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#FanficThursday: Cars – “McQueen y Sally: One-Shots” (Capítulo 15)

Capítulo 15 — ¿Se le habrá olvidado? (Cars)

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Sally y Rayo, Cars

Aquella mañana, Rayo se levantó de un buen humor especial. Sentaba bien descansar y olvidarse de todo después de terminar la temporada… Y más si en ella todo había salido a pedir de boca. Sally aún se encontraba dormida a su lado, acurrucada sobre las ruedas en su postura favorita. Sus parabrisas aleteaban y su morro se sacudía de vez en cuando: estaba soñando. Rayo la miró con ternura. Se quedaría toda la vida así, si pudiera. Pero un rayo de sol traicionero provocó, unos segundos después, que su novia despertara; parpadeando y desorientada por salir tan bruscamente del mundo de más allá de su mente.

—Buenos días —ronroneó Rayo, empujando su guardabarros con suavidad—. ¿Qué tal ha dormido la Porsche más fascinante del planeta Tierra?

Ella gruñó con media sonrisa y se estiró.

—Bien —admitió—. Aunque sigo teniendo que acostumbrarme de nuevo a dormir acompañada en verano —bromeó.

Rayo fingió un mohín.

—¿Qué insinúas?

Sally se rio.

—Anda, vamos —le indicó, abriendo el portón del cono para salir.

Sin embargo, alguien se le adelantó y la miró de frente con picardía, al tiempo que le impedía el paso.

—Vaya, vaya… Creo que alguien no recuerda qué día es hoy.

Siendo franco, no pensaba que a Sally se le hubiese pasado una fecha crucial como aquella; pero al ver su ceño fruncido, en parte por la confusión, en parte por la brillante y repentina luz del sol sobre su capó, las esperanzas de Rayo descendieron en picado.

—Eh… Esto… ¿martes? —trató de adivinar Sally, sin éxito, antes de sacudir el morro—. Parece mentira. En esta época del año no sé ni en qué día vivo —y al ver la cara de circunstancias de su novio, preguntó con cautela—. ¿Por qué lo preguntas?

Rayo procuró camuflar su decepción lo mejor que fue capaz, pero no pudo evitar que se filtrara cierta amargura en sus palabras cuando respondió:

—Nada. Vamos a desayunar.

Sally enarcó un parabrisas, curiosa; pero no dijo nada y se limitó a seguirlo, obediente, hasta la gasolinera de Flo.

—En serio, Pegatinas —le dijo cuando ya estaban junto a los surtidores, cada uno repostando su motor—. Sigo intrigada por saber qué has querido decir antes…

—Antes, ¿cuándo? —replicó Rayo, aún dolido.

No podía, no quería creerlo. Él jamás había imaginado siquiera llegar a un día como aquel en su vida; pero, con Sally… Se le antojaba posible hasta volar a la luna y volver en un segundo. ¿Cómo era posible que ella ni siquiera supiera…?

Para desazón de una parte de su alma, Sally solo frunció el ceño y se centró en sorber de su lata de aceite con aire pensativo, mientras su mirada se perdía en las montañas.

«Sí, el maldito restaurante», rezongó Rayo para sus adentros. «Será lo único que le preocupa ahora mismo».

Por un instante, recordó lo que tenía escondido en el garaje de Doc y algo hirvió en su interior, sin que pudiese evitarlo. De ahí que cuando Mater se acercó a saludar con su alegría mañanera y le preguntase qué planes tenía para aquel día especial, Rayo contestara con dos palabras lacónicas:

—Ninguno. Vamos.

Dicho lo cual, retiró su surtidor con algo más de energía de lo que pretendía, lo que provocó un curioso clonc en el metal y arrancó por delante de Mater en dirección al desierto. Lo que no vio fue el guiño fugaz que este intercambió con Sally antes de que el polvo se los tragase.

***

Ya se aproximaba el crepúsculo cuando Rayo tuvo una horrible certeza: no podía haberle entrado polvo en sitios de su carrocería que ni siquiera sabía que tenía. El día, en una palabra, había sido «salvaje». De repente, era como si una energía incombustible hubiese poseído al coche de carreras; de tal manera que casi había conseguido agotar a un Mater que, de normal, se apuntaba a un bombardeo. De hecho, la vieja grúa llegó en ese momento a su altura, junto al taller de Doc, resollando como una locomotora vieja.

—¡Vaya, chaval! —jadeó, casi sin voz—. Reconozco que hoy te has superado. ¡Oh, chico! Esa bajada en zigzag por la ladera sí que ha sido la bomba. ¡Pensé que perdía una rueda por el camino, o algo peor!

—Sí… —replicó Rayo, distraído.

Volver a Radiador Springs le recordaba a Sally, su desapego aquella mañana; como si no pasara nada.

«Pues para mí sí que pasa y pienso pedirle explicaciones», se juró el corredor para sus adentros. «Esto no va a quedar así».

—Oye, chico. ¿Va todo bien?

