Nuestra extraña amistad (Thriller Bark – Sabaody)

Aquella mañana, Nami subió al castillo de proa al amanecer. Los primeros rayos de sol iluminaban el mar, que se veía dorado, como una extensión de metal pulido. Era un momento mágico y tranquilo, sin nadie paseando por la cubierta, lleno de una calma que últimamente parecía brillar por su ausencia en sus vidas. El aire fresco de la mañana acariciaba su piel y el suave crujido de la madera del barco bajo sus pies era una melodía familiar y reconfortante que oía desde hacía semanas. Echaba de menos al Merry, como todos, pero el Sunny había demostrado ser un sustituto a la altura de sus mejores expectativas.
Nami inspiró hondo por la nariz, saboreando la suave brisa marina y sintiéndose en paz. Sin embargo, al llegar al castillo de proa, todo sentimiento de calma pareció evaporarse de su cuerpo en cuanto sus ojos se encontraron con una figura conocida. Zoro estaba allí, tumbado sobre uno de los raíles de madera con los ojos cerrados. Sus tres catanas —Wado Ichimonji, Kitetsu III y su última adquisición en Thriller Bark, Shusui— estaban apoyadas a su lado, con las empuñaduras bruñidas que brillaban a la perezosa luz del día. Sin quererlo, Nami se entretuvo unos segundos mirando embobada cómo la luz del sol naciente y el viento jugaban entre los cortos mechones de pelo verde alrededor de su frente, así como en el tenue movimiento de sus músculos, definidos bajo la camisa, cada vez que roncaba con suavidad.
De inmediato, sacudió la cabeza, tratando de ignorar el estremecimiento de placer que se había adueñado de sus piernas al recordar el tacto de esa piel morena bajo los dedos, en una circunstancia que se juraba no iba a volver a ocurrir. Para bien o para mal, en el momento en que se dirigió hacia el timón tratando de no despertarlo, Zoro abrió los ojos, apenas sobresaltado.
Tras parpadear y adaptarse a la tenue luz del amanecer, sus iris grisáceos se posaron sobre ella con expresión somnolienta y también con una calma que ella no sentía en absoluto.
—Buenos días —saludó, no obstante, de forma cordial y situándose junto al timón.
—Eh. Hola —repuso él, con apenas un balanceo de la cabeza.
—¿Has descansado algo?
Zoro bostezó sonoramente, según su costumbre.
—Lo suficiente —repuso él, incorporándose apenas y estirando los brazos con una leve mueca de molestia—. ¿Y tú?
—Estoy bien, sí —admitió ella—. ¿Cómo te encuentras?
Zoro meneó los hombros, como si fuera un reflejo para desentumecerse.
—Estoy mejor —admitió, agregando en tono algo sarcástico—, aunque Chopper se empeñe en querer que parezca una momia con tanta venda…
Nami notó un escalofrío ascender por su espalda solo de recordar el momento en que Sanji les había avisado de que había encontrado a Zoro medio muerto en el patio de Thriller Bark. A pesar de lo que se había prometido desde hacía algo más de una semana, aquella noticia había sido un puñetazo en el estómago para la navegante. Si no hubiera sido por Robin, se habría caído de rodillas al suelo en ese mismo instante, con los ojos anegados en lágrimas solo de imaginar que habían perdido al arisco peliverde para siempre.
—Nos diste un buen susto —le informó, fingiendo estar serena, aunque su corazón latía desenfrenado—. Cuando Sanji te encontró…
—El Cocinitas es un exagerado —sentenció el guerrero, interrumpiéndola y apoyando la cabeza sobre las manos cruzadas bajo la nuca, mientras apartaba la vista al horizonte—. No era para tanto.
Nami lo observó, tragándose las ganas de zarandearlo y gritarle lo equivocado que estaba. Conociéndolo, no soportaba que se hiciera el duro de aquella manera, menos aún cuando en el fondo sabía lo sensible y entregado a su gente que podía ser.
