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Capítulo 19 – la rueda de la fortuna

No. Aquello no debería estar sucediendo. Se había jurado durante todo el tiempo que llevaba en la Tierra que, si alguna vez volvía a coincidir con Ruth Derfain, no sería un pelele, sino que se comportaría de un modo tan frío que ella no lo reconocería. Al principio lo había hecho bastante bien, hasta su –“¿ex?” – le había recriminado su falta de educación; pero que ella reconociese que lo amaba y todo el asunto de la muerte de la señora de Ávalon habían conseguido que una parte de él volviera a ser el Akhen de veintinueve años, el joven que lo único que deseaba era escapar de aquel mundo que lo oprimía.
Su primer pensamiento, después de haberle soltado que el colgante le iba como anillo al dedo, era alejarse e intentar recomponer parte de su indiferencia. Sin embargo, cuando la mano de Ruth tomó la suya, para volver a mirarlo cara a cara, casi le da un síncope. Aquello no estaba bien, de ninguna de las maneras y así fue a decírselo, pero ella fue todavía más rápida y volvió a hablar de lo que había ocurrido entre ellos. Le comentaba justo en ese momento que entendía que no quisiera volver a verla. Por un segundo el gesto de estupor que marcó sus facciones fue hasta cómico, pero volvió a recuperar la compostura, aunque no por mucho tiempo, ya que los pensamientos de la Hija de Júpiter lo golpearon como una bofetada.
Ella lo quería, lo había dicho y él había podido comprobar que era cierto, como también lo era que deseara tenerlo en su vida de nuevo. Las flores y los corazones no deberían formar parte de aquel encuentro, aquello se estaba pasando de castaño oscuro; era como si toda aquella ira, todo aquel pesar y toda la fuerza de voluntad que había invertido en levantar sus muros se acabara de desintegrar.
«No, no, no», se maldijo e intentó recuperar la pose de serenidad que había mantenido antes, aunque le estaba costando horrores.
Ni en sus épocas más optimistas habría podido pensar que, cuando volviera a ver a Ruth, el reencuentro fuera como aquel.
«Te quiere, idiota», le dijo el hijo del embajador, «y por más que te haga sentir imbécil, tú también a ella».
Apartó al angelito en su hombro de un manotazo invisible. El demonio, o Alex Maxwell, acababa de aparecer.
«Tío, ¿en serio? Hemos tardado muchísimo tiempo en pasar página, ¿de verdad vas a tirarlo todo por la borda por unas palabras bonitas? Lo reconozco, está bastante buena, pero dudo que quieras volver a sufrir por tan poco.»
Akhen Marquath, el que se sentía bascular entre el joven impetuoso y el casanova desencantado, fue el que tuvo que poner orden en medio de aquel desastre mientras observaba a Ruth, que aún tenía su mano agarrada pero que se había vuelto a medias para ver el mar.
«Podéis iros al infierno. Los dos».
Ambos desaparecieron como por ensalmo y volvieron a quedar solo él y ella.
—Esto es muy repentino —dijo finalmente, acariciando la suave mano de Ruth entre sus dedos, atento a aquello y sin mirarla—, necesito pensarlo un poco, ¿vale?
Aquello parecía un término medio entre el hijo del embajador y Alex. Se reconocía a sí mismo que seguía enamorado como un colegial, pero iba con cuidado para que no le hiriesen. Nunca en su vida se había sentido así y lo cierto era que la sensación no era agradable, ¿cómo puede uno amar de verdad cuándo tiene reservas? Era complicado, pero no podía ser ni tan frío como había pretendido ni darse por entero como ya había hecho en el pasado.
* * *
Por un segundo, Ruth lo miró, extrañada, hasta que se dio cuenta de que quizá había malinterpretado su último pensamiento. ¿O no.…? Una punzada de dolor atravesó su pecho como una lanza afilada cuando aquel pensamiento cruzó por su cabeza y, a pesar de que le había asegurado de que entendería que no quisiera volver a verla, quizá no había sido del todo sincera. Sabía que, si en ese instante se separaban para siempre, aunque fuese como dos personas sin nada en común, su rostro decepcionado la seguiría martirizando lo que le quedaba de vida.
