Capítulo 6 — Bienvenida a un mundo nuevo
Tres días después de la despedida en Liones…
― ¡Pescado! ¡Pescado fresco!
― ¡Whisky! ¡El mejor destilado de Britania, solo disponible aquí!
Elaine miraba a todas partes con la sorpresa pintada en la cara. Nada más llegar a aquel pueblo, el primero casi en el que se detenían después de haber salido de Liones el día anterior –entre medias habían acampado junto a un pequeño bosquecillo que a la joven casi le recordaba a su hogar natal– y el hada, acostumbrada solo a la posada ambulante y, como mucho, Liones y Bernia, no podía hacer otra cosa que sorprenderse por cada cosa que se mostraba ante sus ojos.
***
― ¡Cerveza! ¡La mejor cerveza de la costa!
― ¡Vaya! Parece que estamos de suerte ―comentó entonces Ban, acomodándose la bolsa sobre el hombro―. ¿Crees que deberíamos…?
Sin embargo, cuando se giró para buscar a Elaine, al humano casi le dio un vuelco al corazón al ver que ella ya no estaba a su lado. Angustiado por un segundo, Ban oteó sobre las cabezas que lo rodeaban, buscándola. Pero se tranquilizó en cuanto detectó su coronilla rubia unos metros más allá.
Elaine se había detenido junto a uno de los muelles, clavando una intensa mirada en la inmensidad de agua que se extendía a sus pies. El sol refulgía en las suaves olas que iban a morir junto al puerto, fuera contra piedra o madera. Barcos de diferentes tamaños pasaban de un lado a otro del fiordo llevando viajeros y mercancías de una orilla a otra. Mientras que otros lo atravesaban longitudinalmente, de norte a sur. Elaine nunca antes había visto el mar.
Solo cuando notó una mano enorme apoyándose sobre su hombro, Elaine pareció volver a la realidad con un respingo y se giró. A su espalda, Ban la contemplaba con ternura desde medio metro más arriba. A pesar de que Liones y el Bosque del Rey Hada habían firmado la paz de nuevo, Ban no estaba seguro de cómo reaccionarían el resto de habitantes del reino –al menos, fuera de la capital– al ver a un hada de alto rango revoloteando por sus calles; así, la pareja prefería disfrutar de su viaje sin complicaciones y Elaine, dentro de ciudad, avanzaba caminando y con una capa cubriendo sus alas, en vez de volando junto al humano. La única pega que veía Ban, con cierta amargura, era no poder besar a su amante tan a menudo como le gustaría, mientras caminaban…
― ¿Te gusta, Elaine? ―preguntó el humano, algo más tranquilo y mordiéndose la lengua casi sin esfuerzo para no regañarla por darle esos sustos; sobre todo, cuando ella volvió a girar la cabeza hacia el agua, sin creérselo aún, y apoyó su mano en la cintura de él―. Es la primera vez que ves el mar, ¿me equivoco?
Con cierta vergüenza reflejada en sus mejillas sonrojadas, Elaine asintió despacio.
―Nunca había visto tanta agua junta ―confesó con inocencia―. Esto es… ¿Normal?
Ban soltó una risita.
―No puedo asegurarte si hay mucho o poco; pero sí que es cierto que, alrededor de Britannia, me he encontrado mar en muchos sitios.
Elaine se humedeció los labios y se giró hacia él, con los ojos brillantes.
―Entonces imagino que veremos más a lo largo del viaje. ¿No?
Ban rio entonces con más ganas. A veces olvidaba lo inocente que podía ser un hada enfrentada al mundo exterior. King, para bien o para mal, siempre había sido una excepción a esa regla. Pero, Elaine… Ban aún recordaba la emoción en su rostro cuando, casi veinte años atrás, le dijo que encontraría a su hermano y ella podría ser libre. Cuando ella rogó, creyendo que él no la oía, que ojalá Ban hubiese ido a buscarla a ella y no a la Fuente. Y Ban se sentía muy ufano por haber sido capaz de cumplir aquella promesa.
―Eso no lo dudes. Venga, vamos a dar una vuelta por el pueblo y buscar una posada, ¿te parece?
Con amor, el humano rodeó entonces los hombros de la joven feérica para instarla a volver hacia el pueblo. Este se extendía suavemente a lo largo de toda la orilla del fiordo durante, más o menos, un kilómetro de largo. Junto al puerto, los almacenes de pescado y productos frescos se alternaban con algunas fábricas de cerveza y de otro licor que el hada no identificó a primera vista. Aparte, algunos edificios más ilustres y casas nobles se dejaban caer sobre las laderas que protegían la espalda de la villa.