Rayo se obligó a volver a la realidad y giró hacia Mater:

—Sí, claro. Todo bien.

—Genial. ¡Disfruta de la noche, tortolito!

Y, tras aquel extraño deseo, la grúa le guiñó un ojo, antes de irse a toda pastilla hacia su destartalado hogar. Extrañado, Rayo lo vio irse hasta que desapareció tras la torre de ruedas que siempre tiraba Rojo cuando se escondía para llorar. Después, sus ojos voltearon lentamente hacia el motel, apenas iluminado por las lámparas cónicas de jardín que rodeaban los dormitorios. Y lo que más lo escamó fue comprobar que la luz de la recepción estaba apagada.

—¡Rojo! —Rayo se dirigió de inmediato hacia el juzgado, donde solía dormir el grandote. Este se asomó enseguida, sonriente—. ¡Eh! ¡Oye! ¿Sabes dónde está Sally? No la he visto por el motel.

Para su mayor extrañeza, Rojo pareció sonreír más ampliamente y levantó la manguera con un gesto elocuente. El corredor bufó y se rindió a la verdad.

—Está bien, para qué engañarnos…

Aguantó el chapuzón sin rechistar; pero, cuando por fin abrió los parabrisas y se sacudió, descubrió que se había quedado solo. Tras buscar al camión de bomberos con la mirada y llamarlo un par de veces, por fin lo descubrió. Y se quedó boquiabierto.

Como una hilera de pequeñas luciérnagas, una cadena de faroles ascendía por el borde de la carretera hasta perderse de vista, siempre siguiendo la falda de la montaña. Rayo miró a su alrededor al tiempo que pensaba:

«Vale, ¿dónde está la cámara oculta de esto?».

Pero fue más extraño cuando comprobó, por el rabillo del ojo, que algunos vecinos lo espiaban nada discretamente desde detrás de algunas esquinas. El corredor entrecerró los ojos, sospechando, pero decidió seguir la silenciosa y estática guía de Rojo; el cual, erguido frente al comienzo de la carretera, miraba hacia lontananza como si fuese un cazador vigilando una presa. Aunque más inocente, claro. Rojo no mataría ni a un Beetle volador. 

La oscuridad ya era casi absoluta, solo rota por el brillo de las estrellas y los faroles, por lo que Rayo ascendió con mucho tiento durante todo el trayecto. Sabía perfectamente dónde desembocaba la carretera, pero aún no podía o no quería imaginar lo que se iba a encontrar. Claro que no lo hubiese ni siquiera soñado mejor.

Cuando llegó a la explanada, el escenario era sencillo. Unos faroles colgando del letrero de «La Rueda» y, bajo los mismos, una mesa cubierta con un mantel blanco y ocupada por una vela, una flor y dos copas de algo que parecía un cóctel de diésel. La vista del valle de Carburador, solo iluminado por las estrellas, era casi mágica.

—Bienvenido, Pegatinas —escuchó una voz tras él, saliendo directamente de las sombras bajo la montaña.

El aludido sonrió y se giró.

—Ya me parecía a mí…

Sally lo imitó; aunque su gesto se ensanchó, mordaz, cuando apuntó:

—Coche de poca fe…

Rayo soltó una risita avergonzada, al tiempo que se encogía sobre sí mismo.

—¿Sabes? Nunca he tenido algo así. Y, contigo… —se aproximó a la máquina que lo volvía loco—. Es lo más especial que me ha pasado en mi vida.

Sally se emocionó.

—Yo tampoco había tenido nunca algo así; pero, por ti, quería que fuese especial —lo besó despacio—. Feliz aniversario, Pegatinas.

Rayo le acarició el morro con suavidad.

—Lo mismo digo —y, acto seguido, movió una rueda y sacó algo que Sally no esperaba. Era un sobre de color blanco, sin rúbrica ni dirección—. Tómalo, no muerde.

Tras un instante de duda, la joven lo cogió y lo acercó a la mesa, dirigiendo miradas fugaces a Rayo de sospecha que no obtuvieron respuesta alguna, solo una expresión de falsa inocencia.

—Yo no te he traído nada… —protestó ella, a lo que él se escandalizó.

—¿Bromeas? ¡Esto —abarcó el entorno con la rueda— es el mejor regalo que podías hacerme! —hizo un gesto con el morro—. Creo que lo mío no estará a la altura…

Pero a la que le tocó escandalizarse de verdadfue a Sally cuando por fin extrajo el pequeño papel y lo leyó.

—Pero… Pero… —miró a Rayo boquiabierta y, cuando él asintió con media sonrisa orgullosa, la muchacha se lanzó hacia él para rozar sus guardabarros, emocionada a más no poder—. Gracias, Rayo.

Él amplió su mueca.

—Te dije que lo conseguiría. Aunque no ha sido fácil dar con los dueños; pero nada que no esté a mi alcance —la besó con dulzura en el costado—. Te quiero, Sally.

Ella lo miró con los ojos brillantes.

—Te quiero más.

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