19 – La pieza que faltaba
-Eleion y yo nos conocimos en Cashmere hará unos dos años. Yo hacía tiempo que había abandonado Galladoorn, donde me había criado, para ver mundo. Y por suerte o por desgracia me metí en líos en la capital de Cashmere, tratando casualmente de salvarle la vida al citado rubio. Todo eso me condujo inmediatamente a presencia de los reyes.
>> A pesar de que había quien afirmaba haberme visto envuelto en otros entuertos de la ciudad, Eleion salió en mi defensa para que me perdonasen. Lo hicieron, pero me pidieron que saliese temporalmente de su territorio. Obedecí, por supuesto. Pero unos meses después volví, puesto que reconozco que me había quedado prendado de algo más aparte de las riquezas de la capital…
En este punto de la narración, Madmartigan agachó la cabeza con una mueca a caballo entre la vergüenza y un dolor sordo y profundo que el tiempo transcurrido, por lo visto, no había logrado borrar del todo. Sorsha no estaba segura de querer saber más, pero se obligó a preguntar al ver que el apuesto guerrero dudaba un instante.
-¿Carissima?
No podía soportar que lo que Eleion le había dicho fuese cierto, pero ante el asentimiento de Madmartigan, se obligó con esfuerzo a seguir escuchando. Aunque una parte de ella le pedía que corriera lejos y cerrase todas las puertas posibles tras de sí para que él jamás la alcanzase, un resquicio de su corazón seguía albergando un atisbo de esperanza…
-Reconozco que caí como un idiota ante sus encantos y volví varias veces en los dos años siguientes a visitarla de vez en cuando. Sin embargo, no preví que alguien más estaba metido en todo esto: Jarenth.
-¿El ministro de Galladoorn? -preguntó Sorsha, perpleja.
Había oído hablar de él antes de que su madre arrasase la ciudad. Un hombre con una fama casi peor que la de Carissima, por lo que no le sorprendía mucho su presencia en una historia como aquella. Madmartigan, por su parte, asintió.
-Él fue el que planeó todo, no sé bien por qué. El que me llevó a Cashmere por primera vez, consiguió que me enamorase de Carissima y junto con ella…
Giró la cabeza, incapaz de seguir, pero Sorsha ya había oído bastante.
-¿Qué te hicieron?
Madmartigan suspiró.
-Lo perdí todo, en tres palabras. Después de eso, me dediqué a vagar sin rumbo por tabernas y tugurios de mala muerte -en ese momento mostró una sonrisa tremendamente amarga-. Nada que te sorprenda, dado cómo nos conocimos.
El guerrero omitió adrede la continuación de la historia, o al menos el lapso de tiempo hasta que ambos se habían encontrado. Puesto que sabía que no podría soportar su rechazo si le contaba que lo habían condenado a morir en una jaula de cuervos.
La princesa por otro lado se obligó a volver a respirar, puesto que había estado conteniendo la respiración sin darse cuenta. Madmartigan pareció volver también a la realidad al escucharla jadear y se volvió en ese instante hacia ella, con el corazón en un puño.
-¿Qué fue lo que te dijo Eleion? -preguntó suavemente.
No estaba seguro de querer saberlo, pero lo que sí tenía claro era que debía hacerlo. Sin embargo, cuando Sorsha tragó saliva, pensó que su mundo se hundiría en el abismo sin remedio.
-Me contó que te llevaste la virtud de Carissima -replicó ella en un hilo de voz, haciendo que él apretase imperceptiblemente los puños-. Que ella te amaba y se quedó hecha un mar de lágrimas cuando la abandonaste. Que la engañabas y andabas contando sus secretos más íntimos a todo el que quisiera escucharte…
-Eso es mentira -rechinó Madmartigan en tono bronco, interrumpiéndola bruscamente-. De hecho, el estúpido que estaba a la espera de que ella se entregase era yo, maldita sea -por los ojos de Sorsha cruzó una sombra de dolor claramente visible, lo que hizo al guerrero sentirse como el peor de los hipócritas considerando que todo aquello apenas había sucedido unos meses atrás. Porque, ¿qué podía ofrecerle alguien como él a una mujer tan maravillosa como la que tenía delante? Solo el hecho de pensar que Eleion la hubiese tocado un pelo hacía que su sangre hirviese. Pero quizá por eso o por masoquismo puro, queriendo expiar ese pecado que nunca cometió, se atrevió a preguntar-. ¿Y tú… le entregaste tu virtud… a Eleion?
Había supuesto de antemano que Sorsha sería virgen siendo hasta hacía bien poco la princesa heredera de Nockmaar, pero le había costado horrores vocalizar aquella frase; puesto que, lo fuese o no, solo de imaginar a aquel príncipe egocéntrico forzándola contra su voluntad se le desgarraba el alma. Pero un rápido gesto negativo de Sorsha hizo que resoplase, claramente aliviado.
-Creo que quería casarse conmigo antes de hacer nada -explicó la princesa, lo que volvió a agitar el interior del guerrero. Confirmaba que su virtud estaba intacta pero, además y casi más importante, Eleion no se había atrevido a caer tan bajo-. Por las buenas o por las malas…
Súbitamente sin palabras o frases que aliviasen la tensión que se había instalado en un instante entre los dos, el guerrero y la princesa se quedaron unos minutos en silencio, sin mirarse. Todas aquellas confesiones, soltadas de golpe, suponían una liberación para ambos; pero para una relación potencial entre ellos, ¿qué podía significar?
-¿La hubieses aceptado?
Sorsha se volvió como un resorte al oír la pregunta.
-¿Qué? -preguntó, confundida.
