animación · Anime / Manga · aventuras · erótica · español · Fanfic · FanficThursday · fantasía · inspiracion · juvenil · literatura · new adult / young adult · personajes · plataforma digital · relato · romántica · serie · spin-off · young adult

#FanficThursday: Promesas, lealtad y tentación – Capítulo 11 (One Piece)

La música del corazón (post «One Piece: Red»)

Aquel anochecer, el mar estaba en calma. Tanto que, si uno no se fijaba bien, podía parecer incluso un espejo brillando bajo la tenue luz de la perezosa luna creciente. Al bajar del gimnasio y salir a la cubierta, Zoro se acomodó las catanas junto a la cadera derecha y estiró los brazos sobre la cabeza, gruñendo de alivio al notar cómo varios músculos de su espalda y su cuello respondían positivamente ante aquel gesto. Si la pelea con Uta no había sido una de las batallas más raras de su vida, entonces él no era un ex cazador de piratas… De hecho, el peliverde solía refugiarse muchos días a meditar o entrenar después de cenar en el puesto de vigía, pero aquella última sesión parecía más necesaria que nunca por alguna razón que Zoro Roronoa no era capaz de discernir. 

De todas formas, sus reflexiones se vieron interrumpidas de golpe cuando se dirigió a la cubierta central del Sunny y vio una figura solitaria en el otro extremo. Entrecerrando los ojos, Zoro intentó adivinar quién era, pero lograrlo tampoco aportó ninguna paz a su confundida mente. 

Sin moverse, no obstante, observó cómo Nami ascendía las escaleras hacia la cubierta de popa hasta llegar donde se encontraban sus adorados naranjos. El guerrero dudó sobre qué hacer, aunque no debió sorprenderse cuando sus pies se movieron unos segundos después en la misma dirección. Sin hacer ruido, cruzó el barco y pisó el primer escalón. Después, el segundo y el tercero, hasta que llegó a la terraza que estaba sobre los dormitorios y la biblioteca. Como imaginaba, Nami estaba allí. Se había echado sobre una de las tumbonas comunes de la tripulación y miraba al horizonte con aire pensativo. Al menos, hasta el momento en que él apareció en su campo de visión periférica. La ex ladrona se giró para encararlo sin violencia, como si lo estuviera esperando. 

—Hola, mi guerrero.

Zoro notó un incómodo pinchazo en la base de la espalda al escuchar el apelativo, dicho con aquel cariño. Aun así, prefirió disimular y apenas alzar la comisura del labio en un gesto camarada. 

—Hola. ¿Qué haces levantada a estas horas? —preguntó, sin alzar la voz. 

—Podría preguntarte lo mismo —repuso ella, observándolo de medio lado—. ¿No podías dormir?

—No suelo dormir de noche —respondió Zoro con naturalidad—, pero te he visto de lejos y me ha parecido que tenías un buen plan. 

—Qué original, copiando a los demás… —pareció burlarse ella, mirándolo con una ceja levantada. 

Picado por su reacción inicial, aunque intuyera que solo estaba intentando provocarlo, Zoro frunció el entrecejo y se giró apenas hacia las escaleras.

—Si lo prefieres, me voy a otro sitio.

Para bien o para mal, Nami pareció a punto de saltar de la tumbona cuando vio su levísimo amago de irse. De hecho, sus dedos rozaron apenas su muñeca cuando susurró, comedida:

—No te vayas. Ya sabes que no lo decía en serio.

Zoro torció los labios, ya sin enfado alguno.

—Tú, siempre igual.

—Ya somos dos —sonrió ella, retirando la mano con calma antes de tumbarse de nuevo—. ¿No crees?

Zoro no respondió, aunque tampoco rompió el contacto visual. Tras dudar durante varios segundos que parecieron detener el tiempo entre ellos, y sintiendo un nerviosismo familiar que empezaba a recorrer sus venas, Zoro la rodeó sin prisa y se tumbó a su lado en la otra tumbona. 

Durante varios minutos, los dos piratas permanecieron observando el cielo estrellado, en un cómodo silencio que ninguno parecía querer romper. A medida que pasaban los segundos, Zoro notaba cómo su cuerpo se relajaba cada vez más sobre la tela y se daba cuenta de lo mucho que echaba de menos echarse otra siesta, a pesar de todo. 

