Tentación inevitable (Punk Hazard-Dressrosa)

Dos años después…
Nami se estiró como un gato al adentrarse en el aseo aquella noche. Después de su última aventura en aquella extraña isla donde habían ocurrido todo tipo de alocados experimentos, necesitaba darse un buen baño relajante. No sabía si alegrarse o no de que la inconsciencia de sus compañeros masculinos los hubiera conducido allí. Lo peor era que ahora el barco estaba lleno de gente.
«Al menos, creo que a los hombres recién llegados les han quedado claros los límites conmigo», pensó, irritada. «¿Es que todos tienen que babear a la primera…?»
Su pensamiento se interrumpió de golpe al abrir la puerta de la sala de baño y comprobar que no estaba sola. Como si sus reflexiones lo hubiesen invocado, precisamente, uno de los hombres de la tripulación se encontraba recostado dentro del agua caliente. La habitación estaba en penumbra, pero el brillo de la luna reflejado sobre los tres pendientes de su oreja izquierda lo hacía inconfundible.
Molesta por no poder disfrutar de inmediato de su rato de relajación y nerviosa sin quererlo porque justo fuese Zoro al que se tuviese que encontrar desnudo aquella noche, la navegante cerró de un portazo a sus espaldas casi sin pensar. Por supuesto, eso hizo que él se incorporase de golpe, mirando en todas direcciones. Como Nami debió suponer, él estaba dormido antes de que ella llegase, pero eso no le hizo sentirse menos enfadada ni angustiada por los recuerdos de dos años atrás.
—¿Nami? —murmuró Zoro, somnoliento, cuando la enfocó—. ¿Qué haces aquí?
Nami resopló, irritada, cruzó los brazos y le lanzó una mirada fulminante.
—Hay una lista en la puerta para reservar el uso de la bañera, Zoro —dijo con firmeza, sin contestar a su pregunta—, y yo he apuntado mi nombre con antelación para reservar esta hora.
El guerrero frunció el ceño, como si de verdad no comprendiese el problema.
—¿Lista? ¿Qué lista? —preguntó, confuso.
Nami inspiró con fuerza por la nariz, reprimiendo un insulto a duras penas.
—La que tú obviamente no has visto antes de meterte aquí —le espetó, exasperada—. Así que haz el favor de salir de ahí y dejarme entrar.
Como se había acercado unos pasos, ahora Nami podía ver su rostro iluminado a medias por la luna, y su gesto de súbita irritación solo la enfadó más.
—Hay que joderse —rezongó él—. Si este sitio solo lo debes usar tú de toda la tripulación…
Nami resopló.
—Pues tú lo estás usando ahora mismo —indicó, en tono de obviedad—, así que no te pases de listo conmigo.
Para su mayor irritación, el guerrero la observó durante apenas unos segundos antes de volver a recostarse y cerrar los ojos, con un brazo doblado bajo la nuca.
—No.
—¿Cómo dices? —preguntó Nami muy despacio, pensando que no había oído bien.
—Que no pienso moverme de aquí en un rato —decretó él, sin mostrar ningún signo de culpa—. Tú verás.
La boca de Nami se abrió en una «O» perfecta.
—¿Y qué debería hacer? —bufó, incrédula— ¿Vas a dejar que una señorita esté esperando sentada a que tú acabes?
—Sí quieres entrar, entra —indicó él, sin inmutarse y todavía sin mirarla—. No hay nada que no haya visto ya y, francamente, me da igual. Hay sitio para los dos.
A pesar del comentario, su voz no tenía ningún tipo de acento provocativo o seductor y ni siquiera la miró al hablar. De todas formas, al escucharlo, Nami recordó de nuevo, con un estremecimiento no del todo desagradable, su noche juntos en Amber Bay dos años antes. Pero, si tenía que ser honesta, reconocía que si había un compañero masculino delante del que no le importaría desnudarse del todo, aparte quizá de Chopper por no ser humano, era el que tenía delante. No en vano, su primera opción en Punk Hazard con el problema del intercambio de cuerpos había sido pedirle justo a él que vigilase a Sanji, porque su instinto más profundo se fiaba a ciegas del guerrero.
