Capítulo 5 — Siempre juntos

El desayuno transcurrió, por tanto, sin más sobresaltos. Todos estaban felices, relajados y contentos; hablaban, charlaban, reían casi como si nada hubiera ocurrido. Merlín y Arturo ya habían partido hacia Camelot aquella mañana, urgidos por la necesidad de reconstruir el reino lo antes posible. Pero el resto de Siete Pecados trataban de mirar hacia delante con el optimismo que da saber que el mal ha quedado atrás.
—Oye. ¿Qué os parece si hoy pasamos el día fuera? —propuso entonces Meliodas con su eterna alegría—. Como en los viejos tiempos, cuando nos reencontramos.
—¡Me parece una idea genial! —corroboró Elisabeth—. Podemos ir al lago que hay al este de Liones, junto al bosque.
—¡Sí, vamos! —se emocionó Diane.
Ban y Elaine, por su parte, se limitaron a cruzar una mirada cómplice antes de asentir casi a la vez.
—Yo me ocupo de la comida, capi. No hay problema.
Ante aquella declaración, hasta a King le brillaron los ojos. Aunque fue Hawk el primero que expresó los pensamientos de todos en voz alta.
—¡Uy! ¡Si hay banquete preparado por Ban, entonces sí que no me resisto más!
***
El mercado de Liones, sobre todo a aquella hora tan tardía, era un verdadero hervidero de gente que hacía las últimas compras para el almuerzo y la cena del día. Ban, a pesar de devolver sin demasiadas ganas algunos saludos de caballeros sagrados y ciudadanos de a pie, todos emocionados por poder ver de cerca a uno de los legendarios héroes del reino, mantenía su atención clavada en lo que mostraba cada puesto. Por supuesto, le había dicho a Meliodas que, si quería algo medianamente aceptable, necesitaría suficiente dinero para comprarlo. Y, ¿qué había hecho Meliodas? Exacto. Pedírselo, a medias, a su futura familia política. Ban sacudió la cabeza, divertido.
«El capitán es y será siempre incorregible»
A la altura de su hombro, Ban escuchó entonces una risita y, sin casi pretenderlo, la coreó.
—Sal de mi cabeza, señorita —la reprendió con cariño—. O durante el viaje vas a arruinarme más de una sorpresa.
Elaine repitió aquel sonido, celestial a oídos de Ban, a modo de respuesta. Antes de soltarle el brazo, echar las manos detrás de la espalda con aire inocente y vocalizar:
—Sí, señor. Tú mandas.
Ban contuvo, de nuevo, su diversión a duras penas mientras sus ojos se posaban en unas verduras de aspecto no del todo aceptable.
—Diosas… ¿Es que no hay manera de encontrar nada decente en este mercado? —rezongó con cansancio.
—¿Qué ocurre, Ban? —quiso saber Elaine.
Él hizo un gesto elocuente hacia uno de los puestos, situado justo al lado del de las verduras.
—Si le llevo esto al capitán, me cocina él mismo a mí por no llevarle algo de calidad —se quejó el humano—. Deberíamos ser capaces de encontrar algo…
—Pst…
Ban y Elaine frenaron en seco y se giraron al tiempo, buscando la fuente de aquel sonido. Al cabo de un par de segundos, descubrieron a un tendero haciéndoles señas desde un puesto un poco apartado. Cautos, se aproximaron.
—¿Estáis buscando alimentos de calidad, mi señor?
Ban contuvo la necesidad de retorcerse ante aquel apelativo. Donde a otros hombres y caballeros les gustaban los apelativos pomposos, él los odiaba con todas sus fuerzas.
—¿Qué quieres y qué ofreces, vendedor? —preguntó el Pecado del Zorro con hastío.
Pero, para su sorpresa, el tendero solo sonrió con aire misterioso antes de hacerles una seña y, visto y no visto, desaparecer en el interior de la tienda. Al cabo de un minuto de tensión contenida, los dos amantes vieron cómo el vendedor salía con una caja llena de verduras de aspecto bastante más apetitoso que las que habían visto hasta el momento.
—Para usted, señor. Por solo cinco monedas de plata.
—¿Qué significa esto, vendedor? —quiso saber Ban, mosqueado—. Cinco monedas de plata es casi un insulto para la calidad de esas verduras.
El tendero mostró una sonrisa extraña, aunque no agresiva.