—Qué desastre… ¿Verdad?

La voz de Nami lo sacó de golpe de un sueño sin detalles. 

—¿Por qué lo dices? —quiso saber, sin alzar la voz ni girarse. 

—No lo sé —repuso ella, con tono dubitativo—. Supongo que… A veces siento que esto nunca se va a acabar. Siempre corriendo, peleando, sobreviviendo… —enumeró ella casi para sí misma—. Es agotador.

Zoro se encogió de hombros, sin sentirse afectado en lo más mínimo. 

—Lo es, pero es lo que nos ha tocado vivir —sentenció con calma. 

Como debió suponer, Nami lo encaró con el ceño fruncido y los brazos cruzados. 

—Habla por ti, que te encanta la gresca.

Zoro sacudió la cabeza y soltó una risita amarga.

—Se queja la que siempre tiene al caballero andante cuidando de ella —la provocó. 

El gesto de Nami cambió de golpe, enarcando una ceja burlona. 

—¿Celoso, espadachín?

Zoro arrugó apenas el gesto, sintiendo que había caído en una de sus trampas verbales por enésima vez. 

—Ni por un instante —declaró, de todas formas, sincero—. Ese idiota no tiene nada que hacer contra mí.

—Presumido.

Zoro apretó los dientes, más molesto de lo que esperaba por ese ligero insulto, pero no replicó y solo la observó de reojo. Tras la fachada algo burlona, se entreveía apenas un rastro del miedo que había sufrido a manos de Uta, sumado a esa vulnerabilidad que Nami no dejaba ver a nadie. Salvo, quizá, al peliverde. Sin poder evitarlo, este intentó restarle importancia al asunto y esbozó una sonrisa ladina mientras pasaba las manos por detrás de la nuca. 

—Vamos, Nami —ronroneó, provocador—. Admite que esta vez al menos te has divertido un poco.

—¡No te burles! —lo rebatió ella de inmediato, irritada—. Ha sido terrorífico.

Zoro meneó la cabeza.

—Hemos vivido cosas peores —le recordó.

Nami, por su parte, lo observó con algo que parecía desdén.

—Tú, siempre tan estoico y frío —le recriminó sin tapujos.

A pesar de estar acostumbrado a aquella pulla, el guerrero se removió apenas, incómodo.

—Solo ha sido un susto —insistió, camuflando sus verdaderos pensamientos con esfuerzo—. Además —agregó con algo más de enfado—, si no hubiéramos ido a ese maldito concierto, no hubiera pasado nada.

Nami bufó.

—Mira que eres aburrido.

—¡Es la verdad! —replicó Zoro, ofendido. 

—Solo lo dices porque no te gustaba la música de Uta, de todas formas…

Zoro gruñó, hastiado de aquella conversación, pero no replicó y tampoco se movió del sitio. Quizá porque en ese momento el tono de Nami bajó hasta un volumen casi inaudible mientras agregaba:

—Aun así, el concierto estaba bien hasta que trataron de asaltar a Uta… Yo hablo de todo lo demás que vino después y…

Nami calló, apartando la vista con los labios apretados. Zoro casi estuvo tentado de tender una mano afectuosa en su dirección para tratar de borrar todas sus preocupaciones, pero se contuvo a tiempo. 

—Esa chica no tiene todos los tornillos en su sitio, me da a mí —susurró, cansino—. Mejor que hayamos conseguido salir de ahí de una pieza, y sabía que Luffy sería capaz de derrotarla aunque fuese su amiga.

Nami giró apenas la cabeza en su dirección, sin mirarlo.

—Estoy segura de que no ha sido fácil para él —repuso en el mismo tono, aunque destilando cierta tristeza.

—Tiene que saber cuáles son sus prioridades y las conoce —recalcó Zoro, convencido—. Por eso lo respeto.

***

Nami suspiró, en esta ocasión sin ninguna convicción, sintiendo por milésima vez en aquellos meses que Zoro era una causa perdida en cuanto a empatía y emocionalidad se refiere. Si no supiera de primera mano lo vulnerable que podía llegar a ser, o que en realidad sí que era capaz de mostrar ternura y dulzura extremas en la intimidad… Además, en el fondo sabía que tenía razón. Como le había dicho en alguna ocasión, sus cabezas tenían un precio y eso requería mantenerse alerta y no dejarse intimidar por el primero que pasara, aunque fuese su mayor ídolo musical.

