo natural y un beso sobre la sien me tranquilizan mientras empezamos a caminar en dirección a la avenida más cercana. Esas cosas ya las hemos vivido en mayor o menor medida, no es el fin del mundo y nadie dice que tengamos que correr. Al menos hasta que, unos cuantos metros más allá y después de caminar en un casi vergonzoso silencio, se me ocurre levantar la cabeza hacia él. Como si me hubiese leído la mente, Moose baja la barbilla… Y no me puedo contener más. Le echo los brazos al cuello y lo beso sin darme margen a pensar más en ello.

***

Uffff… Creía que esto sería mucho más incómodo pero, en cuanto Camille me vuelve a besar, es como si mi cuerpo dejase de ser mío. Le devuelvo el beso con el pulso a cien y abrazando su cintura como si se me fuese a escapar de un momento a otro. En un momento dado la empujo contra un muro –sin violencia, hombre, que soy un caballero–y dejo que, igual que en la pista de baile, mis manos y mi cuerpo hablen por mí.

Tampoco estoy seguro de cuántas veces se repite esa escena entre nosotros hasta que conseguimos llegar a la residencia, pero cada vez me cuesta menos entender lo que me pide y devolvérselo. Hasta donde sé, no es la primera vez para ninguno de los dos. Pero lo confieso: el miedo a que todo se rompa y se estropee entre Cam y yo sigue ahí… No obstante, estoy dispuesto a arriesgarlo todo esta vez. Mientras mis labios juegan con los suyos por enésima vez, atreviéndonos en esta ocasión a un tímido beso de tornillo, me juro que no volveré a perderla. Nunca más.

Ahora tenemos que subir las escaleras y, por si, a pesar de las horas, nos encontramos con algún amigo de Cam –yo debo admitir que aparte de Los Piratas, en Nueva York solo la tengo a ella–, decidimos subir uno al lado del otro pero, como diría mi madre: «que parece que cabe un camión entre nosotros». Sin embargo, cuando llegamos al rellano de su habitación, no puedo contenerme y, tras asegurarme de que nadie, nadie, nadie (pero nadie) nos puede ver, la beso de nuevo con suavidad. No es por vergüenza de estar con ella, entendedme; es más una cuestión de que hace menos de un día que nos hemos besado por primera vez.

–¿Nos vemos mañana? –pregunto entonces, susurrando como si pudieran escucharme y sin querer alejarme aún de la mujer que me vuelve loco.

Ella sonríe en respuesta y me pasa un dedo por la barbilla que me hace ver las estrellas más hermosas del firmamento entero antes de volver a besarme.

–Mañana nos vemos –murmura antes de besarme de nuevo–. Buenas noches.

Claramente, estoy en el cielo o algún sitio similar, porque sentirme tan bien no puede ser auténtico. En ese momento, Camille se separa de mí y se aleja hacia su dormitorio, dejándome con las ganas de correr tras ella y hacer alguna locura más. Pero me limito a responder otro «buenas noches» y me quedo en la esquina, esperando pacientemente a que entre. Ella, sabiendo que sigo ahí, se vuelve antes de cruzar la puerta para decirme adiós con la mano y cierta timidez que encuentro irresistible sin motivo aparente.

Y mientras subo a mi dormitorio, voy con una idea en la cabeza que se repite una y otra vez:

«Tío, la felicidad existe»

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