Chapter 42 — El nuevo circuito deThomasville (Cars 3)
Un año después del nacimiento de Nayara Cruz McQueen…
Aquella veraniega y calurosa mañana de verano, un sol espléndido recibió a los muchos visitantes que se acercaban a Thomasville para ver el mayor acontecimiento del año. Y es que, por fin, el antiguo circuito de carreras iba a ser reabierto tras una larga y ardua restauración. Ray observó el antaño ajado cartel del número “51” nada más llegar su comitiva a la entrada del pueblo, conteniendo apenas la nostalgia al contemplar la figura ahora repintada de su difunto mentor.
―Es bonito verlo así ¿verdad? ―susurró Sally aproximándose por su costado y fijando sus ojos verdes en él.
Rayo asintió.
―Es lo que debíamos hacer ―aseguró―. Vamos. ¡Cruz! ―Rayo se giró para otear a su alrededor―. ¿Dónde estás?
El grupo junto al que ellos habían llegado estaba formado sobre todo por vecinos de Radiador Springs, pero el padre primerizo no se acostumbraba aún a esa sensación de ansiedad que tenía si no chequeaba dónde estaba su hija cada pocos minutos. En el fondo, intuía que nunca se libraría del todo de ella.
―Aquí, papá ―musitó entonces una voz tímida e infantil desde el otro lado de Sally.
Esta, por su parte, retrocedió unos metros cuando la niña habló, para que pudiera encarar directamente a su padre. Y este sonrió con infinita ternura antes de acercarse a la pequeña McQueen y acogerla bajo su rueda.
―¡Ahí estás! ¿Sabes, Cruz? Este es el lugar donde nació el mejor corredor de la historia.
La pequeña no contestó. Dada su corta edad, conocía aún pocas palabras para verbalizar sus pensamientos, pero al orgulloso padre no le importaba. Sólo podía comprobar con emoción cómo su hija miraba a su alrededor con pasmo mientras avanzaban en dirección a los árboles más cercanos. Ahí, a apenas veinte metros de distancia, arrancaba una pista de tierra por donde cabrían cómodamente dos líneas de coches en paralelo. Y, a medio kilómetro entre la espesura, se atisbaba el movimiento que da la celebración de un gran evento.
―¡Ah, ya era hora, McQueen!
La voz cascada del viejo pick-up anaranjado que los esperaba junto a la explanada abierta, nada más salir de la espesura, arrancó una sonrisa de bienvenida al aludido sin poder evitarlo.
―¡Smokey! ―saludó de vuelta, chocando ambos dos ruedas amistosas en el instante en que llegaron a su altura―. ¿Cómo te va?
El antiguo entrenador de Hudson Hornet mostró una orgullosa sonrisa a su vez mientras se contoneaba igual que un pavo real.
―¡Dichoso como nunca en mi vida, eso te lo aseguro! ―exclamó, eufórico, antes de girarse para señalar el edificio bajo que había a sus espaldas. Louise, Junior y River Scott estaban reunidos unos metros más allá, aunque alzaron una rueda en su dirección al verlos a modo de saludo―. Bueno… ¿Qué te parece?
Rayo y Sally intercambiaron una mirada cómplice.
―Es mejor de lo que nunca imaginé que podía quedar ―afirmó el corredor, sincero―. Sería el sueño hecho realidad de Doc.
Smokey mostró, con media sonrisa triste, que el sentimiento era mutuo; al menos antes de desviar la mirada hacia el costado de Rayo y que su expresión se dulcificase como por ensalmo.
―Pero bueno… ¿Qué tenemos aquí? ―preguntó, afable, mientras se agachaba sobre sus ejes para que su gran carrocería quedase más a la altura de la tímida criatura, parapetada casi detrás del guardabarros posterior de su padre―. Hola, pequeña. ¿Cómo estás?
―Cruz, cariño. Saluda ―invitó entonces Rayo a la niña, que seguía sin parecer tenerlas todas consigo.
―Cruz, mi amor ―insistió Sally, pasando, tras ella en un ademán protector e instándola con ternura a avanzar, hasta estar algo más cerca de Smokey―. Este es un viejo amigo de papá… Y perdón por el apelativo ―susurró de inmediato, bromista, en dirección al mecánico―. Smokey, te presento a nuestra hija Cruz.
El aludido pareció enarcar una ceja socarrona durante una décima de segundo, mirando a Rayo, pero enseguida desapareció para dar paso a una expresión de nuevo amable.
―Encantado, Cruz. Soy Smokey ―se presentó, adelantando una rueda amistosa.