Quizá por eso, Ruth tragó saliva y retiró su mano con, quizá, algo más de brusquedad de la que pretendía.
—Ya… —musitó. La decepción debía de pintarse sobre su rostro, pero empezaba a darle igual que pudiese malinterpretarlo—. Como te decía, lo entiendo.
Y aunque lo deseara con toda su alma, se obligó a bajar de su nube rosa de caramelo con un firme pensamiento.
«Jamás volveremos a ser lo que fuimos. Doloroso, pero cierto».
¿Que lo había oído? Bueno, no era ningún secreto para ninguno de los dos, ¿verdad?
Y sin embargo, Ruth se volvió a sorprender a sí misma cuando, en voz alta, sus labios formularon la siguiente frase:
—En realidad no quiero que pienses que te estaba pidiendo… bueno… ya sabes —sus ojos cristalinos, como si no pudiese controlarlos, se pusieron ligeramente en blanco mientras apartaba la vista hacia el mar—. Tan solo si podríamos… volver a llevarnos bien —a tiempo, Ruth no mencionó la palabra “amigos”, porque sabía por experiencias relatadas por Carey que era casi un término tabú en esta clase de situaciones; sin embargo, la parte más emocional de su corazón había tomado el mando y, para bien o para mal, ya no podía frenarla—. Creo que puede ser un buen momento para que, y esta vez de verdad, nos conozcamos más antes de dar ningún paso.
En Ávalon habían tenido la presión del matrimonio y de la atracción tan intensa que había existido entre ellos, aquel fuego que ni siquiera acallaba el roce de piel contra piel. Pero ahora, en la Tierra, siendo dos personas adultas y corrientes… ¿quién tenía prisa?
* * *
Le hubiera gustado decirle que no debían conocerse ni dar oportunidad alguna a cualquier cosa que aún quedara entre ellos, pero cuando ella lo miraba de aquel modo –le había pasado casi desde que la había conocido, un amor prácticamente a primera vista– era como si una parte de él se derritiese y olvidara cualquier resolución. Negó con la cabeza, intentando pasar por alto el hecho de que hablara de pasos de futuro. No estaba seguro que aquello fuera posible, aunque se abstuvo de decir cualquier cosa, de momento. Todo lo que estaba ocurriendo era demasiado intenso. Ella estaba sufriendo y aunque su demonio interior sabía que parte de aquello era merecido, –«te abandonó sin una prueba, idiota»–, no podía negar que no le gustaba ver a Ruth en semejante estado.
Por mucho que dijera que comprendía su forma de pensar, el dolor que se reflejaba en sus gestos daba fe de lo contrario, además las barreras de su mente parecían estar de sobra desde hacía un rato; de manera que pudo leerlo todo, incluso el pesar que la chica sentía al saber que nada iba a volver a ser como antes. Una parte de él deseaba que fuera completamente diferente: no porque no estuviera enamorado, lo estaba; más de lo que había imaginado o quería reconocer. Era solo que no quería volver a encontrarse abandonado en un puerto.
El joven estaba tan centrado en aquello que ni siquiera se dio cuenta que ella le soltaba la mano, en realidad todos esos gestos poco significaban para él si veía el bonito rostro de Ruth Derfain convertido en una tormenta. Volvió a censurarse mentalmente y analizó la última frase de la Hija de Júpiter.
Si le decía que no, quedaría como el impresentable, integral, que había pretendido ser, pero ya era incapaz de comportarse así. No obstante, pero tampoco tenía intención de ser el hijo del embajador Marquath. Nunca sería tan iluso como en aquellos tiempos. Jamás. No iba a volver a confiar en nadie como lo había hecho con ella, mucho menos volver a caer en el mismo error. Era todo muy complicado. De ahí que volviera a tomar el camino del medio, la huida hacia delante sin pensar en nada más
—Creo que podría estar bien volver a vernos, sí.
