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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 8)

Capítulo 8 — Expuestos (II) (Cars)

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Rayo McQueen, Cars

—¡McQueen! ¡McQueen! Tuercas —maldijo Mater por lo bajo—. Estas subidas van a acabar conmigo un día de estos. —La vieja grúa miraba nerviosa en todas direcciones, sin estar seguro de dónde podía seguir buscando. Ni en el garaje de Doc, ni en el monte Willy entrenando, ni en el motel… Aunque, una vez allí, solo había tenido que encontrar cierto aroma a gasolinas mezcladas para tener una idea de dónde, o con quién, podía andar McQueen. Pero no había tiempo que perder. Debía enterarse cuanto antes. Para su alivio, al doblar una curva pronunciada que lo obligó a frenar a fondo y pasar un pequeño túnel, los vio. Reían y hablaban, con los capós muy juntos, sobre el puente junto a la cascada. Mater tragó aceite antes de animarse a romper ese momento idílico. Si por él fuese, podrían haberse quedado allí eternamente, como una postal perfecta. Pero el mundo real acechaba más allá de las fronteras de Carburador—. ¡McQueen! —Al estar más próximo, el interpelado se volvió de golpe, extrañado—. Chico, menos mal que te encuentro —jadeó Mater, frenando despacio, mientras trataba de recuperar el resuello.

—Tranquilo, Mater. ¿Estás bien? —se preocupó su mejor amigo. 

El semblante de Sally no mostraba una emoción muy diferente mientras seguía a Rayo con aire tímido.

—Sí… ¡NO! —rectificó con brusquedad, ya repuesto—. Tienes que venir a verlo. Bueno, los dos… Es… ¡Por mis tuercas! —maldijo en voz alta, claramente indignado—. ¡Es que si, lo cojo algún día, se va a enterar!

—Mater, ¡para! —lo interrumpió Rayo, ahora más preocupado que nunca—. ¿De quién hablas? ¿Qué ha pasado?

Pero Mater pareció bajar de sus ensoñaciones de venganza en ese instante y tranquilizarse, todo en uno, antes de musitar.

—Créeme. Es mejor que lo veas y juzgues tú mismo.

Rayo y Sally cruzaron una mirada cargada de malos presagios antes de enfilar, tras Mater, la carretera que bajaba hacia Radiador Springs, con el motor encogido.

***

—Tío, eso no se hace —rezongó Fillmore.

—Por una vez, tienes razón —concordó Sarge—. ¿Qué pasa? ¿La gente no tiene sentido del honor en este maldito país?

—Yo lo que sé es que, la próxima vez que reposte por aquí, le meto el refrigerante por donde yo me sé —se escandalizó Flo—. Eso no es ética ni…

—¿Qué «no es ética»?

Los tres se giraron de un bote como si fuesen una sola máquina al escuchar la pregunta de Sally.

—Ese malnacido de Balkan Polo, que no tiene ni decencia ni nada que se le parezca —casi escupió Flo antes de empujar hacia ellos una revista abierta, con aire ciertamente compungido—. Rayo, cariño —agregó al verlo aparecer detrás de su «mejor amiga», como todos habían determinado en llamarla—. Créeme que, si lo hubiese sabido, ese bastardo no hubiese pisado el pueblo.

—Pero dijo que quería hacerle la primera entrevista —arguyó Ramón con razón—. ¿Quién iba a dudar de él?

Sally se estremeció, sin querer acercarse, de repente, a la revista. Sospechaba que, fuese lo que fuese lo que había allí escrito, no sería nada bueno ni para ella ni para McQueen. Pero este se adelantó enseguida y sostuvo el papel con una rueda, mientras leía en silencio. La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo; más aún cuando todos los congregados en la gasolinera de Flo, casi todos los habitantes de Radiador Springs para más señas, vieron cómo lo que podría ser el rostro de Rayo cambiaba de expresión a la misma velocidad que su nombre, conforme avanzaba. Si bien era cierto que Balkan había cumplido con su expectativa de hacerle una entrevista, esta había ido mucho más lejos de lo que Rayo había hablado con él. Básicamente, adjuntaba un reportaje que pretendía ser escandaloso… sobre su relación con Sally.

***

Las fotos furtivas, que solo el Todopoderoso sabía cómo las habría obtenido, no dejaban lugar a dudas. Miradas, besos, risas… Sobre todo, de la semana anterior, cuando Balkan había aparecido y Doc los había buscado en el circuito de entrenamiento. Pero también en la entrada del motel, en la gasolinera de Flo… Rayo apretó los parabrisas e intentó mitigar el mareo y la ansiedad incipientes, tratando de hacer memoria. ¿Había venido alguien sospechoso al pueblo durante el verano?

Uf. No podía saberlo. Desde que había anunciado su retirada estival a Radiador Springs, la pequeña villa había sido objeto de miles de visitas. Rayo volvió a abrir los ojos. No podía despegarlos de aquella foto. El momento en que Sally había conseguido por fin dar la curva bien y él la había besado en el guardabarros. Un gesto que podía hacerles la vida imposible a ambos.

