Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 3)

Capítulo 3 – ¿Qué es lo que buscas?

Renée O’Connor

  Ruth observó detenidamente su reacción ante la pregunta y debía confesar que la sorprendió tanto su pregunta cómo su sincera confesión.

«Soy como soy».

Nunca ninguno de sus pretendientes había sido tan franco, fuese para bien o para mal. Cuando Akhen apartó la vista, Ruth analizó su postura sin tapujos a la vez que obligaba a su intuición a funcionar a toda marcha. Y lo que creyó entrever le pareció sumamente interesante. Pero claro, era solo intuición, no podía estar segura.

Su perfil se recortaba contra los acantilados que rodeaban la pequeña cala sobre la que ambos se asomaban y, por un instante, un pensamiento bastante indecoroso y subido de tono cruzó por la mente de Ruth a la velocidad del rayo y la hizo enrojecer. Por suerte, su última barrera mental parecía estar intacta.

«Por Zeus y todos sus relámpagos, Ruth… ¡Contrólate!», se reprendió mentalmente a la vez que seguía observando al hombre que tenía frente a ella.

Sentía que tenía que dar un paso y su última sugerencia era de lo más tentadora, significara lo que significase. Puesto que la joven princesa, a pesar de tener algún conocimiento sobre seducción, mantenía un secreto inconfesable encerrado bajo llave en su corazón: nunca había conocido a un hombre en el sentido literal de la expresión.

—Y, ¿puedo saber cuál es tu concepto del aquí y el ahora? —preguntó entonces enarcando una ceja curiosa, dejando de lado el protocolo y tuteándolo directamente. Sin esperar a su respuesta, agregó—. Ambos sabemos por qué estás aquí, Akhen. Y no, no suelo ser encantadora con mis pretendientes. Aunque, ¿quién lo sería si de lo único que saben hablar es de cultivo de vino de Hanta, barcos que van y vienen a las Tierras Lejanas o glorias banales de batallas de las que ni he oído hablar? —Porque una cosa era cierta: Akhen aún no había intentado impresionarla. No tan exagerada y petulantemente como todos sus predecesores—. Así que… —se aproximó a él hasta que su nariz estuvo casi rozando la de él y apoyó una mano extendida en la balaustrada—. Sin rodeos. ¿Qué puedes ofrecerme que no haga que esta noche, cuando salgas por la puerta de Ávalon, sea engrosando mi lista de pretendientes descartados?

Con la respiración contenida, esperó su contestación. Probablemente pensaría que era la mujer más desagradable del mundo, pero… ¡qué narices! Ya había pasado por ello. Una vez más tampoco iba a hacerle daño. O eso quería pensar.

* * *

  Realmente no era aquello lo que esperaba. Si se hubiera tratado de cualquier chica a la que hubiera querido “llevarse al huerto” estaría contento, porque todo indicaba que eso era lo que quería Ruth, pero lo que pretendía en ese momento nada tenía que ver con la piel… O casi nada. No debía permitir que se le acercara tanto, porque aquella figura bien formada y sus labios tentadores no eran algo a lo que fuera fácil resistirse. De hecho, su entereza estaba a un milímetro de quebrarse y no debía permitirlo. Cuando ella se le echó encima notó como su espalda golpeaba la balaustrada. Había dado un paso atrás para evitarla, pero no podía hacer mucho más estando allí.

Akhen soltó una risilla nerviosa, intentando encontrar una respuesta que no fuera pretenciosa ni manida, pero no era tan fácil. Mucho menos cuando la respiración de la chica que esperaba convertir en su prometida lo golpeaba el rostro con aquella insistencia. Era la primera vez que una mujer se mostraba tan directa con él. No os confundáis, no debía hacer prácticamente nada para seducir a la chica que se le antojase, era solo que no solían ser tan claras. Y, maldito fuese él y todos sus ancestros, porque le gustaba. De ahí que su mano derecha acabara por descansar sobre la cintura de la joven.

«Párate», se exigió, pero no lo hizo.