Hablando así no se comprometería a nada. No debía hacerlo, no podía. Cuando sus ojos azules se quedaron enganchados en el mar sintió que parte de su interior se reconstruía, que recuperaba la pieza que parecía haber perdido en el camino.
* * *
Cuando escuchó su respuesta, la joven a duras penas pudo reprimir una amplia sonrisa que reflejaba todo lo que sentía en ese momento. Si no hubiese estado en aquella situación y si no hubiese sabido que era una locura, le hubiese echado los brazos al cuello y se hubiese apretado contra él, feliz. Pero las cosas nunca son tan simples, por lo que se limitó a asentir mientras la comisura derecha de sus labios se curvaba hacia arriba, en un educado gesto de agradecimiento.
Pero en el momento en que iba a decir algo más, tratando de comenzar una conversación banal pero que, poco a poco, fuese el hilo conductor de una posible futura amistad –de momento no quería pensar en otra alternativa, puesto que su imposibilidad le dolía más que nada en el mundo–, un soniquete que empezaba a odiar con todas sus fuerzas salió de nuevo de la parte trasera de los pantalones cortos de Ruth.
«Maldita sea, Marianne», pensó sin poder evitarlo, a la vez que una imagen perversa de dónde podía terminar el dichoso móvil en ese instante se alojaba en su mente.
«Mierda, esto debe ser todo un espectáculo para él», se percató, avergonzada, sin atreverse a mirar directamente a Akhen.
En cambio, sacó el móvil, tomándolo entre los dedos como si quemara, y esta vez sí se lo acercó a la oreja tras vocalizar un “lo siento” con los labios en dirección a su acompañante.
Sin embargo, antes siquiera de que pudiese decir un «Hola, Marianne», la voz de su mejor amiga llegó a través del altavoz con la fuerza de un huracán.
—¡AH, POR FIN TE DIGNAS A CONTESTAR! ¿NO? ¿SE PUEDE SABER DÓNDE DEMONIOS ESTÁS?
Varias veces trató Ruth de interrumpirla pronunciando su nombre, o el principio del mismo, pero ella no se detenía. Que, si quería matarla de un infarto; que cómo era posible que conociese a alguien en Perth, que quién era, que ella tenía que conocerlo porque todos sus contactos prácticamente los tenía por ella… Hasta que al final, la joven rubia se hartó y gritó su nombre con toda la rabia que empezaba a bullirle por dentro. Cierto que era una persona paciente, pero aquella reprimenda como si tuviese quince años empezaba a sacarla de mis casillas.
—¡¿Quieres hacer el favor de calmarte?! —le pidió, procurando respirar hondo—. Respecto a tu pregunta, no, no es alguien que conozcas. Es… —Ruth miró por el rabillo de ojo a Akhen. ¿Amigo? ¿Ex amante? ¿Ex novio? ¿Persona a la que había destrozado el corazón hacía tres años y cuya armadura de indiferencia estaba tratando de atravesar, por todos los medios, para que volviese a haber algo, aunque fuese la posibilidad de tomarse una copa, reírse un rato y luego cada uno por su lado? Al final, se decantó por la opción más neutral—. Un viejo conocido de Ávalon… —y, en cuanto escuchó como Marianne tomaba aire al otro lado, probablemente dispuesta a entrar en colapso y dejárselo claro con otro aullido, añadió—. Créeme, estoy bien.
En ese momento Marianne se calló al otro lado; al parecer, sopesando las opciones que se le presentaban. Y al final, le comunicó en tono de voz cansado que Carey y ella iban a dar una vuelta por la zona de la ópera; que, si quería apuntarse, ya sabía dónde estaban. Ante lo que Ruth respondió, casi sin pensarlo:
—Os aviso en un rato, ¿de acuerdo?