Por si fuese poco, en ese momento sonó una voz en la radio que Rayo jamás había odiado tanto.

—»¡Hola, corazones!». Llega la hora de nuestro magacín y, como no podía ser de otra manera, el protagonista es Rayo McQueen. Aquel que afirmó en su día que «podía correr solo» por lo visto no es capaz de aplicar la misma medida a su corazón, que ha caído en las ruedas de una misteriosa joven con la que se le ha visto muy acaramelado cerca de Radiador Springs… ¿Será ese el motivo por el que desapareció antes de la final de la última temporada? ¿Necesitaba recobrar fuerzas antes de enfilar la carrera que decidiría su futuro? Bueno: aún no se han conseguido declaraciones de Rayo al respecto, salvo que prefiere centrarse en la temporada que se avecina…

Sí, eso lo ponía en la entrevista y Rayo se negó a mirar a Sally en ese momento, temiendo su reacción. La locutora siguió parloteando, pero él ya no escuchaba. Se asfixiaba al aire libre, rodeado de sus vecinos. De repente, volvía a sentirse un extraño y tuvo una visión clara: en el fondo, por mucho que quisiera pensar y aparentar lo contrario… Era un forastero. No pertenecía a aquel lugar. Jamás debió dejar que confiasen en él. Y Sally…

Sin atreverse a mirarla siquiera, temiendo el dolor más que nada en el mundo, Rayo apretó los parabrisas y los dientes antes de girar con cierta brusquedad y alejarse hacia el exterior del pueblo. En realidad, hacia el motel. Sin quererlo, se había convertido en su lugar seguro. Pero no solo era suyo y lo supo en cuanto escuchó un motor tras él. Uno que conocía de sobra.

—Pegatinas… —lo llamó Sally—. Oye… Yo… —Rayo, dándole el maletero todavía, esperó con todo el chasis contraído a que ella lo dijese. Pero se sorprendió al escuchar lo siguiente—. Por todas mis bujías, ojalá supiese qué decirte ahora mismo.

Rayo se volvió despacio.

—Lo siento, Sally —se disculpó en un hilo de voz—. Si hubiese sabido que esto iba a pasar, yo…

—Eh. —Ella se aproximó un metro más, mirándolo con esos ojos de color verde jade que lo dejaban paralizado—. Oye, no tienes que disculparte. —Se encogió de ruedas con una extraña naturalidad que puso al corredor los tornillos de punta—. Para bien o para mal, no es la primera vez que… salgo con alguien mediático, por decirlo así. —Puso los ojos ligeramente en blanco, sarcástica, antes de continuar—. Pero creo que lo podremos superar… ¿No crees tú lo mismo?

***

Rayo se quedó en silencio, para extrañeza de Sally. Lo creía más seguro de su relación y, por primera vez, tuvo miedo. Un terror atroz a que sucediese lo que llevaba temiendo desde aquel primer beso. El fin del verano. El comienzo de la temporada. El retorno del antiguo McQueen.

—¿Pegatinas?

Rayo tragó aceite con esfuerzo.

—Sally, creo que… Será mejor que no vengas a la carrera de la semana que viene.

***

Le había costado horrores vocalizar esa frase, pero la reacción de la joven no se hizo esperar.

—¿Qué…? —parpadeó, confusa y dolida en lo más hondo de su ser—. ¿Es que…? Oh, ya entiendo —de repente, su rostro cambió a uno bastante poco amigable—. Claro, la estrella de las carreras se avergüenza de estar con una pueblerina como yo… ¿Es eso?

—¿¡Qué?! —Rayo se acababa de quedar alucinado. ¿Cómo podía pensar eso?—. Sally, ¡no! Por todos los… No estaba hablando de eso.

—¿Entonces de qué? —volvió ella a la carga, levantando la voz y acercándose a él con expresión furibunda—. ¿De qué tienes tanto miedo, Rayo McQueen? ¿Por qué juegas con mis sentimientos de esta manera para luego dejarme tirada? ¡¿A qué te crees que estás jugando?!

—Porque… ¡Te quiero!

***

El silencio cayó como una losa tras esa declaración, tanto en el Cono Comodín como, aparentemente, en todo el valle. De repente, parecía que hasta la radio de Lizzy había dejado de sonar. Sally era incapaz de articular palabra. Su interior se hallaba dividido en dos: por una parte, el dolor de sentirse solo «una diversión» de verano; alguien de quien Rayo se cansaría pronto cuando tocara volver a la vida real. Y, por otro lado, esa diminuta llama de esperanza que ardía en su alma desde que lo conocía. La fe en que él pudiese enamorarse de alguien anodino como ella. De una sencilla abogada de pueblo. Pero él no había terminado de hablar.