Aun así, no lo dijo en voz alta y se limitó a observar a su compañero de reojo, reflexionando. Ambos habían compartido momentos difíciles desde que se conocían y venían de pasados oscuros y complicados. De toda la tripulación, eran casi los que más se comprendían el uno al otro. Aunque discutieran, Nami sabía que el respeto mutuo entre ellos, basado en ese sentimiento común de lucha por la supervivencia desde muy jóvenes, iba más allá de la simple cortesía o del cariño fraternal entre compañeros. Fuera como fuese, ese sufrimiento compartido en silencio hacía que, en muchos casos, se entendiesen más allá de las palabras.

—Es raro pensar que algo como una simple canción casi acaba con nosotros —comentó entonces Nami, como de pasada.

—He peleado contra cosas peores que una canción —dijo Zoro, con cierto tono desdeñoso. Sin embargo, su mirada se enturbió acto seguido, por otras razones que enseguida expuso—. Aunque admito que fue todo muy raro. Lo de notar que en realidad no estaba en mi cuerpo…

Nami enarcó una ceja burlona sin poder contenerse.

—¿Qué pasa? ¿Has dado con la horma de tu zapato? —lo provocó.

Como debió suponer, Zoro casi saltó sobre la tumbona, encarándola con enfado.

—¡No te rías de mí! —le ladró.

Nami lo miró con la intención de dejar claro que era una burla sin maldad, pero se rindió enseguida y casi soltó una tierna risita. Sobre todo cuando vio su ceño fruncido hasta extremos imposibles, sus labios contraídos y sus brazos cruzados. 

«Cabezota orgulloso», pensó con afecto antes de suspirar y sacudir la cabeza. 

—Está bien, está bien… —claudicó—. Mira, que puedes llegar a ser susceptible…

En ese momento, Nami tuvo una idea no del todo descabellada ni arriesgada, considerando que el resto de los compañeros dormían. Sin avisar, se levantó de un salto y se sentó a la misma velocidad junto a Zoro en su tumbona.

—Eh. ¿Qué haces? —preguntó él, visiblemente tenso.

Nami hizo un puchero, ignorándolo.

—Vamos, no seas borde y hazme un hueco —exigió, con los brazos en jarras—. Quiero echarme a tu lado.

Zoro la miró con algo que parecía extrañeza y sorpresa al mismo tiempo, como si no supiera bien cómo reaccionar. Probablemente, estaría pensando en todo lo que podría ocurrir si alguien los viese en esa situación o, quizá, no esperaba que ella invadiera su espacio de esa manera a pesar de su estrecha relación. Por suerte, al final se rindió y se desplazó apenas hacia el otro lado de la tumbona para que ella pudiera acurrucarse de perfil contra él. Por otra parte, Zoro dejó un brazo extendido sobre la tela, que terminó enroscándose con timidez alrededor de la espalda de Nami.

El viento soplaba con suavidad, sin resultar desagradable. La luna brillaba entre las escasas nubes del cielo y el ligero bamboleo del Sunny sobre las olas hacían que Nami se sintiera cada vez más lánguida. Zoro, tras la tensión inicial, pareció relajarse también paulatinamente a medida que los segundos avanzaban. Su respiración se hacía cada vez más profunda, o al menos eso percibía Nami con la mano apoyada en su pecho.

—¿Sabes? No suelo decirte esto a menudo… —comenzó entonces ella, socarrona, con la cabeza en su hombro—, pero me alegro de que estés a mi lado cuando tenemos problemas.

Zoro bajó la mirada hacia ella, sorprendido, pero no parecía incómodo por el comentario cuando respondió con cierta sorna:

—Bueno, creo que diría lo mismo de ti, aunque lo negaré si alguien me pregunta.

Nami le dio un golpe en el pecho.

—No te rías tú ahora de mí.

—No me atrevería —repuso él—. No tengo ningún motivo para mentirte. Eres una camarada muy valiosa y nos haces mucha falta en la tripulación, aunque no lo creas.

—¿Quién dice que no lo creo? —replicó ella, ofendida.

—Y, además, tienes un carácter de mil demonios.

Zoro parecía haber agregado aquello sin percatarse de su molestia, con lo que Nami decidió hacerla patente mientras le daba un puñetazo en el hombro.