***
En un momento dado, sin embargo, ambos se adentraron por una nueva calle bastante amplia a cuyos lados, como un festival de colores ocres, rojos y blancos, se extendían puestos de comida, escaparates de tiendas y otras casetas de donde salían olores muy variados. Elaine siguió a Ban casi como un autómata; observando a su alrededor con ojos desorbitados, pero tratando de no dejarse abrumar por la intensidad de aquellas nuevas sensaciones que la rodeaban.
―Oye, ¿tienes hambre? ―preguntó Ban en un momento dado, agachándose casi hasta tener su rostro a la altura del de ella.
― ¡Ah! No, estoy bien de momento ―repuso ella, antes de agregar―. Ya sabes que las hadas no sentimos tanta necesidad de alimentarnos a menudo.
Ban hizo un gesto algo indefinido, pero terminó sonriendo.
―Bueno… Pero, si lo necesitas, no dudes en decírmelo y buscamos algún sitio. ¿De acuerdo?
Elaine asintió. Notando, acto seguido, cómo el estómago le rugía al oler algo muy delicioso procedente de su izquierda. Por ello, debió imaginarse que Ban se sorprendería cuando él echó a andar, ella lo retuvo por la mano y, con candor, manifestó:
―Pensándolo bien… Creo que hay algo que quiero probar aquí mismo. ¿Vamos?
Tras recobrarse, el humano contuvo su humor y su emoción a duras penas antes de responder:
―Vamos. Yo sí estoy hambriento.
Elaine meneó la cabeza e ironizó, para mayor diversión de él:
―Bueno, “si lo necesitas, no dudes en decírmelo…”
***
Pillado en falso, Ban solo pudo reírse con más fuerza mientras la abrazaba contra su cadera y ambos se acercaban al mencionado puesto. Durante aquel último medio año, Elaine, que había crecido en un ambiente muy vegetariano como era el Bosque del Rey Hada, había descubierto también el placer de comer otra clase de alimentos de origen animal. Por ello, a Ban no lo sorprendió cuando la joven casi pidió en silencio, solo con la mirada, que probaran una plancha de marisco igual a la que estaban degustando dos marineros un par de mesas más allá. El clima era magnífico y la posada tenía mesas en el exterior, por lo que la pareja no dejó pasar la oportunidad de disfrutar del sol y el aire marino mientras un tabernero encantador les servía dos cervezas locales y el mencionado plato.
Al principio, el hombre pareció reticente a servir alcohol a Elaine y preguntó si no era mejor una sidra. Ella se quedó sin habla, no sabiendo qué contestar. Pero en cuanto Ban se adelantó y mencionó con suavidad, aunque en un tono que no dejaba lugar a dudas, que no se dejara engañar; que su mujer era adulta desde hacía tiempo y que, por favor, trajera esas dos cervezas, el tabernero huyó de nuevo hacia el interior del edificio como alma que llevaba el diablo. Aparte de eso, la comida transcurrió sin sobresaltos mientras ambos charlaban, reían y bebían.
***
Sin embargo, cuando se fueron a levantar, Elaine descubrió con cierta vergüenza que le costaba mantenerse en pie. Sin alzar la vista, el hada apoyó las manos en la mesa y trató de respirar hondo para evitar el mareo. Sin embargo, un brazo solícito sobre su espalda le hizo casi dar un respingo y levantar la cabeza, encarando dos ojos escarlatas que adoraba.
***
—Me parece que aún te queda mucha cerveza por beber, cariño —medio bromeó Ban, sosteniéndola con dulzura para que se incorporara. Aunque, ante su rostro algo contraído, el humano se preocupó—. Eh. ¿Estás bien?
Con un soberano esfuerzo, Elaine inspiró hondo y asintió, encarándolo de nuevo.
—Sí, estoy bien —aseguró, con la voz algo ronca por el alcohol.
Pero Ban conocía lo suficiente los síntomas de una primera o segunda embriaguez como para aceptarlo.