La niña inclinó el morro con aire avergonzado, sin apenas corresponder al gesto.
―Encantada, señor ―casi balbuceó, de todas formas y desde su corto vocabulario.
Pero el pick-up no se lo tuvo en cuenta, por supuesto. Al contrario, enseguida se irguió con una amplia sonrisa y sin dejar de mirar a la pequeña.
―Oye, Cruz ―la llamó entonces, con aire conspirador―. ¿Te gustan las carreras? ―La pequeña, tras dudar unos segundos, pareció lo bastante convencida como para asentir con ganas y una diminuta sonrisa de ilusión asomando a sus labios afilados. Ante lo cual, la mueca de Smokey se ensanchó y pronunció―. Vamos, entonces ―los instó, abriendo el camino hacia el enorme edificio tras su maletero―. Sed bienvenidos, pues… Al “Nuevo Circuito de Thomasville.”
***
El estadio estaba a reventar. Casi nada más cruzar por debajo del reformado arco de entrada, a Rayo y sus acompañantes los recibió un coro ensordecedor de coches; deseando todos ellos ver de nuevo un buen espectáculo en aquella plaza mítica de las carreras.
«Un sueño hecho realidad ¿eh, Doc?», pensó el corredor, con nostalgia y emoción a partes iguales.
Porque, sin duda, los habitantes de Thomasville y todos los voluntarios llegados de los alrededores se habían esmerado en que el circuito luciera casi exactamente como antaño. Las vigas y gradas pintadas de rojo, formando un óvalo alrededor de la pista de tierra. Y oteando la pista central, en lo más alto del lateral más alejado del circuito, las cabinas de retransmisión y la antaño zona de palcos; con sus listones de madera pulcramente pintados de blanco. Sin embargo, lo más llamativo de esta nueva pista no se encontraba en la parte restaurada, como tal…
―¡Pegatinas! ¿Vienes?
Como si saliera de un sueño, Rayo meneó el morro y se obligó a retornar al mundo real. Unos metros más allá, justo en el campo de visión de esa “novedad” del circuito, una intrigada Sally se había detenido junto a la pequeña Cruz y lo llamaba. Sin embargo, la sonrisa que lucía desmentía del todo que estuviese preocupada, más bien al contrario. Y Rayo, tras inspirar hondo para tratar de desterrar la punzada de nostalgia al pensar de nuevo en su difunto mentor, avanzó sin dudar hacia ellas y salió a la soleada pista. Un poco más allá, sobre la zona central apenas cubierta de un corto, pero cuidado, césped que Rayo no recordaba haber visto la última vez, los esperaba el resto de su compañía. Mater, Luigi, Guido, Louise, Junior, Sarge, Fillmore, y…
―¡Vamos, chico! ―lo instó Smokey, también sin dejar de sonreír con evidente excitación―. Que no podemos empezar sin ti…
Rayo rio, sintiéndose adulado sin quererlo.
―Está bien, abuelo. Que ya llego…
Smokey hizo una mueca ante la pulla sin maldad, pero no replicó. Al contrario, dejó pasar al coche más joven hasta que este se puso a su altura. Sólo entonces, ambos avanzaron al mismo paso hacia el centro de la zona de césped. Frente a la cual, por supuesto, esperaba apiñada una bandada de periodistas deseosos de cubrir aquel evento cargado de nostalgia y glamour… A su manera, claro.
―¿Empezamos, entonces? ―preguntó un cámara cercano.
Era un pequeño Dodge de color verde intenso cuyo radiador delantero asemejaba un enorme bigote. Por las chapas azuladas sobre sus tiradores delanteros, parecía el responsable de mantener a la prensa organizada. Y Smokey, tras cruzar una mirada significativa con Rayo y recibir su asentimiento cómplice, confirmó que estaban listos.
―Suerte ―le deseó McQueen, justo antes de que el antiguo entrenador se adelantara.
Este le devolvió una mueca de agradecimiento antes de enfrentar los micrófonos que se tendían frente a él.