—Aun así… ¿Puedo preguntarte qué pasó mientras estábamos inconscientes? —indagó, por si acaso.
Como debió suponer, el rostro de él se oscureció de inmediato y su postura se tensó.
—No. No quiero hablar de ello —replicó Zoro, seco.
La navegante suspiró con discreción, tratando por todos los medios de deshacer esa tenaza que le oprimía la garganta cada vez que los recuerdos volvían para atormentarla, buenos o no tan buenos.
—Vale. Aun así, deberías hacer caso a Chopper y no hacerte el duro —le aconsejó, más severa—. Un día nos vas a dar un disgusto.
Para su sorpresa, él soltó una risita por lo bajo, pero lo que la desequilibró por completo fue su siguiente comentario:
—Lo mismo digo. ¿Qué es eso de que te ibas a casar con un hombre invisible?
En ese momento, Nami no pudo evitar sonrojarse visiblemente mientras inclinaba la barbilla entre sus mechones pelirrojos.
—Ni me lo menciones —le advirtió, avergonzada—. Ya os valdría haber llegado antes, porque si no me hubiera despertado, ese idiota lo habría conseguido.
—A mí no me mires —se defendió Zoro, encogiendo los hombros—. Échale la culpa al Cocinitas, que se empeñó en rescatarte él.
Nami frunció el ceño.
—¡Ja! —se mofó, maliciosa—. Y tú, ¿qué hiciste mientras tanto?
En el rostro de Zoro asomó una mueca sardónica.
—¿Qué pasa? ¿Hubieras preferido que te salvase yo? —preguntó, dando en la diana sin pretenderlo.
Pillada en falta, Nami enrojeció sin remedio.
—No —musitó, apartando la vista de él hacia el horizonte—, pero… Qué caballero estás hecho, que no rescatas a una damisela en apuros —lo acusó.
En el límite de su campo de visión, el guerrero sacudió los hombros y la cabeza con algo que parecía cierta sorna.
—Vamos, Nami. Tú no eres una damisela indefensa y yo no soy un caballero andante, lo sabemos de sobra —le recordó, para su mayor bochorno—. Además, sabía que estaríais bien y, con el calentón que llevaba el rubio, estoy seguro de que no nos hubiese dejado intervenir a ninguno de nosotros, incluso si hubiéramos intentado ayudar —ironizó.
En ese momento, su voz se volvió más mordaz:
—Por cierto… ¿Es verdad que ese puzle de animales con patas consiguió verte desnuda en la bañera?
Escaldada en lo más hondo de su ser, Nami apretó los labios y cruzó los brazos.
—Sí, tú ríete —replicó, agria—, pero fue de lo más desagradable. Además, como se hacía invisible era todavía peor…
—Me lo puedo imaginar —afirmó él—. ¿Y lo de Usopp?
—¿Qué pasa con él?
La mueca sardónica de Zoro se ensanchó.
—Entendí que entró en el baño e intentó ayudarte… ¿Te vio también?
El ceño de Nami se frunció, avergonzada hasta la médula por aquella conversación y por la ironía de tenerla justo con Zoro.
—Prefiero no hablar de ello —rechinó.
El guerrero, para su mayor sorpresa, soltó una risita entre dientes sin mirarla.
—Pobre Cocinillas, se va a quedar el último en la lista… ¡Ay!
Ceñudo, Zoro saltó de la baranda y la miró de frente, frotándose la mejilla donde Nami lo había abofeteado, con gesto contrariado.
—¡Eh! ¿A qué ha venido eso?
La pelirroja, por su parte, se cruzó de brazos y levantó la nariz, ofendida.
—Porque has hecho un comentario pervertido y te lo merecías —lo regañó, con las mejillas encendidas e intentando no pensar en lo que subyacía en su última burla—. ¿Qué te has creído?