Pero Marianne aún tenía algo que preguntarle. Algo que, quizá, Ruth hubiese deseado que no hiciese.
—Ruth… ¿no será el mozo por el que estuviste llorando tres años como una Magdalena?
La joven tragó saliva; intuyendo que, a pesar de que Marianne había bajado el tono, Akhen lo había oído perfectamente. Y no podía seguir mintiendo. Fuese por un motivo u otro, lo había llorado, había acusado su ausencia cada día de aquellos tres años, ya fuese bajo el sol o entre las sábanas. ¿Cuántas veces se había derrumbado en el sofá de Marianne, sintiéndose incapaz de seguir, durante aquellos dos largos años en los que era incapaz de saber siquiera dónde estaba él? Llegó a obsesionarse; todas las cabezas rubias coronando cuerpos atléticos se le antojaban la suya. Pero, cuando descubría que no era él, volvía a invadirla la desesperación. Ruth sacudió la cabeza a la vez que se mordía el labio para reprimir las lágrimas de nuevo.
Tanto daba: sintiese lo que hubiese sentido, recordar el calor de sus brazos alrededor de su cuerpo, su cálido aliento en la nuca o susurrando al oído había sido el mayor castigo de todo aquel interludio en sus vidas. Y Ruth era consciente de que aquellas imágenes estaban pasando por su mente mientras sostenía el auricular del móvil junto a su oreja.
—El mismo —replicó—. Te llamo luego.
Acto seguido colgó, súbitamente agotada, y se obligó a volver al momento presente.
—Lo siento —murmuró la joven, mirando hacia el mar—. Marianne es… —¿cómo describirla, aparte de una mujer negra y despampanante de metro ochenta e Hija de Marte, para más inri, pero con el corazón más grande que había visto nunca en una persona? —, bueno, desde que Morgana me envió con ella, ha tratado de protegerme de todo. Bastante tuve con que me dejase ir a la universidad —soltó una risita y lo miró, algo azorada—. Creo que debería irme, pero… —en ese instante, Ruth alzó la cabeza hasta enfocarlo del todo— me preguntaba si querrías salir a tomar algo esta noche conmigo.
Para su sorpresa, él pareció aceptar. De hecho, sacó del bolsillo una tarjeta negra con elegantes letras blancas impresas en ella. «Ávalon». Por lo visto, el lugar donde él trabajaba. A Ruth se le hizo raro, ¿un local de copas? Pero hubiese sido un poco indecente manifestar sus dudas en voz alta, por lo que asintió y se la guardó en el bolsillo del pantalón a la vez que ambos concretaban el plan rápidamente.
Como la única salida de aquella zona de la playa pasaba por el chiringuito donde todo aquello había parecido comenzar, ambos se dirigieron hacia allí. Sin embargo, antes de despedirse de él, no pudo evitarlo. Ruth se volvió y, con mucha cautela, se aproximó hasta depositar un ligero beso en la mejilla de él, justo sobre el arco de su mandíbula, sobre su barba bien recortada –tampoco llegaba más arriba, ya que le sacaba casi media cabeza de altura–; un rasgo que no tenía cuando se conocieron. Ruth reprimió una risita cuando le hizo cosquillas, pero toda sensación, salvo el estupor, desapareció cuando él… se lo devolvió. Casto, leve, correcto… Pero, ¡le había besado en la mejilla!
Ligeramente aturdida, la joven se apartó de su lado cuando él lo hizo. Sentía que debía decir algo; pero, cuando él se alejó, en dirección opuesta a la de ella, Ruth se limitó a sonreír a la vez que tomaba su propio camino. Estaba nerviosa, tenía que reconocerlo. ¿Qué podía suceder aquella noche? Y lo más importante, algo de lo que cualquier chica en su situación se preocuparía…
¿QUÉ DIANTRE SE IBA A PONER?


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