—No me lo perdonaría jamás si alguien te hiciese daño por mi culpa, Sally. Y si, te… nos sucediera algo —se corrigió enseguida— por culpa de esos… «chupa-aceites» —escupió el joven antes de dirigirle una mirada derrotada, no exenta de cierto cariño que a Sally casi le revolvió los circuitos—… Bueno… No podría vivir con ello.

El silencio volvió, aún más tenso si cabía. Sally trataba de procesar lo sucedido a toda velocidad. Cierto que la atención de los paparazzi nunca había sido de su gusto, ni siquiera siendo la sombra de Alex Mustang en Los Ángeles, pero… ¿es que tenía aceite en vez de gasolina en los conductos? Si la quería de verdad, ¿no podía o no quería arriesgarse? Finalmente, lo único que fue capaz de articular fue, en tono monocorde:

—Suerte en Atlanta.

***

Acto seguido, sin dar opción a réplica por parte de Rayo, se dio la vuelta y se adentró en el motel. De fondo volvía a escucharse la radio de Lizzy, sonando «Find Yourself», el último éxito de una estrella conocida de la música country. Y Rayo solo podía sentirse identificado con esa canción mientras se encaminaba de nuevo hacia la gasolinera de Flo. Justo esa tarde saldría hacia Atlanta para entrenar.

***

«Porque ¡te quiero, Sally!» «Te quiero…». «Te quiero…». «No quiero que te hagan daño», «no podría vivir con ello…»

Sally cerró los parabrisas con fuerza, temiendo que sus conductos de limpieza se pusieran a funcionar de nuevo. No quería llorar. Quería ser fuerte. Como siempre había creído ser. Y entonces, ¿por qué sentía como si su mundo se hubiese convertido en una enorme falla que amenazaba con tragarla entera hacia la oscuridad?

Estaba hecha un lío. ¿Qué paso debía dar? Hacía horas que Rayo y Mack habían partido en dirección al circuito de Atlanta. Un día para llegar, a lo sumo. Tres para entrenar. Correr al quinto día. Empezaba una nueva opción de gloria para la revelación de las carreras. Bufó, disgustada. Qué ciega había estado… Y sin embargo, su última declaración seguía dando vueltas tras su salpicadero como un tiovivo sin fin.

—¿Estás bien, nena?

Era Flo. Sally giró un poco el morro hacia ella y asintió, sin perder de vista el valle ni el pueblo recortado allá abajo. Su vista. Su primer paseo. Contrajo el capó en una mueca que intentaba camuflar sin éxito su tristeza y Flo lo percibió. Despacio, se situó a su lado y presionó una esquina de su afilado morro contra el de Sally, con cariño.

—Oye, cielo, sabes que puedes contarme lo que necesites… —dudó un instante—. Esto es por Rayo, ¿verdad?

Sin poder contener más su dolor, Sally asintió entre lágrimas.

—Hemos discutido antes de que se fuera… Yo… —sollozó—. No puedo creer que me haya dejado fuera de esto, Flo. Quería ir y…

—Él quería protegerte.

El llanto de Sally se cortó como por ensalmo.

—¿Cómo lo sabes? —quiso saber, confusa—. ¿Acaso nos escuchaste discutir?

Ante lo cual Flo sacudió el morro, con media sonrisa triste adornando sus labios torneados de blanco.

—No hace falta, cariño —se volteó un poco para tratar de encararla de frente—. Oye, está claro que a ese chico le importas y creo que, al margen de lo que fuese antes, por dentro o por fuera, tú también lo has cambiado.

—¿Tú… crees? —dudó la Porsche.

Flo asintió, convencida.

—Los periodistas pueden ser muy carroñeros, cielo —apostilló—. Y más si lo único que buscan es una exclusiva jugosa. Pero no deberíais permitir que algo así os separase. Te lo digo yo.

Sally meditó un instante.

—Algo así me dijo Rayo antes de irse —recordó en voz alta—. Que si algo… nos sucediese por culpa de ellos, no podría vivir con ello. Y que… me quería.

—Sally. —Flo sonrió con ternura—. Tú mejor que nadie deberías saber que Rayo, en el fondo, lo único que está deseando es que alguien lo quiera por quien es. Pero tiene miedos, ¡como todo el mundo! Y el temor a perder a un ser amado por cualquier tontería nos puede llevar a actuar más con el corazón que con la cabeza. Y lo que parecería lógico —añadió, encogiéndose de ruedas— no lo es.

La joven Porsche no pudo evitar mostrar media sonrisa, mientras reflexionaba sobre lo que le estaba diciendo Flo.

—Entonces… ¿crees que lo dijo de verdad?

Flo se rio.

—¡Pues claro! Estoy segura de que te quiere con locura, pero es tu turno para demostrarle que no tiene nada que temer a tu lado, ¿no crees?

Sally reflexionó, admirando el paisaje con una nueva perspectiva. Sí. Quizá ella tenía algo que decir al respecto. Pero solo había un momento propicio para hacerlo. Y esa era la carrera en Atlanta. 

(Continuará…)

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