—¿Yo? —susurró; su mano izquierda le retiró un mechón rebelde del rostro y negó con la cabeza—. No te hablaré de vino, me gusta beberlo no hablar de él. ¿Cultivos, por quién me has tomado, por un agricultor? No, Ruth. Yo no quiero comprarte o impresionarte —El dedo que había colocado el cabello dorado en su lugar se movió junto a sus hermanos para acompañar a la mano derecha, al otro lado de la cadera de la hija de Júpiter—, yo solo quiero conocerte.

Podría haber agregado que debían charlar, pasear y ver si lo suyo era posible antes de comprometerse o decidir las cosas a lo loco, pero no tuvo tiempo. Una voz se acercaba a ellos y no tuvo más remedio que soltar la cintura de la joven y guardar las manos en los bolsillos de su elegante túnica.

—¿Señorita Ruth? —venía diciendo un hombre mayor que parecía un sirviente –¿un mayordomo tal vez? –, rechoncho y calvo como una bola de billar—. Señorita Ruth, sus padres y su hermana están… —El anciano primero le dedicó una sonrisa a la joven y luego a Akhen, que elevó una ceja, divertido, a modo de saludo—. La cena está lista —dijo el recién llegado, con la vista clavada en el suelo.

* * *

  Cuando los dedos se posaron en su cintura, Ruth pensó que el corazón se le iba a salir del pecho. Cuando le apartó un mechón de flequillo con la mano izquierda para, acto seguido, posarla sobre la cadera contraria, la joven deseó que su cabeza terminase el movimiento que había comenzado con la última pregunta, fundiendo sus labios en un beso apasionado. Pero se contuvo a tiempo, tragó saliva procurando serenarse y reprimió el impulso de morderse el labio inferior con deseo.

Lentamente, alzó la vista hasta cruzar sus miradas, tratando de discernir por enésima vez si estaba siendo sincero. Ya había materializado sus sospechas sobre su intención nula de impresionarla, pero… ¿Que deseaba conocerla? Aquello sí que era nuevo. Lo cierto es que a ninguno de los anteriores pretendientes le había permitido conocerla apenas en persona, no digamos verse a solas o… Tocarle un pelo. Pero la casualidad había querido que Akhen y ella se encontrasen antes de su presentación oficial y, francamente, había algo excitante en todo aquello. Sin la mirada de halcón de sus respectivos padres y parientes, Ruth sentía que realmente podían ser ellos mismos. O eso quería creer.

Una idea empezó a tomar forma en su mente –a salvo detrás de la bendita barrera– en ese preciso instante. Si conseguía hacer suyo a Akhen, era muy posible que aquello fuese el billete para salir de Ávalon. Después de casarse, nada ni nadie la obligaría a permanecer en aquella fortaleza… O en aquella condenada isla. Sería libre. Y si, llegado el caso, debiera doblegar su voluntad para hacerlo… Bueno, podía ser un daño colateral.

Sin embargo, sabía que no debía mostrarse demasiado provocativa o abierta en ese sentido, puesto que él podría pensar horriblemente de ella. Por suerte, la aparición del chambelán mayor le dio la oportunidad que estaba buscando. Lástima que en ese instante las manos de Akhen se retirasen de su cuerpo…

—No te preocupes, Sahan —tranquilizó la joven al cohibido sirviente—. Bajamos en un minuto.

Cuando se retiró, Ruth se volvió lentamente hacia Akhen y posó sin disimulo un dedo bajo su pecho. El juego había empezado. La cuestión era, ¿sería capaz de superarlo?

—Si quieres conocerme —susurró entonces junto a su mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios, a la vez que bajaba un dedo por la línea de su ombligo, hasta retirarlo unos centímetros más abajo—, reúnete conmigo esta noche en esta playa de aquí abajo —Hizo un gesto significativo con la cabeza en la dirección indicada—. Si no “te pierdes”, claro.

Recalcó a propósito esas dos palabras, dado que ese había sido el motivo de su encuentro, antes de girarse con elegancia y salir de la galería sin mirar atrás.