Tras observarla con intensidad durante varios segundos que se hicieron eternos para la navegante, Zoro resopló e incluso sonrió con algo que parecía rendición.
—Eres incorregible, Nami —la acusó, sin acritud—. No tienes remedio.
Ella no contestó. De repente, se habían acercado el uno al otro y entre los dos estaba surgiendo una camaradería que parecía ausente desde antes de Amber Bay. La joven tragó saliva. Su cuerpo estaba a una distancia insoportablemente cercana dadas las circunstancias. Por un instante, a pesar de lo que ambos se habían prometido tras el «accidente» del resort, Nami deseó de nuevo fundirse con aquella piel morena hasta perder el sentido, aunque solo fuese una vez más. Por suerte, la lucidez le duró lo suficiente como para suplicar en un susurro cargado de pudor:
—No… te acerques tanto, Zoro…
Por su parte, él no obedeció enseguida. En cambio, volvió a mirarla con fijeza y aquellos ojos grises semejantes a nubes de tormenta, que no reflejaban ninguna emoción clara en ese instante. Por suerte, apenas un suspiro después, el chico se separó despacio para terminar sentándose de nuevo en el raíl frente a ella. Nami exhaló disimuladamente mientras también recuperaba su puesto junto al timón.
Pasó un buen rato de incómodo silencio entre los dos, que solo veían el amanecer. Para bien o para mal, cuando la navegante reunió el valor suficiente como para intentar romper el silencio, se escucharon las voces de otros compañeros en cubierta. Aparte, esa pareció ser la señal que Zoro necesitaba para levantarse y dirigirse hacia las escaleras.
—Creo que voy a retirarme —dictaminó de espaldas a ella.
—¿Te vas ya? —preguntó Nami, sin poder evitar que cierta decepción se filtrase en su voz.
Por suerte o por desgracia, Zoro no pareció percibirlo mientras movía el cuello para desentumecerlo.
—Sí, voy a ver si estiro un rato en el gimnasio —declaró.
Nami dudó, buscando por alguna razón que él se quedase un rato más.
—¿No desayunas con nosotros? —quiso saber, comedida.
Zoro resopló, pero apenas la miró de reojo al responder con un encogimiento de hombros:
—Nah, ya pillaré lo que haya dejado por ahí el Cocinitas cuando termine.
Nami se humedeció los labios, sin fuerzas en ese instante para discutir su animosidad hacia Sanji y sin querer insistir más para no dar una impresión equivocada.
—Ten cuidado, no te hagas daño —le aconsejó amablemente.
En esta ocasión, Zoro mostró una media sonrisa amistosa que hizo brincar el corazón de Nami, a pesar de todo.
—Siempre —repuso, antes de darle la espalda y encarar las escaleras laterales.
Mientras Zoro se alejaba, Nami notó sin querer un extraño calor subiendo por sus piernas solo con verle la silueta musculosa moverse en la madrugada. Una parte de ella deseaba correr detrás de él y aferrarse a su camisa hasta que el mundo se acabase, refugiada en sus brazos; mientras que a la otra le aterrorizaba siquiera pensar en ello.
Al final, sacudió la cabeza, rendida y agotada. Ni podían ni debían repetir el error de Amber Bay, por el bien de todos, o de eso quería convencerse con todas sus fuerzas. Lo que ninguno de los dos sabía es que, en apenas unos días, quizá se hubieran arrepentido de no haber hecho nada cuando tuvieron la oportunidad…
Buenas, mis ratones. Pues, como prometía, aquí tenéis el primer adelanto de lo que será la próxima aventura de vuestros nakamas favoritos en mi «timeline» de fanfiction… Aprovecho a subirlo porque, aparte de todo, es el único que he ambientado antes del time-skip, y así arrancamos post-time-skip con fuerza en enero ¿os parece? Se os quiere mucho y que terminéis el año como se merece. Besitos mil y ¡gracias siempre!

