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#FanficThursday: Cars – «Una cita con el pasado» (Capítulo 9)

Capítulo 9. El que algo quiere, algo le cuesta.

sally carrera edit | Tumblr

Rayo y Sally salieron de la biblioteca riendo y hablando en voz baja. Naya, que entraba en ese momento por el portalón que daba al porche trasero, los vio acercarse, sin poder evitar un ramalazo de ternura. A pesar de todo, adoraba ver feliz a su mejor amiga. En eso, ninguna de las dos había cambiado.

Cuando estaban a escasos metros de distancia, la pareja descubrió que los observaban y se separaron de golpe, algo avergonzados. Pero Naya se acercó con media sonrisa, sin decir nada.

Hey, Naya —trató Rayo de romper el hielo—. Gracias por la cena, ha estado todo delicioso.

La joven de ascendencia mexicana fingió azorarse con el cumplido.

—Qué menos —arguyó—. Aunque quiero pediros también que aceptéis nuestra hospitalidad el tiempo que deseéis.

Sus dos interlocutores se quedaron boquiabiertos, sin saber qué decir en un principio. Al menos, hasta que Sally atinó a balbucear:

—Naya, de verdad… No es necesario… Nosotros —y ante el parabrisas inquisitivo de su mejor amiga, logró aclarar—. No queremos molestar, aún podemos pagar la suite o una habitación de hotel si…

Pero se interrumpió cuando la otra muchacha hizo un gesto negativo con una rueda, al tiempo que no perdía la media sonrisa que apenas disimulaba su emoción por tener aquella oportunidad.

—Por favor, Granger —la pinchó con su mote de universidad—. No me digas que vas a rechazar tu segunda casa de infancia para irte a un hotel —Sally torció el morro con sarcasmo mientras Rayo enarcaba un parabrisas en su dirección, curioso; pero Naya no había terminado—. En serio, no tengo forma si no de agradeceros todo lo que estáis haciendo por ayudarme —compuso un gesto irónico y agregó—. Seamos sinceros: me vendrá de perlas tenerte «secuestrada» un tiempo, rata de biblioteca.

Sally soltó una risita bronca y sacudió el morro, divertida.

—Está bien —claudicó finalmente, tras intercambiar una mirada significativa con Rayo—. Pero apelo a mi libre albedrío, señoría —bromeó—. ¿O estoy en arresto domiciliario?

Naya se rio y los otros dos la secundaron sin poder evitarlo. Pero enseguida volvió la seriedad en cuanto Rayo le preguntó a Naya dónde estaba el teléfono, que acababa de recordar que tenía que hacer una importante llamada. Ante la curiosidad de las dos chicas, solo explicó que tenía que ver con el caso y, tras un milisegundo de duda, su anfitriona le indicó amablemente dónde podía encontrar el citado aparato. Él le dio las gracias y se giró en esa dirección, dejando a las jóvenes contemplando su maletero hasta que desapareció tras una esquina.

El silencio se instaló entonces en el recibidor. Al menos, hasta que Naya suspiró con expresión indefinida, soltando una breve risita, antes de girarse de nuevo hacia el porche y salir al frescor de la noche. Sally alzó los parabrisas, sorprendida.

—¿Qué te hace tanta gracia? —se interesó sin acritud, colocándose a la par de su mejor amiga.

Naya, por su parte, se demoró unos instantes en observar la luna antes de volver a abrir el capó.

—¿Puedo… preguntarte algo? —inquirió con suavidad.

—Claro —la animó Sally—. Aún hay confianza, ¿verdad?

Quizá, de todo lo sucedido, aquello era lo que Sally más temía. Que, por su culpa, el vínculo tan fuerte que tenía con Naya en su día, forjado a base de risas y lágrimas durante toda su infancia y juventud, se hubiese resquebrajado hasta un punto de no retorno. Pero, para su tranquilidad, Naya no mostraba reserva alguna y seguía siendo tan franca como antaño.

—Lo quieres con locura, ¿verdad?

Sally tenía que confesar que aquella pregunta la sorprendió, de entrada. Había dejado de acostumbrarse a hablar de sus sentimientos desde que dejó Los Ángeles cinco años antes; tal vez, solo con Rayo era capaz de mostrarse como realmente era. Pero los ojos oscuros de Nayara de la Vega no escondían ningún motivo oculto, solo… curiosidad genuina.