El pequeño comedor donde se había concretado la reunión –o cena de compromiso, como se quisiera llamar– estaba un piso más abajo de donde se encontraba la pareja. Cuando llegaron, Morgana, su marido Gregor Markenn y los padres de Ruth ya estaban ahí. Una criatura de espesos rizos oscuros, situada en el regazo de Morgana, sacudió los brazos en su dirección cuando la joven rubia se aproximó. Haciéndole cosquillas, saludó a la pequeña Blanca, de dos años de edad, mientras su hermana le dirigía una mirada de falso reproche.

  —¿Dónde andabas, tardona? —preguntó en voz baja. Ruth miró a su alrededor un instante, comprobando el alivio mal disimulado en el rostro de su madre y la expresión eternamente adusta y hermética de su cuñado. Ruth y él nunca se habían llevado bien y aquello parecía haberse acentuado desde que Morgana, antes de tener a Blanca, había decidido adoptar a aquella niña rubia de ojos azules que ahora se escondía detrás de la túnica de Gregor. Él miró directamente a la hermana menor Derfain, pero no dijo nada. Morgana, por su parte, se levantó rápidamente al comprobar aquel intercambio de miradas y le susurró a Gregor—. Voy a acostar a las niñas. No tardaré.

Y desapareció por la puerta. En ese instante, la madre de ambas se aproximó a Ruth con una sonrisa algo forzada y la invitó a tomar asiento en su lugar, a su izquierda.

  —¿Dónde estabas, cielo? —repitió la pregunta de Morgana procurando que no pareciese un reproche, pero fue así.

Sin embargo, la mente y el corazón de su hija estaban lejos de sentir amargura alguna.

  —Lo siento, madre —replicó mientras se volvía hacia la puerta con expresión algo anhelante—. Me… entretuve un poco.

* * *

Un par de minutos después de que entrase Ruth en la sala, Akhen hizo lo propio. Compuso su mejor mueca de circunstancias y se disculpó con los presentes con una deslumbrante sonrisa pintada en su rostro. Se había perdido, lo que no era una mentira, simplemente una dilatación de tiempos. Por llamarlo de alguna manera. Hizo una reverencia hacia los presentes y se paró frente a sus padres, que lo observaban como si acabase de dejar caer la túnica y enseñase su cuerpo desnudo.

—Lo siento muchísimo —se excusó—, madre —Akhen esperaba que fuera capaz de no montar un escándalo por una vez en su vida—, padre —El señor Marquath levantó su copa de vino, restándole importancia frente a los que podía ser los futuros suegros de su hijo y él se volvió hacia ellos—. Mis excusas, señores Derfain, este lugar es inmenso, de un gusto exquisito, y no he podido evitar quedar hechizado —Esta última palabra la dijo mirando a la chica con la que había estado coqueteando minutos atrás y que había ocupado su lugar junto a su familia—. Usted debe de ser Ruth, es un placer conocerla —Y finalmente se sentó junto a sus padres, estirados como los snobs que eran.

Antes de hacer aquella aparición triunfal, Akhen había asentido como un tonto cuando la chica le dijo que se viesen en la playa.

«¿Perderme contigo, preciosa? Encantado.»

Aunque no verbalizó nada de aquello, se conformó con tirar de los ribetes que adornaban los puños de su túnica y seguirla, siempre a una prudente distancia. Debía ser un pecado mover las caderas como lo hacía ella mientras avanzaba hasta el comedor donde serían las presentaciones oficiales. Akhen estaba tan absorto en el ondulante movimiento de las piernas de Ruth mientras colocaba un pie detrás de otro que ni siquiera se dio cuenta si bajaban, subían o se dedicaban a marchar hacia la nada.

El embrujo cesó cuando ella entró a la sala y él detuvo sus pies abruptamente. Se pasó una mano por el cabello, desordenado pero elegante, esperó pacientemente acodado en una esquina y finalmente se movió hacia el interior de la estancia. El cuñado de Ruth le pasó a Akhen totalmente desapercibido. Si hubiera sabido cómo se desarrollarían los acontecimientos, probablemente hubiese sido mejor que hubiera seguido así.