—¡Oye!

—¿Qué? —se defendió él, aparentemente sorprendido y encogiéndose de hombros—. Solo estoy constatando un hecho.

Nami se enfurruñó.

—Eres un impertinente —le espetó.

Él la observó de reojo, sin perder la calma.

—Vamos, Nami. No te diría lo que pienso si no me importaras lo suficiente —añadió Zoro entonces, con un tono especialmente bajo y afectuoso que Nami no esperaba—. Solo quería que lo supieras.

La joven lo observó unos segundos con el ceño fruncido, confusa, antes de resoplar sin acritud y sacudir la cabeza.

—Desde luego que eres un caso perdido.

Para su sorpresa, él se removió en el sitio con cierta incomodidad.

—Solo… quiero poder decirte lo que siento, pero no siempre me resulta fácil.

Rendida, Nami permitió que una sonrisa asomara a sus labios.

—Lo sé… —reconoció entonces, irguiéndose apenas—; pero te conozco y sé lo que quieres decir, no te preocupes. Gracias por ser tan sincero conmigo.

Él le devolvió el gesto, mucho más comedido, antes de dejar que ella se volviese a recostar contra su hombro. Durante otro buen rato, los dos piratas se quedaron en un cómodo silencio, sintiendo solo la respiración y el contacto del otro como un ancla segura a la realidad. Después de lo ocurrido con Uta, parecía más necesario que nunca y Nami sabía que había pocos compañeros con los que pudiera tener algo así. 

Zoro no la provocaba, no intentaba seducirla; no babeaba solo con mirarla y, aunque ella sabía que su contacto podía ponerlo «nervioso» de la mejor manera posible, respetaba siempre sus límites sin presionarla para hacer nada indecente. Quizá por eso, Nami se sentía tan segura y protegida a su lado. Cerrando los ojos, la navegante trató de serenar su mente y su cuerpo todavía agitado por la reciente batalla, mientras se centraba en escuchar la mezcla entre el rítmico latir del corazón de Zoro, bajo su cabeza, y el suave rumor del océano procedente de más allá de la borda del Sunny.  Aun así, ni siquiera eso pareció atraer el necesario descanso que la joven anhelaba.

—Cielos, no creo que esta noche pueda dormir después de todo lo ocurrido, pero estoy agotada —murmuró en voz baja.

Zoro sonrió ligeramente.

—Yo tampoco, aunque creo que es porque hemos dormido demasiado y por una mala razón —arguyó—. Pero estoy bien así.

Nami sonrió fuera de su campo de visión.

—Yo también. Me gusta estar contigo.

Zoro pareció tensarse y enarcó una ceja en su dirección. Consciente de que sus palabras podían malinterpretarse, Nami se irguió de golpe con expresión arrepentida.

—¡Quiero decir…! Así, sin más… Yo…

La expresión de él se volvió más sardónica.

—¿“Así, sin más”?

Nami enrojeció.

—Sabes a lo que me refiero, merluzo.

Zoro soltó una risita relajada entre dientes, algo poco común en él, pero que solo reservaba para Nami.

—Lo sé y te entiendo —aseguró a su vez, sin alzar la voz y mirándola de una forma que la joven pensó que el corazón se le iba a salir del pecho—. Incluso así… esto es más que suficiente para mí.

Procurando serenarse y secretamente conmovida, Nami sonrió y cerró los ojos, acariciando su pecho con un dedo distraído. Una pequeña parte de su mente le sugería con picardía que propusiera a Zoro retirarse a un sitio más privado y pasar a mayores, pero la mayor parte de su ser estaba tan cómoda en aquella actitud inocente y a la vez cargada de sintonía emocional, que descartó de un plumazo cualquier intención erótica. Ese día no era necesario. 

Así, los dos piratas se quedaron abrazados durante un buen rato, en calma y sin necesidad de más palabras. Como Nami había dicho, los momentos de tranquilidad parecían cada vez más escasos conforme se acercaban a Laugh Tale, así que la joven valoraba como un tesoro cada remanso de calma que podía encontrar. Y, si era sincera consigo misma, admitía que sentirse protegida y acunada en el abrazo de su hosco compañero peliverde era todo un incentivo.