Aun así, mientras se quitaba la ropa, estuvo atenta a Zoro para ver si hacía algún aspaviento, cosa que no ocurrió. De todas formas, Nami solo soltó todo el aire que estaba reteniendo sin darse cuenta en el instante en que su cuerpo quedó cubierto por el agua en penumbra. La bañera era bastante grande, pero tampoco tan inmensa como para que estuvieran muy alejados. Cuando se acomodó, Zoro retiró su brazo extendido sobre el borde sin violencia. Aun así, a Nami le asustó y le excitó a partes iguales el sentir que sus pies o sus codos podían rozarse con solo hacer medio movimiento, fuera o dentro del agua.
De todos modos, durante un buen rato, ninguno dijo ni media palabra. Se quedaron mirando al techo, cada uno sumido en sus pensamientos. Nami pensó en un momento dado que su acompañante se había vuelto a dormir, sobre todo porque solo veía el perfil de su ojo dañado.
—Qué noche más tranquila —comentó, casi para sí misma.
—Y que lo digas —repuso él en el mismo tono, demostrando que estaba despierto y sin mostrar ningún signo de enfado—, después de tanto ajetreo nos hacía falta un descanso…
—Sí… Aunque veo que, sea como sea, estos dos años no te han enseñado más modales que los pocos que tenías —lo acusó sin tapujos, cruzándose de brazos—. Casi nos la lías más de una vez en la última semana…
—De nada, por no rechistar cuando me pediste que vigilara a esos dos pervertidos —repuso él, para su mayor bochorno.
—¡No seas impertinente, guerrerito!
—¡Pues no seas tan mandona, que no soy tu criado! —le rebatió él.
Nami chasqueó la lengua con desagrado.
—De verdad que un día nos vas a dar un susto más fuerte…
—Y tú seguro que me echarías de menos, ¿verdad? —ironizó Zoro.
Nami apretó los dientes, cada vez más enfadada. ¿Qué se creía ese engreído? Dispuesta a darle una lección y casi sin pensarlo, metió las manos debajo del agua y, sin más preámbulos, las alzó para enviar una ola de agua hacia el guerrero. Este pegó un respingo al notar la cascada de gotas caer sobre su pelo y su rostro, y la miró como si se hubiese vuelto loca.
—¡Eh! ¿A qué viene eso?
Nami se cruzó de brazos y levantó la nariz, ofendida y satisfecha al mismo tiempo.
—Eso por ponerte chulito… —dijo, callándose al caer a su vez una cortina de agua con ganas sobre el lateral de su cabeza. Nami abrió la boca y los ojos de golpe, incrédula—. ¡Eh! —le espetó a su acompañante, molesta.
Este, por su parte, se encogió de hombros al tiempo que esbozaba una mueca que parecía irónica y cargada de inocencia al mismo tiempo.
—¿Qué? Has empezado tú.
Nami abrió la boca y entrecerró los ojos, jurando en su mente que aquello no iba a quedar así. Decidida a no dejarse intimidar, volvió a intentar echarle agua por encima. Sin embargo, él parecía estar esperándola porque la esquivó y, en cambio, logró que fuese ella la que terminase casi escupiendo y tosiendo agua. Pero la joven no iba a darse por vencida y siguió intentando enviar pequeñas oleadas a un Zoro que ahora parecía casi divertido con la situación. Sin darse cuenta, Nami también empezó a sonreír, hasta el punto de terminar riendo con él cuando en un momento dado se lanzaron agua de forma sincronizada.
Sin embargo, en el preciso instante en que Nami intentaba volver a la carga, se encontró al guerrero mucho más cerca de lo que esperaba y tampoco pudo evitar que sus grandes manos sujetaran sus muñecas sin violencia contra el borde de la bañera.
