Akhen y Ruth · rpg · spin-off

#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 1)


¡Buenas a tod@s, brujines! Tras mucho pensar y reflexionar, lo he decidido: ¡vamos a subir el spin-off de Los Hijos de los Dioses a esta plataforma! Sumado a la cuarentena que aún sufrimos por el COVID-19 y sin saber hasta cuándo se puede alargar, estas dos escritoras aquí presentes queremos ofreceros lectura de calidad. Y, ¿qué mejor manera de hacerlo que a través de dos de vuestros personajes favoritos?

Recordad que si queréis encarnar a alguien en el mundo de «Los Hijos de los Dioses», solo tenéis que haceros vuestra ficha desde ya en El foro de rol de Los Hijos de los Dioses ¡Que los Dioses os protejan!

***

Capítulo 1 – Ruth Derfain

Renée O’Connor

Con cierta frustración, Ruth pasó de nuevo el cepillo por su cabello rubio; pretendiendo, o intentando desesperadamente –no estaba del todo segura– que se quedase donde debía. Pero, al cabo de unos minutos, tuvo que desistir. Era como si una bola de rayos de las que podía conjurar con los ojos cerrados se le hubiese escapado y hubiera aterrizado en su pelo, disparándolo y encrespándolo en todas direcciones.

La joven ahogó un gemido al mirarse de nuevo al espejo. A lo mejor la gente tenía razón: nunca encontraría a alguien que la aguantase. O, al menos, que fuese capaz de llevar su ritmo de vida. Ella, que siempre se había sentido orgullosa de su rebeldía, de querer salir de las cuatro paredes que suponía la fortaleza de Ávalon y ver mundo… ¿qué había de malo en eso? Y lo peor de todo es que no era la única que lo pensaba.

Su mente voló de inmediato a Morgana, su querida hermana mayor. Siempre tan responsable, tan educada, tan formal… Todo el mundo decía que sería una digna heredera, desde que fue proclamada a los quince años por los padres de ambas, señores de Ávalon y regentes de toda la Comunidad Mágica. Pero Ruth sabía que no siempre había sido así. Cuando eran niñas, Morgana y ella compartían un mismo sueño. Ruth suspiró. Se le hacía tan lejano… Sin embargo, como si la hubiese invocado, su hermana apareció en ese instante por la puerta y se acercó a ella.

—Pero, Ruth… —la reprendió con cariño—, ¿aún estás así?

—No quiero bajar —repuso la interpelada—. No quiero conocer a ese tal… Akhen.

Porque, en efecto, aquella noche sus padres habían decidido traerle un pretendiente. Otro de tantos. Solo que a todos ellos los había rechazado. Uno a uno. Y este no iba a ser una excepción. A Ruth le daba igual tener casi treinta años: solo quería ser un espíritu libre. Pero ellos no lo iban a permitir, claro.

«¿Una Derfain descarriada? ¡Ni pensarlo!»

Sin quererlo, Ruth sorprendió en su hermana una mirada extraña cuando alzó la vista hacia ella.

—¿Qué sucede? —preguntó.

Pero ella se limitó a mover la cabeza con aire divertido antes de levantarse y, sin una palabra, salir del dormitorio. Furibunda por haber sido dejada con la palabra en la boca, su hermana pequeña se levantó, dando por perdido el peinado, antes de seguirla. Sin embargo, nada la hubiese preparado para la visión angelical que la esperaba al pie de la escalera. Era rubio, alto y de ojos azules.

«En parte», pensó divertida, «se parece a mí».

Lo que no tenían en común era que él parecía algo perdido en aquel pasillo y Ruth se conocía la fortaleza como la palma de su mano. Sonriendo sin apenas pretenderlo, la joven se aproximó despacio a la vez que intentaba que su corazón ralentizase la marcha:

  —Hola. ¿Puedo ayudarte?

* * *

  Su madre había elegido la túnica que vestía Akhen aquella noche.

“Resalta tus ojos”, había dicho mientras se la dejaba sobre la enorme cama de su alcoba de la vivienda familiar.

Él le dedicó una sonrisa a la señora, que habitualmente no hacía esas cosas, y se quitó el pantalón de pijama que vestía para enfundarse la prenda por la cabeza. Con paso decidido se dirigió hasta el espejo de cuerpo entero y marco oscuro, se pasó una mano por el cabello, rubio y brillante por el reciente baño y decidió que su madre tenía razón: los colores de su casa, verde lima y marrón, hacían que sus ojos azules brillasen con intensidad en su rostro agraciado.

  Akhen sabía lo importante que era el encuentro al que se enfrentaría esa noche: conocería a la que quizás fuera a convertirse en su prometida. Había estado reflexionando sobre ello durante las últimas semanas y había llegado a la conclusión de que debía conseguir aquel compromiso, esa misma noche. Según había oído, Ruth Derfain había rechazado a todos sus pretendientes y él no pensaba ser uno más: no solo por lo ventajoso que sería aquel enlace, sino por su propio orgullo; esa mujer no iba a rechazarlo. No a él.

Bajó al salón y se dejó conducir hasta la mansión Derfain. Todo el trayecto lo pasó con la mirada fija en la ventana del carruaje, oteando la oscura noche y ensayando mentalmente qué diría; lo que no sabía era que todo aquello no iba a servirle de nada una vez tuviera delante a la rebelde Hija de Júpiter que estaba destinada a ser su esposa.

Deslumbrado por la opulencia de aquella magnífica mansión, apenas oyó las recomendaciones de sus padres –algo que solía pasar a menudo, por otro lado–, y acabó solo y perdido. Levantó las cejas, desorientado: ¿dónde demonio estaba?