—Ya debería saber, señor Pecado del Zorro, que aquí nadie saca el mejor género de buenas a primeras. Solo si alguien está dispuesto a comprarlo. Pero… Para alguien como usted, no sé cómo no se han lanzado a darle sus mejores viandas nada más verlo aparecer.
Ban se había quedado de piedra, por lo que tardó un buen rato en ser capaz de responder. Cuando lo hizo, media mueca agradecida había terminado por aflorar a su rostro.
—Está bien, vendedor —aceptó, antes de cruzar una mirada significativa con Elaine—. Hagamos una cosa. Te pagaré diez monedas de plata si me entregas el triple de producto como este en media hora en la puerta este de la ciudad. Quiero verduras de temporada, la mejor carne que tengas, laurel, sal y especia del sur. ¿Hecho?
El tendero lo miró con los ojos desorbitados.
—¿El triple?
Ban mostró una sonrisa lobuna.
—No te ofendas. Pero, a pesar de que esta calidad es mejor, se nota a ojo que ya lleva al menos un día en tu almacén. Así que… Creo que es la mejor oferta que vas a recibir hoy. ¿Me equivoco?
El rostro del vendedor, por un instante, pareció pasar por todos los colores posibles. Antes de, por supuesto, sucumbir bajo la mirada ardiente del Pecado Capital y aceptar el trato a regañadientes. Ban sonrió, complacido.
—¡Media hora! ¡No lo olvides!
El humano y su acompañante feérica se dieron entonces media vuelta y volvieron a adentrarse en el mercado, riendo por lo bajo acerca de lo ocurrido.
“¿Has visto qué cara ha puesto?”
“Vamos. No podía tener la cara tan dura de querer vendernos eso así, ¿verdad?”
“Estoy seguro de que, si se me ocurre despistarme, Hawk nos roba la comida”.
Tan absortos iban en sus pensamientos que, sin casi pretenderlo, llegaron a la puerta este de la ciudad. Esta estaba abierta, así que ambos amantes se sentaron junto a unos barriles a esperar la entrega, disfrutando del sol, la quietud y la mutua compañía. Al poco rato, el resto de compañeros llegaron junto a ellos, convirtiendo aquel rincón casi en una fiesta particular.
No obstante, una vez recibida la comida, Ban aceptó el carromato bajo promesa de devolverlo esa misma noche, soltó dos monedas más de plata al sorprendido conductor por las molestias y, tras acomodarse Elaine y él en el pescante y el resto de la tropa junto a los paquetes en la parte de atrás, la comitiva salió de Liones en dirección al lago que Elisabeth había mencionado unas horas antes. Una vez junto al agua, Ban se preparó para cocinar entre unas rocas cercanas con la ayuda de Elaine mientras los demás disfrutaban del sol y el agua. El ambiente no podía ser más idílico. Las respectivas parejas comían codo con codo, haciéndose carantoñas y tonterías cada poco rato. Meliodas, en su línea, no perdía oportunidad de meterle mano a Elisabeth cada vez que podía.
Sin embargo, cerca del atardecer, cuando todos estaban sentados sobre la hierba arenosa de la orilla recordando viejas anécdotas, en un momento dado, King se levantó y se alejó volando hacia el bosque sin dar más explicación.
***
Elaine se giró de inmediato para verlo marcharse, antes de despedirse fugazmente de un Ban tan sorprendido como el resto de presentes y, sin decir tampoco mucho más, marchar en pos de su hermano. Como imaginaba, lo encontró subido en una rama alta, sentado; mirando hacia el infinito con expresión contrita.
—Hermano. ¿Estás bien? —preguntó Elaine en cuanto alcanzó su altura, apoyándose en la rama contigua.
King, por su parte, tardó un buen rato en responder. Cuando lo hizo, fue en un susurro apenas audible.
—Sí… Es solo que… —El Rey Hada se volvió despacio, encarando a su hermana menor—. Ban y tú… No volveréis al Bosque con nosotros, ¿verdad?
Elaine suspiró, abatida.
—Harlequin… —susurró, acercándose más a él—. Yo… Bueno, nosotros… Después de que todo ha acabado… Queremos estar juntos. Aprovechar…
La muchacha dudó, sin saber cómo expresarlo. La rabia que inundaba a King cada vez que Ban estaba presente no le había pasado nunca desapercibida; pero, al mismo tiempo, la rubia feérica percibía la lucha interna de su hermano como si fuese un libro abierto.
