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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 7)

Capítulo 7 — Expuestos (I) (Cars)

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McQueen y Sally, Cars

3 meses tras la llegada a RS de Rayo McQueen…

Quedaban apenas dos días para que llegase septiembre, pero el calor seguía sin dar tregua en el pequeño condado de Carburador. La presencia alrededor del desierto conseguía, ya por el año 2006, que las temperaturas llegasen a picos no vistos en otros lugares del país. Pero ¿creéis que a los habitantes de Radiador Springs eso les preocupa lo más mínimo?

—¡Ahí tenéis chicos! —se escuchó gritar a Flo, sobre los tonos de la radio de la anciana Lizzy, que dormitaba en su porche como de costumbre a esas horas tan calurosas—. ¡Unas latas de aceite bien templaditas! —derrapó para enfocar la fila contraria de tejadillos—. ¿Alguien ha pedido refrigerante por aquí?

—Yo, señorita —murmuró una voz educada, en un tono ni muy alto ni muy bajo—. Gracias.

Flo miró al recién llegado con un parabrisas levemente enarcado.

—No hay de qué, forastero. En esta gasolinera todo el mundo es bienvenido. Y ¡más con estos calores!

El extraño, un Volkswagen Polo de color beige con una especie de sombrero extraño situado sobre el techo de la carrocería asintió en su dirección, mientras sorbía un poco del refrescante líquido.

—¡Ah! —suspiró—. Esto está mucho mejor.

—¿Muchos kilómetros, soldado? —preguntó Sarge, asomado desde un par de surtidores más allá.

El forastero siguió bebiendo, como si no le afectasen las miradas curiosas posadas sobre él.

—Atlanta, amigo. Unos cuantos. Y no me llames soldado, por favor. Prefiero la pluma al fusil.

—Y, ¿a qué te dedicas, entonces? —quiso saber Flo.

El otro sonrió, orgulloso, antes de responder.

—Periodista.

Todos retrocedieron unos centímetros, mirándolo con suspicacia, pero él ni se inmutó.

—¡Eh! ¿En Atlanta no es la próxima carrera de la Copa Pistón, manito? —inquirió Ramón desde detrás de su esposa—. ¿Qué haces tan lejos de la noticia?

—Exacto —replicó el periodista—. Pero Balkan Polo sabe que las grandes noticias no están donde se aglomeran todos los demás —salió al sol—. He venido porque quiero ser el primero esta temporada —se hinchó como un zepelín— en entrevistar a Rayo McQueen.

***

Uo… uo… uooooo.

Sally apretó los frenos con todas sus fuerzas y se encogió, lo que provocó que girara casi trescientos sesenta grados sobre sí misma. Con los ojos aún cerrados a causa del polvo, escuchó una risita un poco más allá que le encendió los humos.

—Te dije que no era fácil, Sal.

Cuando la nube se disipó un poco, su reciente novio se aproximó despacio. Ella hizo un delicioso mohín con el capó.

—Bueno, tampoco tengo doscientos kilómetros, Pegatinas. Aunque… —miró hacia atrás, en dirección al murete de neumáticos que delineaba el acantilado más cercano—. Eso me sigue pareciendo excesivo.

—¡Ah, ah! —negó él, rodeándola lentamente—. Nunca dejaría que una sola espina de cactus arañase esta… —Bufó de manera teatral y murmuró entre dientes—… preciosa carrocería.

Ella sonrió; encantada con el cumplido, pero también algo molesta porque pareciese que la trataban como a un jarrón de porcelana.

—Ajá… ¿Cómo era eso de «quédate ahí y deja que te mire con… bla-bla-bla-bla«?

Rayo se rio y la besó en el guardabarros.

—Sal, nunca he dudado de tus dotes para correr. Pero prefiero… ya sabes, que evites mis errores y no te hagas daño —Rayo debió intuir que había metido la rueda, de nuevo, sobre todo al ver el ceño fruncido de Sally y su morro torcido, porque enseguida agregó—. Quiero decir… ¡Oh! ¡Ya sabes a qué me refiero!

Sally sacudió el morro para borrar su mueca y puso los ojos en blanco. Era difícil estar enfadada con él. Era tan mono cuando se frustraba…

—Tranquilo, Pegatinas. —Se situó a su lado y ambos avanzaron de nuevo hacia la improvisada línea de salida del circuito—. Sé cuidarme los pinchazos yo solita.

Él mostró media sonrisa cargada de ironía.

—Muy bien, señorita independiente —la provocó—. Entonces, ¿estás lista para morder el polvo de nuevo?

Por toda respuesta, Sally hizo sonar su motor y Rayo la imitó.

—Preparados… —susurró, sin dejar de mirarlo con los ojos entornados.

—Listos… —la imitó él.

—¡YA!

***

Con un aullido de júbilo, Sally se lanzó hacia delante y Rayo la siguió a toda velocidad. Francamente, prefería poder vigilarla desde atrás, aunque fuese él quien mordiera el polvo de manera literal. Confiaba en las protecciones que había colocado para que Sally no acabase en los cactus –por mucho que ella protestase, después de haber caído un par de veces allí Rayo sabía que era una de las peores sensaciones del mundo y, jamás de los jamases, permitiría que su chica pasase por ello–; pero, si la adelantaba, tendría menos margen de maniobra.