―Ejem ―carraspeó―. Damas y cochelleros. Quiero darles la bienvenida a un momento que jamás esperé ver en esta vida. Y eso es decir mucho, la verdad. ―Su tono había ido cargado de un poco de su sorna particular y, en efecto, se escucharon algunas risitas disimuladas a su alrededor―. De este circuito de Thomasville salieron en su día algunas de las más grandes leyendas de nuestras queridas carreras, nadie puede negarlo. Algunas de ellas me acompañan hoy aquí. ―Hizo un gesto elocuente hacia Louise, Junior y River y las cámaras se desviaron un instante hacia ellos, haciendo que saludaran con sonrisas corteses y cierto pudor―. Sin embargo ―prosiguió Smokey, esta vez con un tono mucho más bajo y teñido de cierta tristeza―, sabemos que de todos ellos, el más grande y fabuloso no puede estar aquí hoy con nosotros. ―Algunos suspiros entristecidos se escucharon alrededor, pero Smokey hizo un esfuerzo por contener su propia emoción y siguió adelante―. Por todo ello, no podíamos dejar pasar la ocasión de rendirle un sincero homenaje en un momento como este, al reabrir el circuito que lo vio nacer como corredor profesional. ―De nuevo, el viejo entrenador se aclaró la garganta. Antes de, como estaba preparado, girarse hacia un Rayo McQueen que apenas podía reprimir su propia emoción―. Rayo, por favor. ¿Harías los honores?
El entrenador de Dinoco-Rust-Eze, sin apenas dudar, sorbió y asintió de inmediato; todo mientras aceptaba el cordón que le tendía Guido desde un costado. El antiguo corredor inspiró hondo, contó hasta tres; y, al final, tiró de la cuerda para dejar caer la tela que cubría el bulto erigido a su izquierda. Conteniendo apenas un jadeo de pura emoción, al igual que todo el estadio, al ver la enorme estatua de bronce de su mentor alzarse brillante en el sol. Bajo la misma, en la base del pedestal de piedra, habían grabado su nombre completo con un cariñoso mensaje: “En memoria del Fabuloso “Doc” Hudson Hornet, el mejor corredor de todos los tiempos”.
―Eh, Pegatinas…
Al notar el morro de Sally rozando su guardabarros derecho delantero con ternura, Rayo volvió a la realidad y se dio cuenta de que una lágrima traicionera quería escapar de la protección de sus parabrisas, mientras los coches agolpados a su alrededor se empezaban a mover y los periodistas trataban de llegar a una posición mejor para fotografiar la estatua. De hecho, justo en ese instante les pidieron posar para la foto y Smokey y Rayo, junto a Cruz y Sally, obedecieron sin pega. Sin embargo, en cuanto el momento pasó, el coche azulado parpadeó con fuerza e inhaló, buscando serenarse; al tiempo que Cruz Ramírez se aproximaba a su vez y le dirigía una mueca de aliento.
―Eh. ¿Todo bien, jefe?
El aludido asintió con media sonrisa.
―Sí, claro. Todo bien, novata.
Esta sonrió, sin darse por ofendida por aquel apelativo cariñoso y acuñado durante los dos años anteriores.
―¿Vamos, entonces? ―le indicó―. Están empezando a avisar para la carrera de homenaje…
Rayo cayó entonces en la cuenta de que era cierto. Sin prisa, pero sin pausa, los que habían acudido a correr las vueltas inaugurales del nuevo circuito se dirigían ya hacia la salida entre vítores y gritos de alegría.
―Está bien. Vamos a ver si puedo competir con la flamante campeona de dos Copas Pistón. ¿No? ―bromeó.
Cruz hizo un mohín.
―¡Eh, que tú tienes cinco! ¡No me fastidies! ―lo acusó sin maldad.
Rayo se rio y Sally, aún a su lado, lo coreó.
―Vamos, chicos. Ambos sois grandes corredores y lo vais a hacer genial ―medió entonces esta última, empujando a su marido hacia la tierra con levedad y una tierna sonrisa. Este aceptó sin dejar de reír. Sin embargo, cuando la Cruz más adulta ya se alejaba, Sally aún lo retuvo un instante―. Pegatinas…
―¿Sí, Sal?
Ella sonrió entonces con más dulzura si cabía.
―A por ellos ¿vale?
El ex corredor la besó, conmovido hasta el último circuito.
―Por Doc. Y por vosotros.
Sally rozó su morro con el de él.
―Te queremos.
―Y yo a vosotras ―aseguró Rayo, echando entonces un rápido vistazo a la pequeña coche que miraba todo con expresión confundida―. Hasta ahora, estrellita. Quédate con mamá ¿de acuerdo?
La niña, aunque no entendía del todo lo que estaba sucediendo, asintió confiada ante la mirada limpia y sincera de su padre. Y, mientras este se alejaba, Sally le susurró a su primogénita:
―Venga, Cruz. Vamos a buscar el mejor sitio para ir a animar a papá… ¿Te parece?