—Estate quietecita ya, Nami —jadeó él, buscando aparentar seriedad sin conseguirlo del todo—. Vas a despertar a todo el barco.
—No soy la única que está tirando agua —lo acusó ella, sin poder evitar una media sonrisa de suficiencia—. Tú vas a conseguir que se inunde la sala.
La boca de Zoro se abrió con evidente ofensa.
—¡Tendrás morro! —replicó, aunque su enfado parecía menos evidente de lo que él pretendía demostrar—. Ya te he dicho que has empezado tú.
—Porque has hecho un comentario de chulito engreído y te lo merecías —indicó ella, con el ceño fruncido—. ¿Qué te has creído?
Zoro la observó, con el rostro ligeramente contraído como si estuviera decidiendo si enfadarse o reírse. Al final, suspiró con una sonrisa rendida, pero no se retiró.
—Desde luego, no has cambiado en estos dos años —la acusó con suavidad, aunque con cierta diversión.
Ella no contestó. De repente, Zoro y ella parecían próximos a cruzar una línea que se habían jurado mantener tras aquella única vez… ¿O no?
—¿Qué te pasa, Nami? Pareces tensa.
La joven tragó saliva. Sus labios, su pecho musculoso y sus brazos moldeados por el manejo de las espadas estaban a una distancia insoportablemente cercana dadas las circunstancias. Sus rodillas estaban en contacto directo con su muslo derecho, apenas bloqueando su movimiento para inmovilizarla sin violencia, lo que provocó un ligero estremecimiento en la joven. Hacía mucho tiempo que no estaba con nadie y él le había demostrado que había algo más allá del simple trámite que tuvo que pasar con quince años. Sin querer, su cuerpo reaccionó y su mente no fue capaz de parar.
—Zoro… —susurró, mirando su único ojo—. Yo…
Él ladeó la cabeza sin cambiar el gesto.
—Dijimos que no lo haríamos nunca más, ¿recuerdas? —repuso, aunque no se retiró un centímetro.
Nami asintió despacio, se humedeció los labios y miró los suyos, sin poder evitarlo.
—Quizá, solo por esta vez… —suplicó, comedida.
Conociéndolo, sospechaba que su respuesta sería negativa, por supuesto. Zoro se tomaba sus promesas y sus convicciones más en serio que nadie en el Thousand Sunny. Por eso, quizá a Nami le sorprendió su siguiente respuesta y lo que sucedió a continuación. Zoro se aproximó un par de centímetros más, hasta que sus bocas casi se rozaron, y susurró antes de besarla:
—Solo por esta vez.
Nami suspiró, dejándose llevar mientras él soltaba sus manos y rodeaba su cintura con un brazo, atrayendo su cuerpo hacia el de él. La joven enredó los dedos en el pelo verdoso del guerrero y apreció lo frondoso que era ahora, después de dos años, mientras él la acunaba contra su pecho.
Cuando Zoro la giró para sentarla a horcajadas sobre sus caderas, Nami acarició los músculos del cuello, los hombros y la espalda, confirmando su sospecha visual de que eran más potentes que la última vez que los había recorrido. A pesar de que seguía siendo algo despistado e infantil en algunos aspectos, Zoro había madurado en muchos otros en aquel tiempo. Al mirarlo de nuevo a la cara mientras sus pieles se fundían entre discretos gemidos de placer, Nami se dio cuenta de que ni siquiera haber perdido el ojo izquierdo lo desmerecía en absoluto.
La última vez que se acostaron eran críos inexpertos. En aquella ocasión, Nami se sentía más mujer que nunca, acunada en los fuertes brazos de aquel arisco guerrero al que había aprendido a querer hacía tiempo. Sus movimientos eran apasionados, pero lentos y cuidadosos, buscando ambos alargar el disfrute todo lo posible a pesar del deseo que atronaba en sus venas casi en sintonía. Cada caricia y cada beso eran un redescubrimiento; una afirmación de que, a pesar de las cicatrices y heridas de aquellos dos años, seguían siendo capaces de sentir y de conectar de una manera reservada solo para ellos dos.