Se acodó en una columna, tratando de calibrar la situación y de pronto una voz lo sacó de sus ensoñaciones y planes, tirándolos por el suelo sin orden o concierto. El estupor se pintó en su rostro cuando una joven preciosa, aunque con un pelo que podría tildarse de “complicado” apareció frente a él.

«Es una belleza», no pudo evitar pensar mientras ella se dirigía a él.

—¿Eh? —fue lo primero que salió de sus labios y se maldijo por ser tan estúpido—. Quiero decir… Soy Akhen Marquath y creo que me he perdido.

La sonrisa que se dibujó en sus labios podría haber atraído todos los rayos del mismísimo sol. Sabía cuáles eran sus fuertes; y, ¿por qué dudar a la hora de utilizarlos?

* * *

A duras penas logró evitar Ruth que su mandíbula cayese a la altura de sus pies en cuanto escuchó su nombre. Con todo el disimulo que fue capaz, lo escrutó de arriba a abajo. Un Hijo de Mercurio. Y aparte, según la opinión de mi madre, eran una familia de reputación, pero no así el hijo. De ahí que hasta ese momento no hubiese querido conocerle ni en pintura, pero, ¿alguien que no fuese de su Casa? ¿Qué querían sus padres, humillarla? Aunque debía reconocer que era bastante atractivo y su sonrisa haría que a cualquiera en su lugar le flaqueasen las rodillas… Un momento. ¿Sonreía así a cualquier mujer que se le cruzaba en el camino? Porque la joven no creía que hubiese averiguado así de buenas a primeras quién era ella. El futuro compromiso no era ningún secreto para ninguno de los dos; pero, en opinión de Ruth Derfain, acababa de hacer honor a su fama…

Tarde, en cuanto sus ojos se cruzaron con los de él, la joven se dio cuenta de que había cometido un craso error. Fundamentalmente por el tipo de poderes que atesoraban los de la Casa de Akhen: leer y escuchar mentes, entre ellos.

«Tiene que ser una broma», pensó sin poder evitarlo, antes de palidecer y llevarse una mano convenientemente turbada a los labios.

Cierto que todos los magos del Universo aprendían determinadas tácticas básicas en los primeros años de estudio, como lucha, pociones… o a proteger sus mentes. Pero, para su propia desgracia, nunca había prestado demasiada atención a nada que no correspondiese a su Casa de nacimiento.

—Perdona —se disculpó ella con rapidez—. No pensaba, quiero decir… —Se estaba aturullando como una novata en su primer día de Escuela; así que, respiró hondo, se humedeció los labios y alzó la cabeza con serenidad muy, pero que muy, fingida—. No quería decir lo que estaba pensando.

De inmediato se sintió ridícula y quiso morirse allí mismo.

«Menudo comienzo», pensó, bajando la cabeza.

A la espera, probablemente, de que él se diese la vuelta y se fuese por donde había venido. Por una parte, lo deseaba. Por otra… Estaba loca por que la besara allí mismo.

* * *

La expresión usada por la recién llegada hizo que la sonrisa de Akhen se ensanchase y que acabará convirtiéndose en una sonora carcajada que tuvo de ocultar tras una de sus manos. No tuvo más remedio que arquear el cuerpo y dejar su boca libre; pues, literalmente, se estaba tronchando de risa. Y menos mal, porque de no haber sido por aquel ataque probablemente habría tenido la opción de leer la mente de la muchacha y conocer el deseo que ocultaban sus labios. Algo muy peligroso teniendo en cuenta lo bonita que era. En cualquier caso, había oído de sobra, lo bastante como para saber que aquella chica debía ser Ruth Derfain, su prometida en potencia… si es que podía usar ese término.

—Perdóname tú —se excusó, limpiándose las lágrimas que el arranque había dejado en sus ojos claros—. No estoy acostumbrado a ese tipo de reacciones cuando… —Movió la mano, buscando la palabra adecuada— pongo a funcionar mis habilidades —Negó con la cabeza, restándole importancia al suceso y se apoyó en la columna donde había estado hasta que el ataque de risa lo había hecho su prisionero. Lo sopesó un momento y acabó por encogerse de hombros; el mal ya estaba hecho y tampoco pasaba nada por un poco de inofensivo flirteo—. Ruth, ¿no?

Y le tendió la mano con la misma sonrisa pícara enganchada al rostro. Era de recibo ir conociendo un poco a la persona que podía convertirse en la esposa de uno, ¿o no?

* * *

  Su risa resultó ser como un coro de ángeles celestiales que consiguió, sorprendentemente, relajar de golpe toda la tensión que atenazaba el cuerpo de la rubia joven. Sin embargo, no podía evitar seguir sintiéndose muy avergonzada; por lo que, cuando le preguntó su nombre, se limitó a devolverle el gesto y estrechar su mano, a la vez que lo observaba desde detrás de un flequillo rubio y despeinado. Tampoco pudo evitar que una tímida sonrisa asomara de inmediato a sus labios.

—Sí —suspiró—. Esa soy yo…  —Y tras una breve pausa, añadió—. ¿Así que… tú eres del que tanto había oído hablar?

La sonrisa de Ruth se ensanchó sin querer a la vez que, mientras creaba una discretita barrera en su mente —hasta donde llegaba su habilidad para ello—, lo observaba con más atención. Su cabello era de un rubio dorado y caía en suaves ondas alrededor de sus orejas. Un rebelde flequillo apenas conseguía tapar una mirada azul oscura y profunda como un mar en calma. La joven se estremeció. Jamás había sentido nada similar por nadie… Y, aunque sospechaba lo que podía significar… Debía confesar que la aterró el mero hecho de contemplar aquella posibilidad. Y lo que podía suponer.

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Akhen y Ruth: una historia agridulce (Los Hijos de los Dioses #0.5) es una historia creada por Paula de Vera (c) y MJ Pérez (c)

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