—Vamos —le indicó, haciendo que ella se apoyara contra su pierna mientras caminaban—. Creo que vamos a buscar primero dónde alojarnos y, luego, ya hablaremos…
***
Elaine pareció querer protestar ante aquello, pero de sus labios solo salió una queja mínimamente audible antes de que, dos calles más allá, Ban se detuviera delante de una casita, bastante elegante, situada nada más adentrarse en una pequeña plaza.
—Venga, entremos aquí. ¿De acuerdo?
Elaine resopló por toda respuesta antes de dejarse arrastrar sin violencia hacia el interior de la posada. Este era acogedor, aunque sin pretensiones. Gran parte de la planta baja la ocupaba un enorme comedor que, en ese instante, contaría con una treintena de parroquianos y comensales. La pareja pasó de largo hasta el extremo del mostrador y, con total educación, Ban pidió una habitación para dos para alojarse hasta el día siguiente. Nadie se fijó en ellos más de lo necesario mientras el hombre pagaba, siempre manteniendo a Elaine protegida contra su cuerpo, ni cuando enfilaron las escaleras para subir al primer piso.
Una vez en el dormitorio, Elaine, dentro de su ligera borrachera, tampoco pudo evitar abrir mucho los ojos a causa de la sorpresa y separarse de Ban unos pasos, adentrándose en la estancia. Una cama más o menos amplia ocupaba el lado izquierdo, bajo la ventana, mientras que el lado derecho estaba ocupado por una alfombra y un aparador. Cierto que los muebles habían visto tiempos mejores, pero el hada estaba igual de emocionada.
—¿Te gusta, Elaine? —preguntó Ban.
Ella asintió por toda respuesta.
***
Él estuvo a punto de añadir, modesto, que tampoco era para tanto y seguro que habría alojamientos más dignos de una princesa como ella en Oban; pero se mordió la lengua sin esfuerzo cuando vio su rostro a la luz de la ventana, nada más sentarse ella sobre la cama.
—Reconozco que cada cosa que veo es una sorpresa —comentó ella, antes de echarse sobre las sábanas para tratar de minimizar el mareo—. ¿Qué planes tenemos?
Ban, por su lado, se estiró como un gato antes de soltar la bolsa en un rincón y responder, de espaldas a ella:
—Bueno, diría que no tenemos demasiada prisa —comentó, despreocupado—. Había pensado que subiéramos por la costa, pero luego girásemos hacia el este. No quiero adentrarme tampoco demasiado en territorio de gigantes, aunque ahora la paz entre ellos esté asegu…
El humano se calló de inmediato, tragándose el comentario jocoso sobre Diane y King que venía a continuación; al girarse y ver, con ternura, que Elaine ya no lo escuchaba. El hada, por algún motivo que Ban intuía relacionado con el alcohol y quizá la poca costumbre de viajar, había caído dormida sobre la almohada en tiempo récord mientras él hablaba. El guerrero tomó entonces una manta, se acercó a la cama y tapó a Elaine con cuidado; sin poder reprimir cierta emoción al contemplarla así, tan relajada y feliz. Hacía meses, casi desde antes de que combatieran a Melascula, que Ban no tenía la oportunidad de observarla dormir.
«Con esa mala costumbre de las hadas de dormir poco, siempre se levanta antes que yo», pensó el humano, jocoso.
Pero prefirió dejar de hacerlo cuando Elaine, un milisegundo después, se removió sobre las sábanas y esbozó una sonrisa en sueños. Ban se maldijo, no sin cierta diversión, antes de decidir no volver a pensar ciertas cosas cerca de ella, dormida o despierta.
«No vaya a ser que luego me las devuelva», pensó, sin embargo, mientras decidía salir de la habitación e irse a dar un paseo por el pueblo.
Necesitaba alguna muda de viaje y, en el fondo, se moría por encontrar algún regalo especial para Elaine…
Me había olvidado de que Elaine no resiste tanto el alcohol como Ban. Ah, me gustado esta pequeña parte que no recordaba tan nítidamente y sobre el paseo por la costa, imagino que siendo una isla Britania debe verse el mar diferente en todos sitios y también dependiendo el clima.
La imagen mental es hermosa.
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¡Hola! Sí, lo cierto es que está la mujer tanteando el terreno todavía xDDD no tiene tanta resistencia. Quería que se viera un poco esa «novedad» para Elaine de conocer otros lugares, así como anticipar un poco el comienzo del viaje por la costa (supuestamente, la Liones original también estaba a la orilla del mar ^^ así que ayudaba). ¡Gracias por comentar!
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