—Claro que sí —respondió la dueña del Cono Comodín sin vacilar, un milisegundo después, tras recuperarse—. ¿Por qué lo preguntas?

Para su sorpresa, Naya inspiró hondo y mostró media sonrisa que la joven Porsche conocía bien.

—Porque, si es así, yo que tú empezaba a bajar la barrera y a dejarme cuidar un poco, nena —le aconsejó sin tapujos.

Sally entrecerró los ojos ante aquella declaración tan directa.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, suspicaz.

Naya hizo un gesto con los ojos, como si a la otra chica se le estuviese pasando algo fundamental por alto.

—Sal, cielo. Desde que te conozco, siempre has sido lo más independiente que ha fabricado un concesionario —ironizó, haciendo que la otra apartara la vista con una risilla avergonzada—. Pero, créeme —Naya se puso súbitamente seria—: sé ver a la legua cuando un hombre tiene ganas de apostar por una relación.

Sally suspiró, teniendo que admitir que Naya tenía razón. Si exceptuaba sus primeros tres días de encontronazos en Radiador Springs, Rayo en eso había resultado ser como un libro abierto.

—Y, ¿qué hay de ti? ¿Qué ha sido de ti estos años? —preguntó entonces, deseando desviar el tema de su carrocería.

Naya puso los ojos en blanco y resopló, sin dar muestras de que el cambio de tema la molestase.

—Buf, ni preguntes. Ni una me salió bien —aseguró con falso fastidio.

—¿No te gustaba Aston? —quiso saber entonces Sally, mordaz.

Ante lo que Naya abrió unos ojos como platos y replicó casi en un grito:

—¡¿Bromeas?! ¿Ese tartamudo encerado? —Sally la observaba con una sonrisa burlona y Naya reculó aún más—. ¡No, ni lo sueñes!

—Vamos, hombre —se chanceó la otra muchacha sin poder evitarlo—. Tampoco era tan feo y se notaba que en el bufete estaba colado por ti…

Pero lo que no gustó a la Porsche azul fue el siguiente gesto que compuso Naya, mucho más desagradable.

—Veo que no te has enterado, entonces.

Sally la imitó, alerta.

—¿De qué?

—De que tu «querido» Aston es el nuevo ayudante de quien tú y yo sabemos…

Sally compuso una mueca de decepción.

—No… ¿Es una broma?

—Ojalá —torció el gesto Naya—. Creo que siguió tus pasos poco después de que te fueras…

Sally suspiró.

—Pues vaya… Ya ha perdido puntos.

Naya suspiró, mostrando su acuerdo.

—Pero sí, te lo admito —agregó acto seguido—. Aunque no puedo negar que es muy guapo y, tengo que admitirlo, su balbuceo ha mejorado considerablemente en los últimos años… —hizo una pausa, sonriendo con ironía para sí misma—. Y… también es rico.

—¡Oh, claro! Como si a ti te faltara el dinero —la chinchó Sally.

—No mentes al diablo… —advirtió Naya con sorna, antes de volver a ponerse seria y mirar hacia lo alto de Chevrolet Hills—. ¿Sabes? Durante estos años, todas las fans de Rayo nos moríamos de envidia al verlo contigo.

Sally enarcó un parabrisas, curiosa.

—Así que sabías dónde estaba… —apuntó con cautela.

—¡Claro que lo sabía! —confirmó Naya, como si fuese algo evidente—. Y… reconozco que durante mucho tiempo también te odié por ello.

—Y, ¿por qué…? —quiso preguntar Sally, pero optó por morderse la lengua a tiempo.

No era el momento de remover viejas heridas. Sin embargo, Naya leyó entre líneas sin problema y compuso una sonrisa cargada de cierta resignación.

—Como te dije, sé que nunca haces nada sin motivo. Y, ¡qué sé yo! Acabé asumiendo que, si no había vuelto a saber de ti, era porque ya no formaba parte de tu vida —reconoció—. Que eras más feliz así…

—¡Naya, por favor, no digas eso! —se escandalizó Sally, con el corazón encogido—. Nunca me he perdonado no volver a por ti. Pero… ¡Por el Auto! —maldijo sin poder evitarlo—. Era tan doloroso solo el pensar en volver a ver esta ciudad…

Naya se quedó en silencio, sumida en la nostalgia y comprendiendo lo que su amiga quería decir.

—Entonces, quizá tengamos que agradecer al destino que tu novio nos haya juntado de nuevo, ¿no? —ironizó.