Suspiró con el capó cerrado. ¿Cuándo se había vuelto tan protector? ¿Cuándo, como diría Doc, había pensado tanto en alguien que no fuese él? Sentía mil cosas, que siempre había guardado bajo llave en su alma, fluyendo más rápido que la gasolina por todo su armazón, solo con mirarla a los ojos.

«¡Tuercas!», como diría Mater.

¿Sería posible que…? En los tres meses que llevaban juntos, ninguno de los dos había dicho en voz alta las palabras mágicas; pero Rayo tenía miedo, en parte, de que eso lo cambiase todo. Como había dicho Sally, él tendría que volver a correr; pero, ¿de verdad sería capaz de esperar a que volviese, después de tantos meses? Rayo no quería que ella sufriese por su culpa. No se lo perdonaría nunca.

En ese momento, Sally llegaba a la curva peligrosa y, salvo por un pequeño derrape, hizo un giro perfecto; lo que hizo que gritase de emoción al llegar a la meta. Rayo sonrió con ternura sin poder evitarlo. Ella también ocultaba sus sentimientos de vez en cuando; pero, cuando se soltaba, su ilusión era casi contagiosa. Quizá eso es lo que lo… ¿enamoraba? De ella. Sí, podría decirse así. Tenía el motor perdido por ella.

—¡Lo he conseguido! —saltaba Sally, canturreando—. ¡Lo he conseguido!

—No está mal, novata… —empezó Rayo, pero un claxon sobre la colina lo interrumpió. Doc había aparecido sin que se enterasen—. ¡Eh, Doc! —saludó Rayo, aunque Sally y él se separaron un metro como por instinto. Todo el pueblo sabía que andaban rondándose, pero preferían mantener una apariencia neutral cuando estaban acompañados—. ¿Va todo bien?

—Sube, chico —replicó su director, seco como siempre y quizá… ¿molesto?

«¿Por qué?», se preguntó Rayo.

Pero sabía que, de buenas a primeras, no obtendría respuesta; por lo que obedeció. Sally lo siguió a corta distancia. Pero Doc sólo volvió a abrir el capó cuando estuvieron a su lado.

—Hay alguien en el pueblo que quiere hablar contigo.

—¿Conmigo? —se interesó Rayo, cruzando una mirada con Sally.

—Sí —repuso Doc, sin perder de vista en ningún momento a su protegido y a la fiscal del pueblo, así como a sus silenciosas comunicaciones—. Un periodista, por lo visto. Quiere entrevistarte antes de que empiece la temporada —antes de llegar a la zona asfaltada, los tres vieron a Balkan esperando junto a la esquina de la gasolinera de Flo; y Doc dirigió una extraña mirada que a Sally le puso las bujías de punta—. Ten cuidado, chico.

—¿Cuidado? —preguntó Rayo, confundido—. ¿Por qué?

Doc hizo un gesto que quería parecer casual hacia el periodista, que ya los observaba.

—Por ellos…

«Y por ella», quiso agregar, pero se contuvo.

***

Quizá era una conversación para otro momento, no teniendo a Sally delante. Aunque, considerando que últimamente eran como una moto y un sidecar, inseparables a todas horas, iba a ser difícil.

«En fin, esperemos que no sea tarde aún».

En el fondo y aunque no solían estar de acuerdo muchas veces, Doc quería a Sally casi como la hija que nunca tuvo. Desde que llegó al pueblo, su energía y su decisión le habían recordado a Hornet que, más allá de lamerse las heridas, quizá había algo más por lo que vivir. Su pueblo. Su gente. Por suerte y para su alivio, Rayo pareció captar parte de la indirecta.

***

—Sí, ya sé cómo son… —resopló para sus adentros antes de girarse hacia Sally, que miraba hacia el periodista con una expresión indescifrable que no gustó demasiado al coche de carreras—. Oye, nos vemos luego, ¿vale? No tardaré.

Sally pareció volver de golpe de allá donde estuviese en sus pensamientos; porque botó en el sitio, asintió rápido, sonrió, le deseó suerte y se encaminó hacia el motel con cierta prisa. Sin beso, sin nada.

Rayo sabía que algo se le estaba escapando de todo aquello, aunque su subconsciente le gritaba que era obvio; pero prefirió aparcar esa incómoda sensación antes de dar las gracias a Doc y encaminarse hacia donde estaba Balkan. Este pareció incorporarse cuando llegó a su altura, sonriendo.

—Vaya, por fin doy contigo. El gran Rayo McQueen.

Rayo soltó una risita nerviosa.

—“Grande”, no sé; pero me conformo con hacerlo lo mejor posible.

Balkan sonrió más ampliamente.

—Vamos, señor modesto. Te invito a un trago y hablamos. No sabes las ganas que tenía de conocerte…

(Continuará…)

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