Madmartigan, por su parte, cruzó los brazos y continuó mirando hacia el patio con aire fingidamente indiferente.
-Ya me has oído.
-¿Te refieres a su proposición de matrimonio?
-Sí.
Sorsha boqueó, incrédula. ¡Por supuesto que no, por los dioses! ¿Cómo se le ocurría? Claro que era un príncipe rico y poderoso, pero tenía demasiados defectos como para que siquiera se le cruzase por la cabeza.
-Jamás -declaró, rotunda, para después apretar los labios y rematar-. Antes me hubiese podrido en ese torreón por voluntad propia.
Madmartigan sonrió entonces con ironía, disimulando lo tranquilizado que se sentía por su respuesta.
-Debe ser por eso que Eleion decía que fuiste poco razonable… -comentó con sorna.
Sorsha enarcó una ceja, siguiendo el ánimo que estaba tomando la conversación sin quererlo.
-¿Dijo eso?
-Con esas mismas palabras.
La princesa soltó una risita.
-Pues podía esperar sentado…
-¿Y si te lo pidiese yo?
Madmartigan lo había dicho rápido, casi sin pensar. Pero lo cierto era que se moría porque Sorsha dijese que sí. Vale, hacía apenas un mes que se conocían. Y antes de eso el guerrero había pasado por una etapa muy amarga de su vida; no era menos cierto. Pero lo que había sentido alguna vez por la fulana de Carissima no podía acercarse ni a una millonésima parte de lo que sentía por Sorsha. Aquella mujer tenía carácter. Era hermosa, decidida y aguerrida; pero también podía ser dulce y tener sentido del humor, lo había demostrado. A sus ojos, y cada vez más, era sencillamente perfecta.
Pero Madmartigan tuvo que admitir en ese preciso instante que, tras comprobar cómo Sorsha se giraba lentamente hacia él con el rostro desencajado por la sorpresa, temió seriamente que ella lo enviase a pasear en canoa por los mares del norte. Vamos, que le dijese que no y no precisamente de buenas maneras.
-¿Qué…? ¿Qué quieres decir? -inquirió ella cuando por fin pareció recuperar el habla.
Madmartigan se giró hacia la muchacha, tratando de reunir el valor suficiente para responder en el mismo tono bajo:
-Creo que lo sabes bien.
El guerrero comprobó cómo la princesa tragaba saliva de nuevo mientras clavaba en él una mirada penetrante, oscura y a la vez ardiente, sin despegar el contacto visual ni un milímetro y a la vez que parecía analizar todo en su expresión. Madmartigan, al mismo tiempo que su alma se derretía al sentir aquellos iris enlazados con los suyos, empezó a perder gradualmente la esperanza a medida que los segundos pasaban… ¿a qué esperaba para decirle algo?
Pero, tras un minuto que se le hizo eterno, confundido vio cómo Sorsha apartaba la vista súbitamente y meneaba la cabeza, con media sonrisa curvando sus labios. Ahí sí que el guerrero no supo qué pensar ni qué hacer; al menos, hasta que ella habló de nuevo en su dirección.
-¿Y no vas a pedírmelo como es debido?
La media sonrisa se había convertido en una mueca socarrona que Sorsha le mostraba desde un rostro ladeado por la curiosidad. Y Madmartigan, seguro entonces de cuál sería su respuesta, hincó una rodilla, tomó la mano de la joven pelirroja entre las suyas y declaró con seriedad:
-Sorsha de Nockmaar y Tir Asleen, quiero que sepas que, pasara lo que pasase en el pasado, hayamos estado unidos o separados, enfrentados o combatiendo codo con codo, aquí y ahora no hay otra mujer a la que ame más en Andowyne ni creo que jamás pueda entregar mi corazón como te lo entregué a ti cuando te vi por primera vez en aquella posada -tomó aire-. Y por ello… me sentiría muy honrado si quisieras convertirte en mi esposa. No me importa que seas princesa -agregó acto seguido con cierto nerviosismo-, eso que quede claro. Te deseo y te quiero como mujer y con eso me basta. Solo… para aclararlo.
La joven había tratado de no emocionarse durante el discurso sin conseguirlo del todo, lo que había logrado disimular situando una mano delante de sus labios, aunque no pudo evitar reírse ligeramente cuando él añadió las últimas frases a su declaración. Era tan cándido que solo podía significar una cosa: tanta espera había merecido la pena.
Ahora era cierto, no una declaración alocada como aquella proferida por el guerrero en su tienda del campamento Nockmaar, estando ambos en bandos enfrentados. Allí, entre aquellas columnas, ella lo amaba, él la amaba y ambos eran plenamente conscientes de ello. Y teniendo que vivir en Tir Asleen, fuese a la fuerza o no, Sorsha ya no tenía motivos para negar más los impulsos de su corazón.
Por ello, lentamente se inclinó junto a Madmartigan y, tras un brevísimo instante de última duda, posó sus labios sobre los suyos a la vez que le tomaba el rostro entre las manos. Tras la sorpresa inicial, el guerrero la abrazó entonces con cuidado a la vez que se incorporaba lentamente, sin permitir en momento alguno que sus bocas se separaran ni un milímetro. Las lenguas de ambos se habían enlazado en un baile que nadie parecía capaz de parar, y solo la columna que tenían justo detrás les indicaba que aún pisaban tierra firme y no estaban en el cielo al cual creían haber ascendido por un instante.
Cuando por fin se separaron, sin embargo, Madmartigan preguntó en un suspiro, solo por asegurarse:
-¿Eso es un sí?
Jadeante, Sorsha pegó entonces su frente a la de él, procurando recuperar el aliento mientras respondía igualmente:
-Ahora y para siempre.