De vez en cuando, de sus respectivos labios surgía un jadeo que se transformaba dulcemente en el nombre del otro. La mano de él apoyada en su espalda baja acompañaba con ternura el balanceo cada vez más urgente de sus caderas, mientras Nami notaba cómo el clímax se aproximaba a pasos agigantados y hacía lo posible por no gemir a un volumen que los delatara. Aun así, cuando terminaron, se quedaron un buen rato sin moverse: Nami apoyó la cabeza en el hombro de Zoro y este rodeó la cintura de ella con los brazos, enterrando el rostro en sus mechones pelirrojos.
—Bueno… —susurró Nami al cabo de un rato contra su piel, sin atreverse a mirarlo.
—Sí… —repuso él, lánguido, aparentemente sin saber tampoco qué más decir.
—Ha estado… tan bien como recordaba —se atrevió entonces ella a declarar, con súbita timidez, alzando la vista apenas para encararlo.
Zoro se removió con suavidad, pero no se apartó de ella. Al contrario, sus miradas se cruzaron con una extraña calma cuando manifestó:
—Ya, aunque no tenía que haber pasado y tú lo sabes.
—Lo sé —repuso Nami, menos convencida de lo que esperaba y aún abrazada a él. Algo en su mente le chillaba que dejaran de jugar con el peligro y cortase la situación de raíz, pero el resto de su cuerpo sólo deseaba quedarse así para siempre—. ¿Crees que alguien se habrá enterado?
—Espero que no —rogó él en un suspiro, negando con la cabeza mientras sus ojos se clavaban en algún punto de la pared al fondo del baño—. No me apetece dar explicaciones, menos considerando la cantidad de gente que hay rondando por el barco.
Ella asintió despacio.
—Estoy de acuerdo. Aunque entonces deberíamos volver a nuestros camarotes —sugirió, sin mucha convicción.
—Sí, mejor que no nos pillen… —corroboró él, con el mismo humor—. Aunque se está bien.
—No ha estado nada mal —coincidió Nami, permitiéndose esbozar una sonrisa mientras se deslizaba hacia el costado de Zoro. Acto seguido, se sentó con comodidad con un codo apoyado en el borde de la bañera, mientras uno de los brazos de él permanecía alrededor de su cintura—. ¿Has estado practicando este tiempo?
Zoro negó con la cabeza.
—Pues no, la verdad —confesó—. ¿Y tú?
—No, tampoco —repuso Nami, mostrando una media sonrisa burlona—. Menos aún con el viejales en cuya casa aterricé… Uf.
La joven sintió un escalofrío de rechazo solo de pensarlo, a pesar de que había cogido mucho cariño a todos los habitantes de Weatheria.
—Yo tuve que aguantar a una pelirrosa insoportable que se creía la reina del lugar —terció Zoro entonces, con cierto cansancio en la voz que no parecía consecuencia de un reciente esfuerzo físico.
De todas formas, Nami se tensó como una vara, recordando a alguien que encajaba en esa descripción.
—¿Una con pinta de princesita? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
—¡La vi desaparecer en Thriller Bark! —exclamó, más irritada de lo que esperaba—. ¿Cómo acabaste en el mismo sitio que esa fulana?
—¡A mí qué me cuentas! —replicó él, encogiéndose de hombros—. Como si yo pudiese elegirlo.
Nami frunció el ceño.
—Hum. Bueno, al menos evitó que esa bruja nos robara el tesoro y el barco cuando voló lejos —rezongó, apartando la vista con los brazos cruzados.
De todas formas, por el rabillo del ojo, la joven vio cómo se alzaba una ceja de él con aire burlón.