Sally sonrió, confiada.

—Quizá sí. Aunque —agregó, sarcástica— espero que no me sigas odiando por haber caído, ya sabes… «en sus redes»…

La otra abogada chasqueó la lengua con diversión.

Tsch… No, lo reconozco. Si te soy sincera, cuando supe que estabas con alguien mediático casi me preocupaba más… Ya sabes… Que volvieses a caer en el mismo error —y ante la mirada agradecida, pero algo empañada por los recuerdos de Sally, adjuntó—. Pero, ahora, al ver cómo te mira, cómo busca cuidarte… Sí, te sigo envidiando, no te voy a mentir… pero porque me encantaría encontrar a alguien así para mí.

Sally se quedó en silencio, rumiando sobre lo que su amiga le acababa de decir. Si tenía que ser sincera consigo misma, no podía hacer otra cosa que no fuese darle la razón.

—Sí, es cierto —corroboró—. Rayo es todo amor conmigo y se desvive por la gente que le importa. Creo que es lo que más admiro —«y me enamora», algo que no admitió en voz alta— de él.

—Pues eso —sentenció Naya, severa—. Que no lo dejes escapar.

—Pero no quiero que sufra por mi culpa, Nay —la rebatió Sally, preocupada—. No quiero que mis errores del pasado caigan sobre él —bajó la voz y susurró con dolor—. No podría siquiera concebirlo.

Nayara de la Vega la observó durante unos segundos, sopesando cómo decirle lo que pasaba por su cabeza.

—A ver. Vamos a centrarnos, cabeza loca —la reprendió con cariño y aplicando otro de sus motes favoritos—. ¿Crees que él estaría aquí si no fuese plenamente consciente de que esto le puede salpicar? —Sally abrió la boca para responder, para darse cuenta de inmediato de que no tenía argumentos para rebatirla—. Hay cosas que se ven a simple vista, cariño. Y una de ellas, aquí y ahora, es que McQueen jamás dejará que te ocurra nada malo ni que sufras, si él puede impedirlo. Aunque a él le pueda afectar.

Sally se mordió el labio, indecisa.

—No quiero hacerle daño, Nay. De verdad que no podría soportarlo… Incluso si no lo hiciera a propósito.

La aludida, por otro lado, sonrió con ternura y afirmó:

—No lo harás, y él lo sabe. Confía en ti más que tú misma, te lo digo yo.

Tras unos segundos de debate interno en los que su parte racional y protectora luchaba con el deseo de que él jamás se separara de ella, para nada en el mundo, Sally sonrió con levedad. Había tregua entre ambos bandos y sabía bien cuál era el motivo.

—Es posible —admitió antes de bromear—. Veo que tu capacidad de observación sigue intacta…

—Alguna gracia tenía que tener, ¿no? —la coreó Naya antes de echarse a reír.

Pasada la tensión, ambas rieron durante un rato como dos colegialas antes de que una figura rojiza apareciese de nuevo tras ellas en el vestíbulo.

—Hola, Pegatinas —lo saludó Sally con una efusividad inusual, haciendo que el corredor mirase a Naya de una manera extraña, como pidiendo disculpas por adelantado—. ¿Va todo bien?

Rayo, por su parte y cuando se separó de su novia, sonrió con confianza.

—Eso espero.

Y, acto seguido, les contó con pelos y señales la conversación que acababa de tener por teléfono. Cuando terminó, las dos abogadas se miraron con un brillo especial en los ojos.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Sally, emocionada.

A lo que Naya respondió:

—Fijo que sí.

Si todo iba como parecía, aquel podía ser su caso definitivo. Pero aún quedaban dos días para saberlo.

Sin embargo, la mayor sorpresa para Rayo llegó cuando los dos agradecidos huéspedes se quedaron solos en la habitación que les habían reservado. Ya con las luces apagadas, Sally se acurrucó contra él de una forma que hacía tiempo que no percibía.

—Pegatinas… —dijo ella entonces.

—Dime —respondió Rayo con cariño, acariciando rítmicamente su guardabarros como algo aprendido.

—Gracias —murmuró ella al cabo de un rato—. Gracias por estar ahí cuando te necesito.

A lo que él sonrió, sintiendo vibrar todo su chasis, antes de responder:

—Siempre, Sally. No lo dudes.

«Y si puedo conseguir que tus monstruos desaparezcan con este caso», pensó cuando ella ya dormía profundamente, «da por hecho que lo haré».

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