De todos modos, toda tranquilidad pareció evaporarse cuando Nami escuchó crujir un tablón a su espalda y se incorporó de un salto, alerta. Zoro, a su vez, abrió su ojo bueno con calma, sin mostrar más que un punto de extrañeza en su ceño fruncido.

—¿Qué ocurre? —preguntó, sin alterarse.

Nami no respondió enseguida. De hecho, el nudo en su garganta no se deshizo hasta que no comprobó que seguían solos en la cubierta. Suspirando, se giró hacia su compañero con el pulso todavía acelerado.

—Nada, creía haber oído algo, pero ha debido ser el Sunny.

Sonrió para restarle importancia, aunque en el fondo no se había tranquilizado del todo. Zoro apenas ladeó la cabeza con aire pensativo.

—No te preocupes. Si hubiera algún peligro, lo hubiese notado.

Nami estuvo a punto de reír y poner los ojos en blanco. Sabía que era cierto, pero no se acostumbraba a oírle presumir con tanta franqueza de ello, ni siquiera después de tantos meses navegando juntos.

—Lo sé —reconoció, de todas formas—. Pero… Supongo que será mejor que me retire ya… por si acaso.

En el fondo, algo en su interior no quería volver a su camarote y prefería quedarse envuelta en el suave y musculoso calor de Zoro. No obstante, él pareció aceptarlo con naturalidad.

—Está bien. Que descanses, entonces —susurró.

 Por otra parte, tampoco soltó su cintura del todo cuando ella se sentó sobre el borde de la tumbona, con pereza para irse.

—Deberías entrar a descansar tú también —le indicó.

—Enseguida —prometió él, tranquilo—. Quiero hacer guardia un rato.

Nami mostró media sonrisa socarrona.

—Gracias por velar por nosotros, supongo.

Zoro mostró un gesto que parecía mucho más honesto.

—Siempre es un placer —repuso, sin rastro de burla y con un punto de cariño soterrado que Nami escuchó sin problemas.

—Lo sé.

Sin dejar de sonreír con afecto, Nami dudó, sin saber si era demasiado arriesgado. Sin embargo, finalmente no pudo evitar inclinarse para darle un breve beso en los labios. 

***

Al notar que sus bocas se rozaban, Zoro se tensó. No debían. No podían… Estaban jugando con fuego y ya se habían arriesgado mucho esa noche. Todos los sempiternos argumentos con los que intentaba mantenerse estoico ante Nami borbotearon en su cerebro, buscando devolverle el equilibrio emocional del que Zoro disfrutaba por norma. Sin sorprenderse, el espadachín notó cómo todo su esfuerzo fracasaba mientras Nami lo besaba con brevedad y suavidad al mismo tiempo. Así, no tardó en relajarse y devolverle el gesto con comedimiento, e incluso acariciarle la mandíbula con el pulgar justo antes de separarse. Al hacerlo, ambos sonrieron con levedad.

—Te veo en un rato, ¿vale? —susurró ella con afecto.

Él asintió, suspirando con suavidad, y ella se separó, rompiendo el contacto visual con pereza antes de tomar la escalera más cercana para bajar a la cubierta. Zoro la observó irse de reojo hasta que su silueta desapareció de la vista, para después recostarse sin violencia en la tumbona y enfocar la noche sobre su cabeza, exhalando con fuerza. Su corazón latía a toda velocidad y los labios le quemaban al recordar ese único, pequeño y dulce beso de despedida. Si hubiera durado más, quizá Zoro no hubiera podido controlarse. Quizá, sin pensarlo, le hubiera rogado a Nami que hicieran cosas que siempre se juraban que estarían vetadas.

Sin embargo, cuando por fin cerró los ojos para sumirse en una de sus habituales siestas de guardia, Zoro percibió una extraña calma alojándose en su corazón. Era un sentimiento peculiar, pero no desagradable ni ardiente en esa ocasión. Simplemente, parecía la constatación de un hecho: que, fuera como fuese, aquellos pequeños momentos tras cada nueva batalla superada eran instantes de reafirmación.  Su vínculo íntimo se hacía más fuerte, aunque no fuera algo puramente romántico. De cualquier forma, se querían sin palabras y los dos lo sabían. Sonriendo, Zoro se dejó acunar por un sueño que no recordaría al despertar, pero que le dejó una sensación de paz como pocas veces en su vida. El viaje continuaba… ¿Qué desafíos les esperarían en la próxima parada?

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.