—¿Celosa, Nami?
La joven abrió la boca, perpleja, y al tiempo enrojeció sin poder evitarlo.
—¿Yo? —preguntó, tratando de mostrarse convencida sin mucho éxito—. Más quisieras.
Zoro se rio con suavidad.
—El que si se entera de esto se va a volver loco de celos es el Cocinitas… —comentó entonces, malicioso.
Alertada por la mera perspectiva de que Sanji o cualquiera se enterase de lo ocurrido, Nami se tensó y lo miró con alarma.
—¡Ah, no! —negó, firme—. ¡Ni se te ocurra mentárselo!
Zoro pareció hacer un puchero en la penumbra, algo que habría hecho reír a Nami de no ser por el nerviosismo que sentía en ese instante.
—Venga ya, nunca me dejas hacer nada divertido… —protestó él.
A pesar de que Nami intuía que no hablaba del todo en serio, no pudo evitar gemir de desesperación al escucharlo.
—¡Zoro, prométemelo! —suplicó, con voz aguda—. Por favor…
Él la observó con fijeza durante unos segundos, con el rostro relajado y sin transmitir ninguna emoción clara.
—Vale, vale —claudicó al final, para alivio de Nami—. Está bien. En realidad… prefiero que sigamos manteniendo la norma de que no se entere nadie más de nuestros camaradas. Sería demasiado incómodo —decretó entonces, antes de estirar los brazos y bostezar sin pudor—. Bueno, yo voy a salir ya. Tengo que hacer guardia.
—Sí, yo voy enseguida también —confirmó Nami, retirándose apenas para que él pudiese levantarse y salir de la bañera, dejando a la joven sola en ese agua que aún contenía el eco de su reciente intimidad—. Y, Zoro…
—¿Hum?
Nami vaciló un momento antes de continuar, mirando a su compañero con gratitud y complicidad.
—Gracias por esto —dijo, sincera.
Algo que él correspondió con una leve inclinación de cabeza y una tenue sonrisa de camaradería.
—Buenas noches, Nami —musitó él.
En su voz había cierto afecto que Nami agradeció en silencio.
—Buenas noches —respondió ella, en el mismo tono.
Después, la joven observó con calma cómo él se vestía despacio, cogía sus espadas y se despedía una última vez antes de salir y dejarla sola. Cuando la puerta se cerró por fin, Nami se reclinó de espaldas contra el borde de la bañera, dejando que sus hombros se hundieran un poco más en el agua. Solo entonces, cerró los ojos y suspiró, reflexiva, mirando al techo. Sin quererlo, su mente viajó a través de los recuerdos de los últimos dos años. Queriendo o no, concluyó que sin duda Zoro era el compañero que más había echado de menos, junto con Luffy. Sin embargo, ambos eran como la noche y el día, y con su capitán no era capaz siquiera de visualizar muchas de las cosas que había hecho con su segundo de a bordo.
Por otro lado, cuando lo conoció y considerando lo mucho que habían chocado en el pasado, Nami nunca hubiese imaginado que su relación con Zoro llegaría a ser tan profunda y llena de matices. Recordó las veces que había visto a Zoro entrenando en soledad, con una fuerza y una determinación reflejadas en sus ojos grises clavados en el horizonte.
Sin embargo, lo que acababa de experimentar, y que creía que no volvería a sentir desde Amber Bay, iba más allá de cualquier expectativa que hubiera tenido en su vida. La calidez y la conexión que habían compartido en aquella bañera superaban cualquier fantasía o anhelo que hubiera guardado en su corazón durante aquellos dos años. A medida que la realidad volvía a instalarse en su mente, una cierta desazón también se adueñaba de su cuerpo, al tiempo que no podía evitar sonreír con cierta anticipación.
—Mierda, Zoro —masculló entonces, descontando ya los minutos hasta la próxima oportunidad que pudiera surgir, si es que lo hacía—. Maldito seas.