—Tú lo amas, ¿verdad? —preguntó entonces King, sin mirarla.
Elaine tragó saliva.
—Más que a nada en este mundo, hermano —musitó, antes de humedecerse los labios y proseguir—. Ahora que el mal ha sido derrotado en todas sus formas, necesito saber lo que se siente —Elaine inclinó la barbilla con las mejillas arreboladas—. Ban y yo… Nunca tuvimos oportunidad de hacer ni vivir lo mismo que una pareja normal; ni siquiera pudimos saber cómo sería estar juntos de verdad. Estos meses… —Elaine sonrió sin quererlo—. Te confieso que, a pesar de estar entre la vida y la muerte, jamás he sido tan feliz en toda mi existencia. Estar con él, sentir cómo era capaz de cuidarme, de quererme… De creer en mí —El corazón de Elaine se estrujó al recordar de nuevo su reencuentro, guiada ella por la mano maliciosa de Melascula—. Yo… Me encantaría que lo pudieras entender —concluyó la joven entonces, con cierta pesadumbre—. Aunque… Digas que no puedes soportar a Ban. Él es toda mi vida, Harlequin. Y no pienso renunciar a ello por nada del mundo, sea en el Bosque o fuera de él.
King se encogió sobre sí mismo y apartó la mirada, que había clavado en su hermana mientras hablaba, sin saber muy bien qué responder. Era cierto que le escocía que, de entre todos los malditos humanos del mundo, Elaine hubiera tenido que enamorarse de “él”. Pero, por otro lado, ella tenía razón. Si para otras cosas Ban siempre había sido y sería la persona más despreocupada del mundo, alcoholismo aparte, en lo concerniente a Elaine el joven Rey Hada sabía que el hombretón daría su propia vida por ella. Sin dudarlo un segundo, además.
—Yo tampoco quiero perderte de nuevo, Elaine —confesó entonces, bastante avergonzado—. Yo… Sé lo que te hice. Sé que estuvo mal y… Quiero compensártelo. Como pueda —El rey la encaró con lágrimas en los ojos—. ¿Me dejarás hacerlo, por favor?
Ante esto, Elaine, conmovida, se acercó de inmediato y lo tomó de las manos, mirándolo directo a los ojos.
—Hermano —susurró—. Tú siempre, “siempre” —recalcó— serás una parte de mí. Somos de la misma carne, de la misma sangre… De la misma savia —Con mimo, Elaine volteó las palmas de las manos de King y acarició las líneas de sus palmas—. Hace mucho que te perdoné por huir del Bosque —aseguró, sonriendo con cariño—; pero, además, sé que pase lo que pase siempre estaremos conectados —Emocionada, lo abrazó—. Eres mi hermano mayor, ¿no?
King, sintiendo que no podía contener el llanto por más tiempo, la abrazó de vuelta mientras enterraba el rostro en su hombro.
—Te quiero, Elaine.
La joven se separó y lo miró con cariño.
—Y yo a ti, hermano —aseguró—. Serás un gran rey… Y tendrás una gran reina a tu lado. De eso no hay duda.
A los ojos de King pareció asomar una extraña alegría.
—Digamos que eso es ser bastante literal.
Elaine, contra su voluntad, soltó una fuerte carcajada ante aquello.
—Anda, vamos con los demás antes de que nos echen de menos.
El rey hada asintió, antes de dejarse tomar de la mano y volar de vuelta hasta donde estaban los demás. Recordando, como un tesoro precioso, la frase que ella había dicho y con la que él no podía estar más de acuerdo:
“Siempre estaremos conectados. Eres mi hermano, ¿no?”
Si bien estoy el día, retomo de donde me quede hace meses.
Va, esta charla es una que quedo muy pendiente en el manga y una lástima que no estuviera planteada o al menos, insinuada. Son dos hermanos que deben recomponer siglos de dolor y nada, Nakaba se portó mal ahí. Pero esto lo compensa demasiado y me encanta.
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¡Bienvenida de nuevo! Lo cierto es que sí, me pareció que los dos hermanos tenían que hablar de algunas cosas y conseguir llegar a una reconciliación de verdad, o al menos que se viera esa evolución. ¡Me alegro de que mi visión de ello te haya gustado! 😀 ¡Gracias como siempre! ❤
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